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Jugar en el parque depende del lado del río en el que vivas

Samuel y Teo juegan alrededor del precinto de un parque infantil de Madrid Río, en el lado de Usera.

Sofía Pérez Mendoza

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“Volvemos a pasear y pasear como antes, sin que pueda jugar”. Ruth, residente en el distrito de Usera, observa de lejos a su hijo Samuel, de tres años, dando vueltas sobre el tronco de un árbol de Madrid Río. A su espalda, hay un parque infantil precintado. El cierre forma parte de las nuevas restricciones decretadas por la Comunidad de Madrid para las zonas con más contagios y deja una enorme brecha entre un lado y el otro del Manzanares. Los niños y niñas de la margen derecha del río -de Almendrales y Las Calesas- se han quedado sin columpios mientras los de la izquierda -de Arganzuela, inmediatamente enfrente- juegan sin limitaciones. Poder disfrutar de los toboganes o no depende, en este caso, del lado del río en el que vivas.

A Samuel le han explicado que el parque se ha vuelto a “romper”. Él se divierte correteando en una zona empedrada junto a Teo, un amigo del colegio. Su madre no tiene claro si pueden estar ahí siquiera. No es la única. Los vecinos no se aclaran con las restricciones. El Ayuntamiento de Madrid ha colocado vallas que advierten de que el parque está clausurado a la altura de estas áreas básicas de salud. Esta mañana los accesos desde Almendrales, Las Calesas, Orcasur, San Fermín y Entrevías estaban precintados con tiras rojas y blancas. Pero unas horas después, en plena hora punta del juego infantil, esos precintos habían desaparecido y yacían en el suelo, incrementando las dudas de las familias.

La nueva orden de Sanidad dice lo siguiente al respecto: “Se suspende temporalmente la actividad en parques y jardines públicos y parques infantiles de uso público”. ¿Qué significa? El Ayuntamiento de Madrid lo vincula con pasear, correr, montar en patines o en bicicleta. “Si es de tránsito sí está permitido”, aclaran fuentes municipales.

“Por el botellón no pueden impedir los usos cotidianos”

A pocos metros de los columpios sin niños, se levanta un gran centro comercial. En esa misma orilla del Manzanares confinada. “Es todo al revés”, se queja Sara, con dos niños de uno y tres años, que no concibe que los colegios estén abiertos, “los niños se mezclen allí y después no puedan salir un rato al parque” sin salir de la zona cerrada. Tanto Ruth como Sara son partidarias de “actuar” contra los “usos inadecuados del parque”, como los botellones, pero no entienden que por ese motivo se opte por clausurar toda la zona verde con una población ya con muchas limitaciones de movimiento. “Por eso no pueden prohibir los usos cotidianos”, lamenta Ruth.

Los puentes que comunican una y otra orilla del río están libres de precinto. Los residentes de ambas márgenes atraviesan esta frontera para trabajar, ir al colegio o cuidar. “La división entre un lado y otro es ahora más pronunciada”, opina Rubén, un periodista en la cuarentena que lleva a sus hijos a un colegio en Arganzuela aunque su casa está en Usera. “Nos han confinado”, repite una y otra vez su hijo menor. Este lunes no se han quedado en el parque con los amigos del cole porque no está permitido. “Aunque son su grupo burbuja”, remacha el padre. Son menos de las cuatro de la tarde y los tres tienen una larga tarde por delante en casa.

La familia de Olga -ella, su marido Maxi, su hija Nora, de dos años, y un perro- están tanteando cruzar. “No nos aclaramos con el cartel. Esto no parece cerrado. Estamos explorando, por lo menos estos dos primeros días hasta que multen”, admite esta actriz, desconcertada con qué se puede y qué no se puede hacer. “Ha pasado un día y ya nos sentimos aislados. Entiendo que se tengan que tomar medidas, pero personalmente esta situación me tiene jodida. He tenido que cancelar todos mis ensayos”, lamenta.

El Consistorio capitalino, dirigido por José Luis Martínez-Almeida, ya había puesto límites, dentro de sus competencias, a la estancia en los parques para “evitar botellones” a finales de agosto. El acceso solo estaba permitido hasta las 22 horas. La medida ya encontró muchos detractores. El equipo municipal fue, además, muy criticado en la desescalada porque tardó varias semanas en abrir las zonas verdes con el argumento de la “prudencia” mientras los ciudadanos se agolpaban a las aceras a la hora tasada del paseo.

En la práctica, los vecinos de Usera están usando el parque para hacer deporte y caminar. No hay ningún agente municipal que se lo impida. “Madrid Río es un parque difícil de controlar”, admiten desde el Consistorio, que pretende repetir la operación postconfinamiento. Es decir, controlar los accesos con presencia policial. Entonces soltaron drones que informaban desde las alturas de las restricciones.

En otros grandes parques más periféricos, como Pradolongo (también en Usera), no había ni carteles, ni precintos ni vallas. Nada indicaba, a mediodía del lunes, que estaba prohibido usar el recinto. El Ayuntamiento de Madrid no aclara por qué este parque de gran tamaño no se ha precintado y otros sí. “En estos bancos la gente se reúne a beber. Hemos llamado a la Policía varias veces y aquí no viene nadie”, asegura Rosa, una vecina cuya ventana asoma al parque.

“A mí me gusta jugar y creo que también a los niños del otro lado”

En el otro costado del río Manzanares, las tardes de juego permanecen casi intactas. Los columpios -mucho más numerosos y atractivos en este lado- reúnen a varias decenas de familias. Desde la margen privilegiada tampoco entienden la medida. “Te recomiendan estar al aire libre pero sin embargo te cierran los parques. ¿Qué hacemos con ellos de cuatro a nueve?”, se pregunta Roberto. Carmen, su hija de nueve años, lo tiene claro: “A mí me gusta jugar aquí y creo que a los niños del otro lado del río también les gustará”.

Adriana escala por una barra de metal. Tiene siete años y una larga melena rubia. La niña se pega a Laura, su madre, escuchando muy atenta la conversación, pero no habla. “Parece que los adultos nos podemos mezclar y los niños no”, dice la progenitora. Todos los que hoy juegan en ese parque se acuerdan del confinamiento, de los largos días en casa. “Estos dos míos se aburrían de ir carril bici para arriba y para abajo”, recuerda Laura. En unos columpios anexos, Fernanda cuida a Alejandra, de cuatro años. No sabía que apenas unos metros más allá, atravesando el cauce, los menores no pueden utilizar los parques infantiles. Se queda perpleja.

Hasta el miércoles, las fugas para jugar no tendrán sanciones. Después, cruzar el río en busca de unos columpios abiertos acarreará multas. Es un incumplimiento más de las restricciones a la movilidad en 37 áreas básicas de salud de toda la Comunidad de Madrid. Aunque el pronóstico agorero de la mayoría de vecinos es que en pocas semanas la brecha se habrá diluido porque todo Madrid Río será zona confinada.

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