Awa
Después de que Manuel me dejará un USB con la música del evento para que la escuchara en el coche o donde quiera, paseaba por la calle pensando en la composición final.
Era una tarde de primavera muy lluviosa. De las que no sabes muy bien qué ponerte al vestir, si una chaqueta o un chubasquero. De las que no sabes muy bien si tomar un refresco o un café caliente. De las que no entiendes que irá mejor, si las botas para lluvia o un buen zapato. De las que no da mucha gana de andar, sino más bien quedarse en casa. Una de esas tardes que buscas cobijo en cualquier sitio recogido. Una de esas tardes en las que debería estar prohibido salir de casa.
Y en esos pensamientos vi a aquella chiquilla. Apenas tendría 15-16 años. Totalmente empapada. No era de extrañar porque acababa de caer una chupa de agua de las que hacen historia.
Se acercó para pedirme algo de dinero. La verdad es que por defecto no suelo dar dinero en medio de la calle por miedo que salga alguien y me robe, salvo que lleve algo suelto en los bolsillos, pero por precaución no suelo sacar el monedero en la calle.
El caso es que le dije que no, pero ella sacó un papel del bolsillo con una de esas ofertas de menú y con un prácticamente inexistente español me señaló el papel y me hizo saber que quería comer.
Le pregunté que de donde era. “Senegal” me contestó con un fuerte acento francés. La verdad es que yo de francés no tengo mucho idea, creo que lo mismo que ella con el español. Se me ocurrió hablarle en inglés y ella respondió mejor.
Era una chica alta, muy delgada y guapa. Limpia pero con el pelo algo alborotado.
Ya que teníamos como entendernos, le pregunté que si quería comer y me respondió que sí.
Nos dirigimos a una sitio tranquilo que conozco en Argensola 7, el Dray Martina. Es un sitio muy hogareño de los que, su ambiente de madera y ladrillos, invita a estar charlando mientras degustas algunos de sus originales platos. Nos pedimos un sándwich y una hamburguesa de queso con un refresco y un té frío, y comenzamos a hablar entre bocado y bocado.
Me dijo que se llama Awa. Que nombre más bonito pensé. Suena muy bien en español, como agua.
Me comentó que llegó con su hermano mayor hace unos meses pero que un día la policía le pidió la documentación y que como estaba ilegal la iban a deportar. Ella se había quedado sola en Madrid y estaba viviendo con otra compatriota en su casa donde vivían 15 persona más.
La dejé comer tranquila. Era evidente que estaba hambrienta y no dudó en repetir cuando se lo pregunté. Awa, una chica alta, delgada y guapa. Muy educada y con modales pero con mala suerte en su vida, pero quizás no fuera la última vez que la viera…
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