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A pedradas entre barrios

Luis de la Cruz

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Las luchas entre pandillas urbanas parecen cosa de anteayer pero no son en absoluto

hijas de la influencia de Hollywood, son -en cualquier caso- una constante unida al crecimiento de las grandes urbes (ver si no la película Gangs of New York), una constante en las historia de las ciudades.

Hacia el siglo XVIII nuestro barrio se va configurando como entidad con cierta personalidad dentro de Madrid, ya en el XVII los oficios empiezan a distribuirse por zonas fuera del centro, y de igual manera que Lavapiés se llenó de curtidores, en la zona de Hortaleza y de Maravillas abundaron las herrerías (las tahonas fueron otra industria floreciente en la zona).

Hay una versión según la cual los chisperos (por las chispas de las fraguas) son los habitantes de la zona de Barquillo, los majos de Maravillasmajos y los manolos de Lavapiés, porque los judíos conversos solían llamar a su primogénito Manuel (Dios con nosotros) como prueba de piedad.

Sin embargo, los majos y las majas que Goya inmortalizara en sus grabados son todos los madrileños de pueblo llano “puestos de bonito”. Antiguamente en las fiestas populares de recibimiento a la primavera se elegían al mayo y a la mayamayo maya, algo así como los reyes de las fiestas de Mayo, y de aquí el término derivó en majo y maja. Las crónicas hablan de la chispería chisperíamás bien para referirse a las gentes del Madrid Alto (Maravillas, San Antón y el Barquillo) y la manolería para las del Madrid Bajo (Lavapiés y el barrio de San Francisco el Bajo).

Parece ser que eran frecuentes las peleas entre los habitantes de unos barrios y otros, que en verbenas, fiestas y otras ocasiones volaban las piedras y que – y esto si parece bastante original en comparación con las cuitas del siglo XXI- se pegaban carteles con coplas desafiantes como la que sigue:

Si no me habéis conocidoen el pico y el sombrerosoy del barrio del Barquillotraigo bandera de fuego

y contestaban

aquí están las Maravillascon deseos de reñir;menos lengua y más pedradas,señores del Barquillí.

La anterior refleja una contienda entre los vecinos – aunque como se ve con distinta conciencia de barrio – de Maravillas y el barrio del Barquillo, es decir, a grandes rasgos, de Malasaña y Chueca. Sin embargo, las gentes del Madrid Alto se unían con más frecuencia para enfrentarse a los manolos, con fama de atildados frente al porte rudo y pendenciero de los chisperos y chisperas. Sus enfrentamientos eran tan conocidos que incluso nos han llegado noticias de

sus treguas, como la que se llevaba a cabo por San Antonio Abad , y dieron lugar a sainetes como Los bandos de Avapiés, en el que Ramón de la Cruz cuenta una de aquellas contiendas en la que vencen los chisperos, más fuertes por oficio que los de Lavapiés.

Las carácterísticas de los majos y majas de barrio bajo fueron incorporándose al tipo madrileño de zarzuelas, teatro y literatura, hasta el punto que hoy nos es complicado dilucidar dónde empieza la influencia real de estas gentes en el imaginario casticista de Madrid y dónde comienza la idealización literaria de las clases populares. De lo que no cabe duda es que su protagonismo se puede ver en los acontecimientos de la historia de la ciudad, como en los levantamientos contra los franceses, con el protagonismo del chispero Malasaña entre otros, o antes en el motín de Esquilache, que seguramente hizo a Carlos III intentar atraer hacia el poder la influencia local de los majos más carismáticos de los barrios bajos con la creación de los alcaldes de barrio. No es casualidad que a finales del siglo, con los censos de Floridablanca y Godoy, se vea cómo los barrios majos por excelencia, los de Avapiés y Maravillas, eran los cuarteles de barrio de más extensión.

Las historias de Madrid acostumbran a mezclar clases altas y bajas, reyes con majas, nobles en mancebías y duelos en calles oscuras, pero no cabe duda que finalmente frente a esta literatura tabernaria y su poso de realidad se impone pensar en unos barrios de arrabal mal iluminados y situaciones sociales penosas en las que era inevitable que surgiera cierta solidaridad de clase y un clima de violencia social. Como empezábamos diciendo: no hemos inventado nada.

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