“El silencio de Elvis”, un canto de rock & roll a la visibilización de la salud mental
El pasado sábado la Academia de Cine reconocía a la película “Campeones” y a uno de sus intérpretes, Jesús Vidal, con sendos Premios Goya. Sentaba así un precedente, visibilizando al colectivo de personas con discapacidad en una historia de superación, trabajo en equipo y valores que nos recuerda que hasta las personas “normales” tienen sus imperfecciones, más o menos visibles.
“Señoras y señores de la Academia, ustedes han distinguido como Mejor Actor Revelación a un actor con discapacidad. Ustedes no saben lo que han hecho. Me vienen a la cabeza tres palabras: inclusión, diversidad y visibilidad”, declaró un emocionado Vidal en un discurso de agradecimiento.
En él también agradecía a sus progenitores su apoyo incondicional. “Queridos padres, a mí sí me gustaría tener un hijo como yo, porque tengo unos padres como vosotros”. Una figura indispensable para muchas personas con discapacidades, tanto físicas como mentales.
Este es el caso de Vicentín, el protagonista de la obra de teatro “El silencio de Elvis” que, desde el pasado miércoles 30 de enero y hasta el 3 de marzo, se representa en el Teatro Infanta Isabel y que nos acerca, desde la comedia, a una realidad muchas veces silenciada: la salud mental.
En ella se habla de la vida de este joven, diagnosticado de esquizofrenia, que tiene una obsesión: convertirse en una estrella de la canción como el mismísimo Elvis Presley, a quien admira y ve de manera recurrente en sus múltiples alucinaciones, o en el protagonista de algún programa televisivo que le de unos ingresos que le ayuden a salvar su casa el embargo del banco.
Pero también de su familia (su padre, su madre y su hermana), con quienes pasa la mayor parte de sus horas desde que perdió su trabajo en la construcción y que tratan (muchas veces sin éxito) de que Vicentín tome su medicación y pueda llevar una vida “normal”.
La actriz Sandrá Ferrús, que debuta como dramaturga con esta obra y también forma parte del cuadro actoral, nos pone cara a cara con la esquizofrenia, desde el punto de vista de quien la sufre en sus carnes, pero también de las situaciones con las que tiene que lidiar su entorno.
Una familia que tendrá que afrontar batallas silenciosas contra un sistema sanitario que se queda corto entre este tipo de pacientes, frente a una administración local que no da salida a este tipo de personas y sus familias y hasta frente al sistema judicial.
Ferrús presenta al espectador la lucha interna de cada uno de los personajes a través de unos diálogos con un lenguaje muy natural que bien podrían darse en cualquier hogar con un familiar como Vicentín. Situaciones que, en un segundo, te llevan de la risa al llanto sin ningún tipo de transición o aviso previo, como ocurre en la vida real.
Una relación familiar que se debate entre la propia supervivencia personal de cada miembro y el amor. Incomprensión, impotencia, miedo, desesperación… pero también esperanza y el más profundo e incondicional de los afectos, donde cada uno asume los defectos del otro y le ayuda a sacar siempre su mejor versión.
Y te descubres en la butaca riendo a carcajada limpia de situaciones realmente trágicas que Ferrús resuelve con una dirección artística alejada del melodrama, con actuaciones musicales en las que no faltan éxitos del Rey del Rock ni referencias a iconos de los 80 que te emocionarán si eres de esa generación.
Un texto valiente que, con el rock and roll como banda sonora y Elvis como guía por la mente de un paciente con esquizofrenia, da su propio lugar a las personas que viven con alguna enfermedad mental y a todas las personas que les acompañan en esa constante búsqueda de la estabilidad y la plena inclusión en la sociedad.
0