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Treintañero y viciándome

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Daniel Moreno

Tengo más de 30 años, ¿por qué me siguen gustando tanto los videojuegos?

Quizá a día de hoy casi nadie se hace ya esta pregunta, ya que la edad media de los usuarios de videojuegos ha ido aumentando en los últimos años, pero a pesar de todo, es un hecho que sigue chirriando en ciertos sectores de la sociedad, algo que muchos usuarios 'seniors' tratan como un tabú en sus reuniones de empresa o delante de sus familiares. Los videojuegos gustan, enganchan y apasionan a cada vez más gente, sin duda, y más teniendo en cuenta el énfasis de ciertas compañías por conseguir que papás, mamás, niños y abuelas jueguen en familia a los bolos delante de la tele o practiquen fitness. Sin embargo, hace apenas diez años esto era un imposible; una afición de adolescentes que se dejaba atrás al llegar cierta edad y adquirir ciertas responsabilidades. Algunos años más atrás éste era el hecho: te ahorrabas unas pesetas en las recreativas para invitar al cine a tu chica. Así abandonaron muchos la pasión por los Pac-man y los Street Figther, pasión que ahora vuelve a salir a la luz con las reediciones para varias consolas de estos clásicos y que puede provocar más de un roce entre parientes: los viejos vicios vuelven con fuerza, llenando las consultas de psicólogos expertos en terapia de pareja.

¿Cómo ha conseguido la industria del videojuego pasar a ser uno de los pilares de la cultura moderna? Vino y se quedó con fuerza, sus presupuestos en muchos casos son astronómicos y sus cifras de ventas dejan en bragas a muchas superproducciones de Hollywood. Pese a ser la oveja negra del mundo de la cultura para muchos, y recibir críticas y críticas por parte de la 'prensa seria' y las instituciones, la industria del videojuego ha demostrado ser imparable. Y el motivo es muy simple: es la actividad cultural interactiva por excelencia.

Los videojuegos nos permiten hacer lo que por desgracia el cine, la música y la literatura sólo nos deja imaginar. Recuerdo con mucho cariño las tardes de domingo con mi padre viendo Indiana Jones, Jungla de Cristal, Star Wars. Era algo alucinante, posiblemente el mejor momento de la semana, y evidentemente me entraban unas ganas irrefrenables de imitar a mis héroes. Por ello, cuando redescubrí los videojuegos con mi primera Playstation -había tenido acercamientos más que buenos con Super Nintendo, Megadrive y Saturn, pero la Play fue mi primer amor, me robó la vida social y un posible brillante futuro en Harvard…-, ¿cómo no iba a fliparme la idea de pasar horas y horas dentro de una película; de la película, mundo o historia que yo eligiera? Era algo inevitable, era mi destino.

Conducir los coches de las estrellas de cine, pilotar un Harrier como en Mentiras Arriesgadas, luchar como Son Goku. Tomb Raider fue una revolución. ¿Era posible superar a Indiana Jones? Quizá en carisma no, pero está claro que el cambio de sexo le sentó de lujo. No digamos, con la tecnología algo más avanzada, cuando llegó a mis manos el primer Star Wars: Caballeros de la Antigua República…

Con los años aumentan las obligaciones, tenemos menos tiempo de ocio y muchas más preocupaciones en la cabeza. Unos buscan consuelo en el bar, otros en la caja tonta, en el futbol. Otros salen a correr, practican yoga mientras escriben Haikus, o se regeneran por dentro con bífidus activos y leche Omega 3. Cada vez la sociedad es más abierta y variada, crece el abanico de opciones con las que evadirnos, y cada vez más gente empieza a entender que los videojuegos no son el Satanás de la cultura, el comecerebros de niños que durante años divulgaron los medios; si no otra forma más de entretenimiento. Una forma válida, estimulante e incluso sana si se hace con moderación. Videojuegos de cultura, de retos de lógica, de canto, de recetas de cocina, de simulación de mascotas, de fitness. Videojuegos para disfrutar con los amigos, con tus padres, con tu pareja. La oferta es amplia y caben todos los gustos. Por eso no es de extrañar que los que crecimos con ellos a día de hoy dejemos poco a poco de ser esos marginados sociales dentro de un círculo adulto. También pagamos facturas, hipotecas, impuestos. Sufrimos los achaques de la edad, las depresiones postvacacionales, la subida de la prima de riesgo. Nos manifestamos, leemos a Bukowski y Benedetti, escuchamos a Hendrix o Bisbal.

El fácil indentificar el único hecho que nos diferencia del resto y por el cual cada vez ganamos más adeptos: sufrimos como todos, pero nos evadimos como nadie.

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