Comer en bares y restaurantes de Malasaña, además de otros apuntes gastronómicos.
Por Lu
Josefita es la nieta del Bar La Gloria, del que hablo aquí, y un sitio para ponerse fino, según ellos mismos declaran. Como ya comenté en este otro artículo, la tendencia de Malasaña a producir grupos de restauración exitosos es importante, espero que Josefita y Bar La Gloria se añada a la lista y, finalmente, Malasaña domine el mundo, que se nos acaba el tiempo.
Hablándonos de abuelos y nietas en su web y recibiéndonos con la banda sonora de Dirty Dancing solo puedo pensar que la nostalgia reina en este lugar, como en la vida misma. La nostalgia, últimamente, parece jugar un papel fundamental en los medios, en las ventas, en nuestro día a día o ¿solo me llega a mí que estoy en esa edad en la que la decadencia ya se ha instalado en tu vida y no hay nada que hacer más que acogerla amablemente e invitarle a un té con pastas? Me temo que debe ser lo segundo, porque también hay cosas nuevas, como el reguetón —bueno, nuevo hasta cierto punto—, tan alejado de la nostalgia y tan cercano al sexo y a las hormonas revueltas, una versión de Dirty Dancing cargadita de Dirty.
Por cierto, los escenarios de Madrid también se llenan de nostalgia con musicales como el de Tina Turner, el de Fame —Feeeeim, aim gonna lififoreva, aim gonna lern jawtuflai, nananá, nananá, nananá— o ¡uno de Dirty Dancing! Con los musicales tengo siempre una relación extraña, solo he visto Los Miserables hace siglos, y me gustó, ahora tengo cierto rechazo esnob a todos los musicales y, sin embargo, voy a la ópera y pienso que, tal vez, los musicales de hoy sean la ópera de mañana y entonces la cabeza explota explótame expló..., lo dejo.
Bueno, a continuación la escena culmen de Dirty Dancing —un destripado en toda regla— con su música. Ay, la nostalgia, no puedo decir que no me traiga recuerdos, vi la peli en su momento, me compré la cassette y soñé con ser Baby antes de su rinoplastia, pero no sé bailar.
La decoración del lugar es sencilla y efectiva; con su toquecito de suelo masónico, entramos y la dualidad del blanco y negro ajedrezado nos sitúa en la realidad, solo nos falta una bóveda celeste a la que aspirar. También presenta barras de pared, zona de bar y mesitas pequeñas, con luz ligera de esa que se lleva ahora en forma de lámparas de cristal. Completan el local vasijas decorativas, también de cristal, y cojines y tapicería con motivos botánicos del estilo de los que vendían en la, ya inexistente y otrora floreciente, tienda de Tapicerías Peña de Gran Vía; cómo me gustaban los cojines de animales aristocráticos de esa tienda, eran tan guapos, pasaba a menudo por allí a saludarles, soñaba que cuando cerraban la tienda hacían fiestas gatopardescas. Qué pena que haya cerrado, hoy es el día de la nostalgia. Todo aquí es nostalgia, es lo que nos queda ante un futuro poco halagüeño y un presente extraño.
Y seguimos con otro elemento decorativo profundamente nostálgico, los platos de Duralex color ámbar. Hasta tal punto la nostalgia nos invade que dicha vajilla, que decora la pared del establecimiento, se ha vuelto a reeditar y tiene exitazo. Una vajilla que no aporta nada al mundo de la estética mundial, no obstante lo cual está teniendo una excelente acogida entre restauradores y mundo general por su valor añadido: la nostalgia. Esperemos que no vuelva El Naranjito —que tuvo su momento—, pero ya no me extraña nada, he visto a mucha gente por el barrio con chaquetas de chándal de Tactel® al más puro estilo drogata callejero de los años 80-90.
Una cosa muy agradable de este lugar es que dejan entrar a perrinis, y eso siempre es bonito y permite a uno mirarlos arrobado mientras come. Bueno, vamos a la cuestión gastronómica. En su carta cuentan que todos los productos proceden de pequeños comercios del barrio, lo cual les honra, y son nacionales, y si quieres agua del grifo te la dan sin problema, lo cual también es loable pues, aunque la hostelería tiene la obligación de darte agua del grifo si la pides —Anteproyecto de Ley de Residuos y Suelos Contaminados aprobado el 2 de junio de 2020 por el gobierno—, muchos parecen declararse en rebeldía al respecto.
Para beber, escogemos manzanilla La Cigarrera variedad palomino fino de Sanlúcar de Barrameda (3,00 €) y nos ponen, para acompañar, unas sabrosas aceitunas marinadas. Para una explicación clara sobre la manzanilla y el resto de los vinos olorosos del Marco de Jerez, véase el despiece de este mi artículo. Remito a artículos ya escritos porque no me gusta repetirme, aunque a veces lo haga. Esta manzanilla parece más una manzanilla pasada que una manzanilla típica, es decir, es como si el velo de flor se hubiera debilitado y hubiera dado paso a una oxidación que le aporta un algo de oloroso, una mayor profundidad que la propia de la típica manzanilla, con su salinidad y su frescor. De color ámbar, como los platos de Duralex, es intensa, aromática, levemente oleosa y maderosa, te deja la boca untuosa y con la duda de si te estás tomando una manzanilla, una manzanilla pasada o un oloroso, con su mineralidad y su algo de cerrado, como si de una obsidiana en una caja de cedro se tratase, parece una idiotez —y puede que lo sea— pero eso es a lo que me recuerda, aunque no suelo lamer ni obsidianas ni cajas de cedro. Sobre la copa hasta arriba o copón, no digo nada, doble ración al precio de copita, win win.
De primero, elegimos un mollete Club (9,50 €), un homenaje al sándwich club del VIPS. Es el momento de la nostalgia del presente, que también existe, de esas cadenas que no han cerrado pero algunos de sus locales sí, como el VIPS de Fuencarral. Este último fue un lugar emblemático donde los haya, por su color rojo y su fondo negro, cual novela, su ambiente entre tienda de alimentación y de objetos de regalo de último minuto, donde los libros de Taschen se hacían fuertes y las tabletas de Cadbury también —cuántas habré comprado, ahora no hay quien las encuentre— y zona para merendolear… todo ello, ahora, sustituido por el amarillo y azul Lidl y su luz blanca de carnicería antigua. Por suerte, aún hay muchos VIPS y todavía se puede ir a tomar tortitas con batido de chocolate o el famoso sándwich Club que las señoras de bien se meten entre pecho y espalda en el VIPS de Serrano a modo de merienda-cena. En este ejercicio de nostalgia, debo decir que echo de menos el arroz a la cubana con aquella salsa de tomate riquísima y caserísima del California de Goya. Bueno, vamos al sándwich Club del VIPS: lleva guarnición de patatas y está compuesto por pechuga de pollo, tomate, lechuga, mahonesa, beicon, jamón de York y queso y, por supuesto, pan de sándwich, blanco. En el caso del mollete Club, prescinden con tino de la guarnición y del jamón de York y sustituyen el pan de sándwich por un mollete, de Antequera de toda la vida. El resultado es un mollete entre fresco y delicado, en el que el tomate aporta una ligera acidez, el mollete y el beicon introducen un punto crujiente y, en conjunto, se consigue un todo cremoso muy agradable.
Continuamos con calamares con alioli casero (13,50 €). Están estupendísimos, cefalópodos —seres a los que les salen los pies de la cabeza, para los amigos—de fritura ligera y de textura tersa con un alioli que parece más una mahonesa sencilla, pues el ajo no se percibe prácticamente. Muy ricos y delicados. A mí los calamares fritos de este modo me recuerdan a Benalmádena Pueblo, son nostalgia marina rebozada de veraneos.
Después, es el turno de las albóndigas con salsa de tuétano con daditos de patatas fritas (14,50 €). Acompañadas de pimientos de Padrón que, en este caso, no picaban, estas albóndigas tenían, creo, una pizca de comino y eran de textura ligeramente elástica, la salsa, aunque escasa, era potente, tenía algo de demi-glace, de concentrado, seguramente el tuétano había aportado su intensidad. Eran sabrosas, caseras, con mezcla de carne de cerdo y ternera, su salsa era profunda, de guiso de horas de carne y cebolla, y las patatas y los pimientos funcionaban perfectamente como agradable guarnición. Este es el plato típico para vivir la nostalgia de mami, aunque mi madre nunca ha hecho albóndigas, no se le daban bien, y a mí tampoco, tan pronto me quedan como balines como se desintegran, un auténtico desastre.
Y, para finalizar, chocolate, aceite de arbequina, sal y pan tostado (5,50 €). Hoy no hago oda no porque no me haya gustado, sino porque estoy en modo nostálgico y la nostalgia me nubla el cerebro y no soy capaz ni de hacer ripios, afuera está lloviendo. Este postre es excelente. La especie de ganache de chocolate tiene una textura suave y cremosa y un sabor a chocolate negro al que una nata densa y con la grasa propia de una buena nata le aporta una tersura y una frescura encantadoras y su acompañamiento, un ácido y delicado aceite de arbequina, sal (que me parece que era con trufa) y pan tostado, le complementa perfectamente. Lo único que podría mejorar este postre es que el pan estuviera recién tostado, ese calorcillo aportaría un plus de contraste a ese todo fantástico que lo convertiría en un postre de 10, ahora es de 9,5. Una evocación nostálgica a las meriendas de pan con aceite y pan con chocolate convertida en una ricura con diversos grados y tipos de acidez, la propia del chocolate y las del pan y el aceite, ¡chipén, aquí, en modo Jarama soñando con pícnics al lado del río!
Bueno, pues aquí se acaba este viaje gastronostálgico al pasado. No soy dada a la nostalgia, porque me parece una forma de perderse el presente, aunque a veces la nostalgia brota de un aroma, de unas croquetas de Proust o de un ritmo y, ahí, poco puede hacer uno más que dejarse llevar para luego volver.
Recomiendo ir a Josefita si te gusta la comida casera bien hecha y las materias primas de calidad, así como recibir un trato agradable y estar en un lugar nostálgico. Además, tienen embutidos extremeños, aceites y jereces de calidad y un montón de cositas para picotear, por lo que resulta un sitio ideal para ir en hordas.
La web no les funciona muy bien, al menos en el momento que escribo este texto, así que dejo aquí el enlace de Tripadvisor, que sí chunfla.
P.S. Me pregunto si dentro de un tiempo los jóvenes de ahora tendrán nostalgia de la pandemia, de las mascarillas, si al escuchar música como la siguiente revivirán toda esta historia y de qué forma la revivirán. Yo de la canción solo echo de menos al cousin Greg, que me caía muy bien, la cuestión pandémica no creo que despierte mi nostalgia, aunque, bueno, a saber, la nostalgia tiene mecanismos extraños...
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