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“Alcalde, ¿te enteras? El hambre no espera”: un año de ayuda humanitaria vecinal en Madrid

Vecinos de Madrid protestan ante el Ayuntamiento por la falta de ayudas sociales

Andrea Atanes

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Familias de todo Madrid llevan un año sobreviviendo gracias a Valiente Bangla. Con donaciones particulares, esta asociación de Lavapiés llena 700 neveras de más de 26 nacionalidades —entre ellas, 60 españolas, 131 latinoamericanas o más de cien marroquíes—, pero no puede aguantar mucho más. Ante la sorpresa de algunos madrugadores madrileños, este sábado familias, voluntarios y vecinos, a golpe de cacerola, han acercado las colas del hambre al propio Ayuntamiento de Madrid para denunciar un año de inacción política, 365 días en los que las asociaciones de los barrios obreros, como Valiente Bangla, han tenido que organizarse para alimentar a todo aquel que llamase a su puerta por la emergencia social provocada por la COVID-19.

El colectivo nació en 2007, de la mano de 37 personas migrantes que, tras permanecer escondidas durante cinco años en las montañas de Ceuta, saltaron la valla en 2006. Después de varios años de “lucha clandestina”, como la denomina su propio presidente, Elahi Mohammad Fazle, consiguieron la condición de “legales” por su activismo social ayudando a la integración de todo tipo de personas.

Su acción antes de la pandemia se centraba en la inclusión de migrantes, ayudando a la obtención de papeles, mientras muchos esperaban la tramitación de protección internacional, la tan ansiada condición de refugiado. Otra de sus labores era el trabajo con intérpretes para romper la barrera del idioma en la inserción laboral. Sin embargo, la llegada del coronavirus llenó hospitales y vació despensas. Los vecinos se quedaron sin sustento y llamaron a la puerta del colectivo, pues la asistencia humanitaria se hizo más necesaria que la burocrática.

“Si los políticos quisiesen dar ayudas, las tendríamos mañana”, sentencia Fazle tras la lectura de su manifiesto delante del Palacio de Cibeles. No han recibido respuesta a ninguna de sus peticiones por carta ni por parte de la corporación municipal ni del Gobierno central o la Comunidad de Madrid. En la concentración, a voz en grito y con la vista puesta en el despacho de Martínez-Almeida, reclaman: “Alcalde, ¿te enteras?, el hambre no espera”. El presidente tiene claro que la única solución es un cambio en el sistema: “Si quieren luchar por los ciudadanos, tienen que cambiar el chip. Se necesita una ayuda directa, sobrevivir no es delito”.

En el acto ha querido estar presente Rafaela Pimentel, conocida activista de Territorio Doméstico, colectivo feminista que forman mayoritariamente empleadas del hogar. Megáfono en mano, Rafaela ha exigido a la clase política que ponga a la gente en el centro, achacando la situación a un problema estructural: “No puede ser que las instituciones dejen el trabajo a las asociaciones. Estamos hartas de que pongan parches. No queremos caridad, queremos derechos”. También ha tomado parte Ana Longoni, directora de Actividades Públicas y del Centro de Estudios del Museo Reina Sofía, representando a la red de colaboración 'Museo Situado' de la que forma parte Valiente Bangla.

400 euros para alimentar a seis personas

Afrosa se encuentra sin trabajo debido a la pandemia. Son seis en casa, ella, su marido y sus cuatro hijos. Su contrato acabó en febrero y ahora sobrevive con un subsidio de paro de 168 euros. Gracias a Valiente Bangla, de la que forma parte desde hace ocho años, contó con un intérprete y ahora se defiende en español, lo que le ha facilitado un contrato laboral. Pero la COVID ha traído el hambre a su casa. Dice no entender cómo otros países reciben ayudas tan rápido. “Yo he solicitado la ayuda del alquiler, el Ingreso Mínimo Vital…. Este último no es favorable porque en diciembre solicitaron la tarjeta de residencia de mis hijos, que estaba en trámites de renovación. Caducó antes la solicitud del IMV”. Las semanas se hacen meses entre burocracia y las ayudas no llegan.

En septiembre volverá a trabajar —eso le ha prometido la empresa—, pero con 400 euros no llega para todos. Afrosa era vecina de Lavapiés, sin embargo, tuvo que mudarse a Carabanchel por no poder costearse un alquiler en el 'nuevo Malasaña' como consecuencia de la gentrificación del barrio. Aun así, a pesar de verse obligada a abandonar la que había sido su casa, confiesa: “El próximo mes puedo verme viviendo en la calle porque no puedo pagar el alquiler”.

La activista se ve reflejada en sus vecinos, entre los que encuentra apoyo y una red de seguridad, de cuidado mutuo. “Hay dos niñas que viven a mi lado, sus padres me llaman y me dicen: ‘no tenemos comida, ¿qué vamos a hacer?’. No entienden español, yo les ayudo como puedo”, explica ella, matizando que la asociación necesita llevar un registro a través del NIE, que no tienen las personas en situación irregular.

Desde Valiente Bangla se seguirá asistiendo a quien lo necesite, con o sin pandemia, mientras se lo permitan sus fondos y las instituciones no se hagan cargo. Ya que, tal y como gritan, “es inhumano negar hasta el pan”.

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