Cuando los Jardines del Arquitecto Ribera tenían piscina (y se llamaban Pablo Iglesias)
La fotografía a la que hoy ponemos pie es la de unos críos remojándose en unas pequeñas piscinas instaladas en los Jardines de Pablo Iglesias, que es como se llamaron los del Arquitecto Ribera desde finales de los años veinte hasta el final de la Guerra Civil. Hay distintas versiones de la foto, distintas instantáneas que incluimos en el artículo. En todo caso, todas imágenes refrescantes que no hubieran sido posibles sin una campaña pública que consiguió arrebatar el espacio a otros planes más elitistas, como veremos.
Pablo Iglesias fue habitante del Hospicio de la calle Fuencarral, donde su madre, emigrante y lavandera en el Manzanares, hubo de ingresar a sus dos hijos, a los que no podía mantener. Manuel, su padre, murió allí por causa de la tuberculosis (igual que muchos otros asilados), y Paulino, como llamaban al Iglesias niño, aprendió el oficio de tipógrafo antes de ser expulsado por haberse escapado dos veces para ver a su madre. Después de haberse convertido en padre del socialismo español daría nombre a un parque ubicado en los solares que quedaron tras el derribo de la mayor parte del complejo, a partir de 1923.
En 1928 se había instalado el Museo del Traje Antiguo en locales de la parte indultada del Hospicio (la que conocemos, colindante a Fuencarral), compartiendo espacio con la Biblioteca y el Museo Municipal. Sólo un año después, la duquesa de Parcent solicitó ampliar el Museo del Traje a costa del solar, o lo que es lo mismo, comiéndose parte de lo que se había convenido eran los Jardines de Pablo Iglesias. La jugada enseguida suscitó la protesta de los medios y partidos más progresistas. Decía El Sol (3-12-1929) que “los chicos que allí juegan en el barrio no tienen otro sitio donde hacerlo”, y la Agrupación Socialista Madrileña presentó un escrito para que no se redujera su espacio. La cesión para construir allí el museo se aprobó en enero de 1930, pero esto no cerró la campaña en contra y el Museo sería trasladado a lo largo del año al Palacio del Marqués de Grimaldi, en la calle Bailén.
Resulta curioso ver cómo aparecen en prensa cartas al director solicitando parques infantiles, un tipo de espacio desconocido por los niños hasta la fecha, que siempre habían jugado, sencillamente, en la calle. Un tipo de reivindicación que ha llegado a nuestros días y que ha posibilitado que, además de una zona de juegos para niños en la última reforma del parque haya aparecido también una especie de río que, siguiendo la tradición del lugar, los más pequeños usan como piscina.
Dentro del episodio de lucha por el espacio hay que consignar que también se consiguió que no se subastaran para la urbanización privada los terrenos donde se construyó el Grupo Escolar Pablo Iglesias, hoy C.P. Isabel la Católica, que fue inaugurado en 1933.
A partir de 1932 los jardines aparecen ya como un espacio privilegiado de la ciudad, que alberga castillos de fuegos artificiales durante las celebraciones de la República, en abril de ese año, y donde se programan sesiones estivales de teatro, por ejemplo. Ese mismo año llegaron también las dos piscinas, que eran pequeñas y sólo tenían 25 cm. de profundidad (algo conveniente en la época, ya que muchos niños no sabían nadar).
Según la revista Crónica (11-09-1932), las piscinas y el solárium constituyeron “la máxima atracción de los madrileños este verano”, dando noticia de los 200 o 300 niños que diariamente se bañaban en las aguas de Barceló y recalcando –significativamente-, que iban “casi más nenas que niños”.
La piscina fue muy celebrada y la extensión del proyecto a otros barrios objeto de reivindicación, tanto en prensa como en los plenos del Ayuntamiento, “aún a trueque de herir la falta de comprensión de algunos pobres espíritus que ven inmoralidad en el desnudo de unos niños bañándose” (La Luz 5-7-1932).
Las piletas de los hoy Jardines del Arquitecto Ribera se construyeron en una época en la que el ocio había llegado ya a las masas. Hasta después de la Primera Guerra Mundial, los baños públicos se habían asociado inequívocamente a la esfera de la higiene y la salud, como tema anejo, en el discurso público, al de las carencias de la vivienda popular. Sin embargo, desde mediados de los veinte hace su aparición la piscina como elemento de ocio en el mundo burgués, pero también en la esfera de la educación o entre unas clases populares que habían participado de las pioneras prácticas naturistas a través de la cultura obrera (especialmente en la libertaria, aunque no sólo).
En Madrid, durante la República, se excavaron diferentes piscinas, como La Isla (de Luis Gutiérrez Soto, en el Manzanares), El Lago (Luis de Sala), La Florida o Los Baños del Niágara. También se proyectaron distintas piscinas en los Grupos Escolares construidos –tipo pileta, igual que las de Barceló-: en el Joaquín Sorolla, el Giner de los Ríos, el Nicolás Salmerón o el Leopoldo Alas, que venían a sumarse a otras anteriores, como la del Cervantes, en la Glorieta de Cuatro Caminos.
Se estaban popularizando las diferentes corrientes que, desde principios de siglo, habían puesto en valor el cultivo del cuerpo y el contacto con la naturaleza. Las piscinas de Barceló fueron una de las manifestaciones más populares de este auge que, sin embargo, dejarán de tener sentido con la victoria de la España de confesionario, reglazo y pellizco de monja.
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