Sonia San Román: “El amor es una fuerza arrasadora que nos deja con heridas abiertas”

Sonia San Román, escritora

Gonzalo Peña Ascacíbar

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Sonia San Román regresa a casa. Después de veintiún años donde se ha convertido en una de las voces representativas en el panorama de la poesía contemporánea, vuelve a publicar en La Rioja. Lo hace con su poemario «Esa pequeña víbora disfrazada de diosa», una metáfora de la parte más demoledora del amor.

Los nervios que siente ante la presentación de la obra, que tiene lugar hoy jueves 14 de agosto a las 19:00 en el Instituto Riojano de la Juventud, se corresponden a su vez con la sensación de paz interior que transmite.

El evento forma parte del festival Agosto Clandestino, el cual se ha consolidado como una referencia en el ámbito poético. Este año cumple su vigesimoprimera edición y San Román es la coordinadora del ciclo que, junto a Enrique Cabezón, director del festival, han vuelto a hacer del mismo una cita literaria ineludible.

Se cumple la vigesimoprimera edición del festival Agosto Clandestino. ¿Cómo se están desarrollando los actos en cada jornada?

La estructura es bastante similar a la de otros años. Empezamos en julio en la filmoteca con proyecciones relacionadas con la literatura para después hacer actos que tienen más que ver con los libros.

En cuanto a los recitales vinculados con obras literarias, existen de dos tipos. Por un lado, están las presentaciones de cuadernillos, que se hacen en el Instituto Riojano de la Juventud y donde editamos cuadernillos a los autores y autoras participantes. Por otro, está la sesión de café con hielo y poesía, la cual tiene lugar en Santos Ochoa donde las personas participan con libros publicados en otras editoriales y vienen al festival a mostrarnos sus trabajos.

Además de ello, también nos gusta deslocalizar el festival, sacarlo a los pueblos. Hemos tenido actos en lugares como Autol, Nalda o Cañas. Incluso hemos extendido un pequeño tentáculo a Teruel este año porque allí participé junto con Eva Vaz y volvimos a hacer lo mismo en Logroño. Si no ocurre nada extraño, terminará todo el 6 de septiembre.

El festival cuenta con una gran diversidad de actos poéticos que se reparten por diferentes puntos de la geografía riojana. ¿Cómo está siendo la recepción por parte de la gente?

Llevamos unos años que no podemos más que dar las gracias porque tenemos prácticamente llena la sala del IRJ todos los días. Podemos decir lo mismo de la filmoteca. Incluso en películas donde el lleno pensábamos que no iba a producirse finalmente lo hizo. La gente acude a cualquier cosa que Agosto Clandestino organice y es algo de agradecer porque de alguna forma supone confiar en el criterio de selección de autores/as.

En esta ocasión eres la coordinadora del ciclo. ¿Cuál es tu desempeño en el diseño, configuración y desarrollo del festival?

En realidad es la misma que todos los años. Lo que hago es lo que buenamente puedo porque el alma de todo esto es Enrique Cabezón. Es cierto que he estado en el festival desde el primer día y, como en verano tengo un poco más de tiempo, procuro poner todos los medios que están a mi alcance: desde mi coche hasta mi tiempo, atención, traslado de libros, recogida de vino... Son cositas pequeñas que no se ven, pero procuro estar ahí y hacer lo que sea necesario.

Tu actividad no se queda solamente en la coordinación, sino que cuentas con un papel muy activo como presentadora, antóloga y autora. ¿Cómo te sientes antes de presentar tu nuevo poemario?

Me siento más cómoda como chófer, antóloga y presentadora (risas). Me pone un poco nerviosa la presentación de mi libro. Estoy mucho más acostumbrada a estar entre bambalinas o en el segundo plano, pero hoy el foco va a recaer un poco en mí aunque sí que es cierto que tuve claro desde que escribí este libro quería que saliera en mi casa y no miré ninguna otra editorial. Por lo tanto, me pongo nerviosa, pero mucho menos de cómo estaría en cualquier otro sitio.

«Esa pequeña víbora disfrazada de diosa» es una metáfora del amor. ¿Qué has querido reflejar en la obra?

En lugar de su parte más calmada, es una reflexión del amor en su parte más demoledora tanto cuando llega como cuando se va. Me parece una fuerza arrasadora que nos deja con heridas abiertas y quise hacer esa pequeña metáfora de algo a lo que acabamos por acudir siempre, pero que nos inocula veneno y de alguna manera también nos acaba por matar.

El poemario se divide en tres partes: Zona catastrófica, Puentes y Sed. ¿Qué contiene cada parte y qué recorrido haces por las dimensiones del amor?

En el caso de Zona catastrófica describo la parte arrasadora de una ruptura, del final de un amor de la peor de las maneras posibles. Entonces la metáfora que construí fue la de una riada con el agua devastando, la casa llena de lodo o los muebles flotando para reflejar el estado de ánimo en el que las personas nos podemos encontrar una vez que el amor desaparece de una manera abrupta o inesperada.

La zona de Puentes es una metáfora de una nueva unión o de una posibilidad de unión, pero que de alguna forma no llega a materializarse porque a veces el amor no es suficiente. También tienen que construirse determinadas estructuras que no siempre tienen materiales ni posibilidad de llevarse a cabo.

Por lo tanto, Sed es la oxigenación de los vínculos, estar con una misma, entender los mecanismos del amor y duelo; un período de sequía, voluntario o no, para procurarse el autoconocimiento y cuidar de la viborita del amor hasta que salen las heridas.

Has publicado varias obras, has sido parte fundamental en otras como la colección de poesía de Eva Vaz en «Ropa Vieja» de la cual has realizado el estudio preliminar, pero llevabas veintiún años sin publicar en La Rioja. ¿A qué se ha debido y qué significa para ti?

Para mí es muy importante. Hace justo veintiún años publiqué «De tripas, corazón», que fue el segundo número de Planeta Clandestino. Después de ello, salvo una antología personal que sacó La Cabaña del Loco, no he vuelto a publicar en La Rioja hasta ahora.

Otras editoriales del Estado estaban interesadas en mí. He publicado con Baile del Sol, Suburbia Ediciones, Eclipsados... Tampoco es que haya publicado poesía cada año. Me cuesta bastante editar, pero es cierto que he estado en otras casas en estos años.

Sin embargo, cuando tuve en mis manos esta materia, que es tan personal, vi que era un poco como cerrar un ciclo por dos motivos. El primero es haber realizado el estudio preliminar de la obra de Eva Vaz, que de alguna forma supuso la inauguración del Agosto Clandestino, ya que fue la primera autora que trajimos en 2004 y a partir de ahí vino posteriormente más gente que nos gustaba.

El segundo motivo es que se cumplen veintiún años de aquello y de mi primer cuadernillo, «De tripas, corazón», así que me planteé volver a casa en agosto y cerrar el círculo publicando aquí. Por eso decidí enviar el borrador del libro al consejo editor, que son compañeros y amigos. La mayoría me dijo que adelante con ello porque, según sus palabras, era un regalo y algo muy valiente.

Fue preciosa la recepción en todos los casos. Uno de ellos me planteó si estaba segura de publicarlo al ser un poemario escrito desde la herida, ya que es totalmente autobiográfico, pero yo no sé escribir de otra manera. Mi poética es visceral, desde la herida. Al final, no se trata de algo egocéntrico, sino que la herida propia es una herida universal. Si se quiere llegar a los demas, tenemos que hurgar en lo nuestro para que esto suene verosímil o verdadero.

“He vuelto a escribir, he vuelto a la vida”, afirmabas a principios de año. ¿Qué te da la poesía y qué le das tú a ella?

Yo a ella no sé qué le doy. Igual no le doy más que guerra, pero ella me da la capacidad de nombrar todo aquello que me interpela. Como decía Juan Gelman, “la poesía nos sucede”. He vuelto a la poesía porque la poesía volvió a mí por la necesidad de expresar o poner en palabras todo lo que me está ocurriendo o que se me está sobrando porque al final el poeta no es más que una especie de decantador o de filtro de lo que le va ocurriendo alrededor.

Cuando llega un momento en el que necesitas que eso salga, porque si no revienta, tienes la obligación de poner las mejores palabras que encuentres. Eso es lo que la poesía me da: la capacidad de reflexionar acerca de lo irracional que a veces nos ocurre, de lo que nos devasta, de las cosas que a veces no controlamos y que nos pasan aunque no queramos.

Además de la sensibilidad y emoción que transmites con las letras, están tu dedicación en el aula y tu voz en causas como la reivindicación del fin del genocidio en Palestina. ¿Cómo de importante es el compromiso en la educación y la cultura?

Es importantísimo. Todas aquellas personas que tenemos un altavoz, por pequeño que sea, tenemos que utilizarlo para hacer visibles las injusticias y yo tengo muy claro de qué lado de la balanza estoy. Siempre estoy del lado de quien sufre, del más débil y de quien a lo mejor no tiene ese altavoz para decir las cosas. Si el mío puede servir, aunque sea un poquito, lo voy a utilizar siempre.

Me da lo mismo si alguien me da un sartenazo. Con los años que tengo no me voy a callar y sé de qué lado quiero seguir estando. Ni me voy a callar en el aula ni en mi poesía. Aunque en este libro hablo del desamor, los problemas sociales me importan mucho.

“Nos queda el fuego, nada menos. Ese que vive debajo la lengua y al que llaman amor, esa pequeña víbora disfrazada de diosa”. ¿Dónde consideras que se encuentra ese fuego en el mundo actual?

Ahí hablo del fuego del amor, que realmente es curioso porque necesitamos que otra persona nos lo encienda, pero ese fuego lo tenemos dentro. Esa reflexión la estoy haciendo desde la sed, desde ser conscientes de que el fuego es interior aunque siempre necesitamos del otro o la otra.

El amor es profundamente social, pero tenemos que revisar mucho cómo acudimos al amor porque hay veces que tiene ese componente educativo que no es demasiado sano. Tenemos que ser un poco más libres en cuanto al amor. “Ama y ensancha el alma”, que diría Extremoduro. Con esto me quedaría.

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