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Almeida homenajea al golpista Millán Astray en la inauguración del monumento a la Legión

Peio H. Riaño

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Al final no llovió. Pero los nubarrones pintaron la tarde desapacible y gris, como en blanco y negro. Un atardecer de brandy y conspiraciones, que reunió a unas quinientas personas mayores, y algún niño, frente al Cuartel General del Estado Mayor, junto al monumento a la Constitución de 1978, en una plaza en la que el alcalde José Luis Martínez Almeida (PP) se ha presentado para rendir homenaje a Millán Astray con la inauguración de una estatua de seis metros de altura de un legionario armado con una bayoneta. Ha hecho repaso a los homenajes que hay en Madrid a la Legión y ha reivindicado la calle dedicada a Millán Astray, que él mismo restituyó en el callejero de la ciudad, en 2021, en el distrito de Latina. La mención ha sorprendido incluso a los presentes, que al final del acto han pedido vivas para el militar mutilado y para el dictador Francisco Franco.

En su perorata, el alcalde agradeció a la Legión que “la vitalidad de Madrid descansa en la libertad que nos proporcionáis”. Martínez Almeida había llegado con muchas ganas de hacerse con el público, pero ahí estaba Javier Ortega-Smith para frenar la fuga de votos. El portavoz de Vox no habló pero se hinchó a selfies. La imagen era bien curiosa: a uno y otro lado de la estatua, batalla por la popularidad y las fotos. La fila de Ortega-Smith era más numerosa y tardaron varios centenares de retratos en retirarse del lugar. Almeida se abrazó al honor, la lealtad, la obediencia, el servicio y recibió gritos de “rompetechos” y “traidor”. No jugaba en casa. “Yo echo de menos a la Ayuso. Esa sí que sabe defenderse. ¡Vaya legionaria! Sabe dónde disparar”, cuenta uno de los asistentes al acto.

La estatua recuerda un momento decisivo en la historia de este país, cuando Franco y Millán Astray forjan en las escaramuzas de Marruecos el prestigio y reconocimiento que ponen a sus pies el Ejército. En una verja cercana algún espontáneo ha colgado la mítica foto de los dos abrazados, en el Rif. La imagen del fotógrafo Bartolomé Ros es un recurso habitual para demostrar que, efectivamente, la inteligencia ha muerto. Pero aquí la usan para probar que la muerte está muy viva. La han impreso en una lona y cuelga para que el público se haga foto con ella de fondo. Un retrato con paisaje fascista. En la lona se puede leer: “Honor y gloria a nuestros héroes”.

Las fuerzas vivas presentes recurrieron al fondo de armario, con las viejas camisas de sus uniformes. Unos las combinaban con abrigos Barbour, pana azul y mocasines de piel marrón y otros preferían el pantalón de camuflaje y las botas militares urbanas de montaña. El golpe nostálgico que no faltó en el outfit fue el gorrillo legionario o Chapiri. Uno de los que salieron de casa sin él había impreso en un folio otra foto mítica: el retrato de cuerpo entero de Millán Astray realizada por Alfonso, sin su brazo izquierdo y sin el ojo derecho. Causa mucha admiración el cuerpo mutilado del militar a los que ahora desfilan musculados y depilados. En el folio el hombre ha escrito con un rotulador: “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”. Entre los legionarios no hay duda de lo que dijo delante de Unamuno, en Salamanca. 

Un regalo envenenado

Lo que ahora es costumbrismo hace un siglo fue barbarie y atrocidad. Las escenas dantescas de legionarios exhibiendo cabezas cortadas de la población enemiga recuerdan la extrema brutalidad y las atrocidades contra civiles que cometieron aquellos soldados que ahora están en pedestal. Los mismos a los que, según Almeida, los españoles deben “la libertad”. Historiadores como José Álvarez Junco han señalado que la Legión fue un cuerpo que introdujo “un grado de violencia en la forma de hacer la guerra” que provocó que “la contienda fuera tan sangrienta”. De aquella brutalidad en la unidad de choque colonial no hay ni rastro en la estatua propagandística que ha hecho Salvador Amaya por encargo de la Fundación del Museo del Ejército, que ha regalado al Ayuntamiento. 

No se ha querido perder el acto Luis Lafuente, director general de Patrimonio Cultural en el equipo de Andrea Levy, y responsable de que este monumento pasara por la Comisión de Calidad de Paisaje Urbano del consistorio. Los integrantes de la misma ya advirtieron a elDiario.es que nunca tuvieron acceso a la imagen ni a debatir sobre la instalación del legionario. La escultura no ha gustado ni en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde el artista Juan Bordes, vocal de la Comisión de monumentos de la Academia, consideró a este periódico la colocación de esta estatua mucho más grave que cualquier agresión al patrimonio.

La escultura que homenajea, un siglo después, aquella crueldad les ha parecido “muy bonita” porque “parece de verdad”. Y al ser una recreación de un soldado de 1921, todo en orden. Ese es el ardid que el artista, los militares y el Ayuntamiento de Madrid han usado para esquivar la Ley de Memoria Histórica. “No hay honor. Ni sangre. Hoy todo son móviles y nada más”, lamenta la misma persona que porta la fotocopia de Millán Astray. Esas palabras resuenan al discurso de Arturo Pérez-Reverte en El Hormiguero, pero el autor de la saga de Alatriste no ha acompañado a los legionarios en su día. 

“A ver cuánto tardan en bautizarlo la escoria”, dice otro de los caballeros del público. “No se hace con la del mayor asesino, el alentador de las checas y lo van a hacer con éste”. “¿A quién te refieres?”, le pregunta su compañero. “¡A Largo Caballero!”, responde. Cuando se enteran de que Martínez Almeida ya acumula dos sentencias en su contra y que tendrá que reponer las placas derribadas en su homenaje se llevan un chasco terrible. “No teníamos ni idea”, comentan. “Es que estos aplican la Ley de Memoria Histórica a su antojo”. Precisamente dos magistrados llamaron la atención sobre las invenciones de Vox y el PP en sus argumentos contra Largo Caballero

Hubo mucha barba, mucha gorrilla, mucha bandera de España sin aves rapaces y también mucha brecha digital. La comunidad nostálgica ahora va armada con móviles y tabletas. Es posible que en tiempos pretéritos fueran más hábiles con las bayonetas que enfocando y encuadrando la escena para no olvidarla. El acto acabó con el himno nacional, que a cierta edad es lo único que devuelve la rectitud a los cuerpos ancianos.

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