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Malasaña llora el adiós del Bar Lozano

Entrada del Bar Lozano a medio desmantelar | SOMOS MALASAÑA (archivo)

Somos Malasaña

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Jamás volveremos a disfrutar de una de esas míticas hamburguesas del Lozano que se apiadaban de los estómagos de los noctámbulos malasañeros. Si hace unos días anunciábamos el adiós a El Prado, hoy toca despedirse de otro de esos bares de toda la vida.

El cierre efectivo del negocio se produjo a mediados de diciembre y con las fiestas navideñas de por medio. Tal vez debido a que el Lozano no tenía redes sociales donde anunciarlo, lo cierto es que su marcha no ha generado mucho ruido. Pero los pocos que lo han sabido se lamentan de la marcha de otros histórico de Malasaña. El local ya se encuentra en obras para que inicie actividad cuanto antes un nuevo inquilino: hay rumores de que lo que se va a abrir allí es una crepería.

El Lozano, en el número 14 de la calle de San Joaquín, llevaba desde 1975 viendo desfilar por sus escasos metros cuadrados a infinidad de parroquianos y a varias generaciones de jóvenes y de estudiantes, enganchados a sus minis. A finales de 2014, con el fin de la moratoria establecida para la antigua Ley de arrendamientos tras la reforma Boyer, el Lozano ya estuvo a punto de cerrar. En aquella ocasión se libró tras una campaña de apoyo popular y una negociación con el casero. El muerto resucitó, aunque la prórroga les ha llegado solo para continuar tres años más.

El Lozano ya es historia, como lo es José Villamayor, su dueño. Y los días y las noches de risas y amistad que contemplaron sus paredes. En su interior era posible comer bocadillos, montados, raciones y hasta platos combinados. Pero su oferta gastronómica más conocida por la fauna nocturna de Malasaña eran sus hamburguesas, acompañadas de minis de cerveza o kalimotxo, que se servían en grandes cantidades con jugosas ofertas (12 € por cinco vasos de litro, la más económica).

Las hamburguesas merecen mención aparte. Preparadas al momento en la plancha situada justo detrás de la barra, tenían el encanto de un plato que podrías haberte cocinado en casa. “ La carne es la típica chunga, fina, enana y grasienta, pero no sé lo que tendrán que enganchan”, escribían sobre ellas. No eran las mejores de Malasaña. Tampoco las peores. Pero posiblemente resultaban las más baratas (2,50€ cada una, 3,50€ la especial con huevo). Y si te comprabas cinco, te regalaban la sexta.

El panel de ofertas del bar Lozano era otro de sus clásicos. Entre ellas destacaba una que un miembro de esta redacción presume de haber conseguido una noche: la tortilla de patatas que entregaban gratis -en promoción perpetua- por cada 25 minis consumidos. El bueno de José no podía creerlo hasta que echó las cuentas de los vasos vacíos.

Una Malasaña en extinción

Una Malasaña en extinción

El Lozano era uno de los últimos exponentes de los bares clásicos que en Madrid se denominan con muchas otras palabras (bar de viejos, grasabar, etc) y que se caracterizan por contar al otro lado de la barra con trabajadores de avanzada edad, barra metálica, carteles comidos por el tiempo y precios imbatibles.

Su pervivencia en Malasaña se debía, en la mayoría de los casos, a un contrato de renta antigua que los hizo resistir mientras los alquileres se elevaban como la espuma a su alrededor. Otros simplemente son -o eran- propietarios de sus locales y no les apetecía jubilarse y cobrar la jugosa renta que cobrarían por un local en mitad de un barrio de moda. Auténticos adictos a su trabajo y héroes de la resistencia para sus clientes.

Los de renta antigua han ido cerrando en cuentagotas desde el año 2015. Así se marchó en Malasaña el bar Noviciado, La Pepita o el Boñar de León, que habían echado la verja poco antes. Los que eran propietarios aguantaron hasta su jubilación y un poco más, como el caso del O Compañeiro, o el Chamizo, que dejaron paso a restaurantes más modernos, con rentas mensuales de varios miles de euros.

El implacable mercado, que pasea libremente por Malasaña, ha ido acabando a golpe de talonario -por El Prado se pagaron 800.000 euros, cuentan- con una raza de bares en extinción, de los que El Palentino o Casa Camacho son algunos de sus últimos exponentes.

Muestra de esta época que tiene los años contado es el corto documental La muerte del bar español y la invasión del plato cuadrado, que se publicó en 2012 pero que sigue vigente. En él aparecía José Villamayor hablando del Lozano. “Ves a estos cocineros de ahora que preparan unos platos en los que no entran nada y te cobran 10 o 12 euros. Y sales con más hambre de lo que has entrado”, decía entonces.

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Dan ganas de irse del barrio. Què puto asco. Que luego la gente no se extrañe cuando empiecen (si no las ha habido ya) a surgir reacciones "gentrificófobas". Están transformando el barrio en un parque turístico (y no solo para guiris, que las riadas de tontos del culo haciendose fotitos gilipoller, incomodando a los residentes es mayor que el número de extranjeros) a costa de los vecinos, la conviencia y la sostenibilidad.

Rafael Del Palacio

¡ala a seguir muriendo de exito.! ya tenemos un barrio de polexpan mu bonico y sin sustancia ..eso si los pijo.flautas estan encantados con sus platos cuadrados para ellos el "bareto" no tiene cabida.ensucian el paisaje y ademàs a los turistas no les atrae a menos que se pongan de moda como el palentino.

hace mucho que ya no tomo cañas por el barrio es un atraco..eso si en ambiente muy mono...dead malasaña..viva el trolley y la espe..culacion.
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