Cuando la persiana se baja por última vez: el Bar Manaos, en el corazón de Lardero, se despide esta Nochebuena
Esta Nochebuena, tras casi cuatro décadas, el Manaos de Lardero bajará su persiana para siempre. La suya no es la historia de un bar sino la de un pueblo entero que ha compartido en esa barra conversaciones, risas, confidencias, penas y muchas alegrías. Sus propietarios, Pablo y Esmeralda, han decidido emprender hacia otro camino, el de una merecida jubilación tras una vida entera de entrega a su gente.
Pablo, soldador de profesión y soñador de vocación, pasó años imaginando su propio negocio. Quería crear un lugar sencillo y cercano, según explican sus propias hijas, “construido con sus manos y sostenido por algo tan valioso como el trato familiar”. Cuando encontró aquel local, junto a la iglesia de Lardero, en una zona donde no había ningún bar, supo que había encontrado el rincón en el que su sueño podría echar raíces.
Ya entonces Esmeralda caminaba a su lado. Ella ha sido su compañera de vida, de barra y de cada amanecer y cada anochecer detrás del mostrador. Así nació el Bar Manaos, el 26 de junio de 1988, sin imaginar que estaba destinado a convertirse en uno de los rincones más queridos del pueblo. De hecho, a lo largo de casi 38 años pasó de ser un pequeño refugio familiar a algo mucho más grande que un negocio.
Porque en el Manaos no solo se sirvieron cafés y vinos: se escucharon confidencias, se compartieron risas, se celebraron nacimientos, bodas y retornos, y también se acompañaron despedidas. Allí crecieron generaciones enteras; niños que entraban pidiendo un refresco y que hoy vuelven con sus propios hijos, emocionados por presentarlos en “el bar de siempre”. El Manaos fue hogar para muchos, un punto de encuentro donde quien cruzaba la puerta lo hacía como en casa.
Ahora, después de casi 38 años de vida, llega un día cargado de simbolismo. En esa noche en la que el pueblo se llena de familias y mucha luz, el Manao cerrará por última vez sus puertas y Esmeralda y Pablo empezarán una nueva etapa en su vida. Lo harán con el corazón lleno, agradecidos por cada gesto de cariño, por cada vecino que se convirtió en amigo, por haber formado parte de la historia cotidiana de Lardero durante casi cuatro décadas. Y también con la emoción de saber que lo que construyeron no se borra; permanece en cada conversación, en cada anécdota, en cada persona que un día encontró allí un abrazo, una sonrisa o un simple momento de calma.
Han sido sus propias hijas quienes han querido dar a conocer la historia de sus padres como una forma de decirles lo que a veces cuesta pronunciar: “Gracias por tanto, por todo, por hacerlo siempre con amor. Porque, aunque el 24 de diciembre el Manaos cierre sus puertas, el Manaos sigue vivo: en la memoria del pueblo, en las historias que allí se vivieron, y en el ejemplo de trabajo, constancia y humanidad que Pablo y Esmeralda dejan grabado para siempre en Lardero”.
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