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Juanlu Sánchez es periodista, cofundador y subdirector de eldiario.es. Colabora en La Sexta y en el New York Times. Fue cofundador de Periodismo Humano y como reportero pasó de la cobertura especializada en derechos humanos a documentar la génesis y las consecuencias sociales y políticas del 15M. Es autor del libro 'Las 10 mareas del cambio' y profesor en el Máster Oficial de Innovación en Periodismo de la Universidad Miguel Hernández de Elche.

De la pancarta arrancada del 15M a la victoria política del 8M

Pancarta en la Puerta del Sol durante el 15M, el 29 de mayo de 2011

Juan Luis Sánchez

Los medios internacionales destacan el 8M en España: “la histórica huelga feminista” es una movilización “sin precedentes”. Lo dicen la BBC, el New York Times, Le Monde, la CNN… siempre es un gustazo para el convocante de una manifestación salir en las páginas internacionales. En este caso, tiene más valor: este mismo 8 de marzo había concentraciones en muchos lugares del mundo y sin embargo la atención internacional destaca sobre todas ellas el caso español.

¿Hay algo especial en el feminismo español que explique este tsunami, menos intenso en otros países? Eso nos hemos preguntado en reuniones entre periodistas, lo discutimos con las activistas que estuvieron en la calle. Puede que responder a eso sea imposible, pero sí hay algunas pistas en cómo el feminismo ha ido abriéndose hueco en los últimos años, no siempre con facilidad, hasta ocupar las ciudades en el 8 de marzo en una gran victoria política que ha torcido el discurso de la derecha. Una gran jornada de orgullo feminista.

1. Tradición de lucha y décadas tragando saliva

Antes de saltar al 15M, hay que dejar dicho que la tradición feminista en España es sólida. El sufrimiento de las mujeres en la Guerra Civil y el franquismo nos ha dejado con la memoria amarga de que nuestras abuelas merecieron algo mejor. Mientras Franco se moría, las feministas españolas ya estaban organizando las Primeras Jornadas por la Liberación de la Mujer en Madrid, que se celebraron (y esa es la palabra) 15 días después de la muerte del dictador. Dos semanas más tarde, hubo manifestación, de las primeras en aquel momento tan delicado, en una pista de lo que llegaría en los años posteriores.

Pero el mantón machista era pesado y tras los avances de los 80 (aunque Aznar nombró más ministras en ocho años que González en catorce), en los 90 vino otra etapa casposa que elevó aún más el tono a partir de 2004 con la llegada de un Zapatero que no era todo testosterona. Las ministras Chacón, Pajín y Aído soportaron insultos machistas cada día; las leyes de aborto, igualdad, violencia machista y matrimonio homosexual despertaron críticas hasta dentro del PSOE de toda la vida.

Aquel odio recibido hace 15 años por una generación de mujeres progresistas está también en el germen de la revancha contra el machismo que vivimos hoy. “Los de mi generación, que fraguamos un activismo en una época muy dura después de la Transición, creíamos que con todo lo que habíamos conseguido no había vuelta atrás, que algunas cosas habían venido para quedarse. Y de pronto nos dimos de bruces con una sociedad mucho más machista que la anterior”, me contaba Beatriz Gimeno para el capítulo de feminismo de Las 10 mareas del cambio, un libro de 2013 que trataba de explicar las nuevas tendencias políticas tras la eclosión del 15M.

2. El 15M será feminista, o no será.

En 2011 llegó el inicio de la gran ola de protesta social desencadenada por el 15M. Y sin embargo, el feminismo tampoco lo tuvo sencillo, como quedó claro con algo que ocurrió aquella primera semana de acampada.

Los concentrados en la Puerta del Sol se marcaron como prioridad que no se les pudiera etiquetar ideológicamente ni asociar a ningún colectivo. El 18 de mayo, por ejemplo, un grupo de jóvenes tuvo que retirar entre abucheos unas pancartas y globos amarillos que hacían alusión a Democracia Real YA. Ningún grupo, ni siquiera los que fueron germen de la protesta, ninguna ideología externa al mínimo común múltiplo de la Puerta del Sol debía romper el equilibrio y la diversidad de aquella masa. Hasta las banderas republicanas estaban mal vistas, había pocas. Todo el imaginario debía crearse de cero para huir de las acusaciones mediáticas.

Esa obsesión se llevó al extremo cuando dos noches después, el 20 de mayo, una gran pancarta se desplegó sobre la fachada de un edificio de Sol: “La revolución será feminista o no será”. El mensaje no era solo una apelación al mundo, sino que también era un primer aviso a los manifestantes y en realidad a todos los hombres con los que se compartían otros valores: las mujeres de la plaza, y en especial una incipiente comisión de feminismos, estaban notando lo que tantas veces habían vivido en su trabajo, en sus casas, en sus grupos de amigos y también sus grupos de activismo. Que había algunos hombres que no cruzaban propuestas en asambleas sino que gritaban sin atenerse a límites de tiempo consignas fuera de lugar para ser aplaudidos; que había algunos hombres que ponían en riesgo la seguridad y la continuidad de las concentraciones para llamar la atención con un petardo a destiempo, un contenedor quemado para nada, una provocación inútil; hombres que querían dominar las decisiones pero que se ponían de perfil para limpiar la plaza o dar de comer a los acampados; y unos pocos hombres que, de noche, intimidaban a otras compañeras. La vida misma.

Así que “La revolución será feminista, o no será” era un mensaje a los que miraban desde fuera pero también una advertencia interna a los que miraban desde abajo. Lo que ocurrió cuando la pancarta se desplegó sobre la fachada fue desagradable: abucheos, gritos de “fuera, fuera”. Se interpretó como una grieta en el clima de fiesta y consenso, un gesto de división. Un chico trepó el andamio y retiró la pancarta. Recibió aplausos.

Unos días después, otra pancarta con el mismo mensaje apareció en la boca de metro de la Puerta del Sol. Nadie se atrevió a arrancarla inmediatamente. Fue un buen síntoma de que el feminismo siempre reaparece.

3. El feminismo genera sus propios espacios seguros

El feminismo se abrió paso subterráneamente entre las movilizaciones sociales que comenzaron en 2011. Se esforzó en tratar de hacerse comprender, sortear el rechazo que incluso entre mucha izquierda, acomodada en la idea de que “hemos avanzado mucho”, suscitaban las reforzadas tesis feministas. No siempre era fácil. Nunca faltaba un “qué pesadas”. Esa incomodidad también era ideológica: el feminismo también intenta explicar a la joven izquierda que hay que conformar una identidad política “que supere el paradigma obrerista del S. XIX (‘los trabajadores’)”, que pueda integrar la diversidad social y “también a hombres que construyen una masculinidad liberadora y no dominante”, decía en 2012 Joana García Grenzner en Píkara.

Conforme iba pasando el tiempo, más y más mujeres que nunca habían tenido una militancia iban dándose cuenta de la importancia del enfoque de género en la participación política. Cada vez tenían más proyección los textos y advertencias de Carolina del Olmo, Marina Garcés, Silvia Federici, Amaia Pérez Orozco, Silvia Nanclares, Carolina León, Beatriz Gimeno, Lucía Lijtmaer, Belén Gopegui. Y cada vez más, periodistas o articulistas de medios de comunicación se abrían a esos conceptos para incorporarlos en sus enfoques. Barbijaputa convierte sus artículos en imprescindibles. Crecen con éxito publicaciones feministas como Píkara y espacios como el de Micromachismos en eldiario.es, que rompe el silencio sobre los abusos cotidianos. Cogen tracción conceptos como la economía de los cuidados, el trabajo reproductivo, la sororidad, el heteropatriarcado.

Las mareas iban cansándose ante el bloqueo y la mordaza de Rajoy, pero el feminismo se seguía multiplicando. Nuevos colectivos surgían como setas en barrios, universidades. El feminismo no necesitaba el permiso de nadie.

4. Llega Podemos: “Yo no soy un macho alfa”.

Y entonces llegó Podemos. Como para cualquier análisis que se haga de la política en España en los últimos años, el nacimiento de Podemos en 2014 es determinante.

Los fundadores de Podemos tuvieron también problemas iniciales. Fue polémica aquella reflexión, luego matizada, de que en busca de la “centralidad del tablero” había debates feministas, como el del aborto, en los que no convenía entrar mucho porque dividían a la sociedad. También hubo críticas por el tono y la figura de Pablo Iglesias como líder, diferente al tipo de liderazgo blando y colectivo que hasta ese momento reivindicaba el 15M o la PAH, que tuvo que responder en Vistalegre 1 a una acusación directa: “Yo no soy un macho alfa”.

Lo cierto es que poco ruido hubo para el que estábamos acostumbrados en 2014: Podemos recibió un margen de confianza, un silencio prudente por parte de comunidades activistas relacionadas con el nacimiento de Ahora Madrid o Barcelona en Comú. En privado, no soportaban algunos dejes; en público, preferían no señalar lo que de otros sí se había criticado. Los colectivos feministas se rearmaron para volver a confimar que si querían que Podemos fuera feminista, tendrían que desbordarlo por dentro. Con el tiempo, la crítica calando hacia arriba a través de las muchas mujeres que poblarían sus cuadros medios y círculos. Alrededor del universo de Podemos empezaron a despuntar nuevas voces de mujeres en la primera línea: Ada Colau, Mónica Oltra, Manuela Carmena...

En paralelo, muchos colectivos post15M se secaban, mucha masa crítica se involucró en los nuevos partidos y dejó de haber tanta actividad de las mareas. Menos de una. Mientras los treintañeros decíamos que Twitter había muerto, que ya no había interés en las conversaciones, una revolución feminista se larvaba de nuevo subterráneamente, en Twitter, también en Instagram, en los barrios y en las universidades.

5. La Manada y el #MeToo

Y así vimos cómo ya en 2014 hubo varias manifestaciones apabullantes contra la ley del aborto de Gallardón, que acabó cayendo. Y en noviembre de 2015, mientras los partidos y los medios pensábamos en las elecciones, llegó la enorme movilización del 7N. Y en 2017, un 8 de marzo premonitorio de asistencia récord, y concentraciones espontáneas como la que gritó por la calle “Nosotras somos la manada” para protestar por la revictimización de las mujeres que sufren agresiones sexuales. Los Sanfermines, el caso de Juana Rivas, las letras machistas del reguetón... la conversación traspasaba el ámbito político y llegaba a las casas a través de los programas de entretenimiento en televisión. Como respuesta, el gobierno se limita a una parsimonia marca de la casa, que indigna a toda persona que esté harta de muertes que acaban metidas en un Excel sin más.

Sobre ese cultivo no es tan extraño que prenda la mecha si se suceden otros eventos encadenados con repercusión global, como la elección de Trump tras demostrarse que es un depredador sexual y un misógino, algo que conecta con la denuncia del caso de Harvey Weinstein. Es un tipo totalmente desconocido en España, pero abre la caja de los truenos: su historia no tiene éxito por morbo sino porque es indicativo de lo que sucede en la industria, en todas las industrias, en la calle, en todas las calles. Hay referentes populares nuevos para multiplicar el efecto denuncia de estos casos, como Leticia Dolera, que son valientes y consiguen traspasar todos esos círculos concéntricos de inseguridad, miedo, censura y acoso que tienen que traspasar las mujeres antes de ser escuchadas. Se ponen de moda y las invita todo el mundo a todo. Hegemonía.

Si encima, como contamos el viernes, las periodistas hacen huelga, si en una misma plaza se juntan Ana Rosa Quintana con la freelance migrante más precaria, el impacto es incontenible. La afluencia a las manifestaciones de este 8 de marzo se explica también por eso.

6. Crisis de sistema, crisis de masculinidad

La crisis económica no ha desparecido en España. Las fórmulas macroecononómicas que se utilizan para medir la recuperación se deciden en despachos donde suele haber pocas mujeres y donde los hombres que hay no suelen hacerse cargo de los cuidados. La macroeconomía insensible contrasta con la realidad a pie de barrio: los pensionistas ya han dado el aviso claro. De la misma manera, el feminismo quiere medir la economía que pone la vida en el centro, es decir, que no se cree los cuentos de la recuperación y el crecimiento a base del sacrificio de lo más básico.

Por eso, sí, el Gobierno tienen razón y la huelga del 8m ha sido ideológica. No de partido, pero sí política. El feminismo aúna reivindicaciones porque en realidad, de la misma manera que la revolución será feminista o no será, quizá el feminismo será económico o no será. La única manera de garantizar una sociedad justa para hombres y mujeres es tocando las bases del sistema económico: políticas laborales, dependencia, rentas universales, impuestos, crianza, educación, meritocracias. Todo lo demás son solo buenas intenciones. Por eso, sí: Ciudadanos tiene razón cuando dice que el feminismo no es compatible con su sagrado capitalismo, al menos no tal y como lo conocemos. El feminismo puede ser eso que nos lleve a lo que venga después, y esa oportunidad histórica a veces pasa desapercibida para los hombres que piensan que el feminismo es una amenaza y no la salvación.

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Juanlu Sánchez es periodista, cofundador y subdirector de eldiario.es. Colabora en La Sexta y en el New York Times. Fue cofundador de Periodismo Humano y como reportero pasó de la cobertura especializada en derechos humanos a documentar la génesis y las consecuencias sociales y políticas del 15M. Es autor del libro 'Las 10 mareas del cambio' y profesor en el Máster Oficial de Innovación en Periodismo de la Universidad Miguel Hernández de Elche.

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