San Vicente Ferrer: bien surtida de detalles
La calle de San Vicente Ferrer vertebra lo que tienen en común los vecinos de Malasaña y Conde Duque, salta la frontera de San Bernardo para aclararle a la planimetría que todos somos – más o menos – un mismo barrio. El nombre proviene de un humilladero que hubo antiguamente en la zona dedicado al santo valenciano
La calle de San Vicente Ferrer, como su compañera de viaje contigua, la de la Palma, nacen en el siglo XVII, cuando se va conformando el barrio. En el plano de Espinosa la calle iba de Fuencarral a Amaniel y se dividía en San Vicente Alta y Baja, partida por ala Calle Ancha de San Bernardo. En el de Texeira, sin embargo, el tramo de Fuencarral a San Bernardo se llamaba Siete Jardines. Ambas calles fueron centro del comercio artesanal y de la incipiente actividad industrial del barrio en el siglo
XIX.
Catálogo de heridas y fachadas
Una calle tan antigua y larga inevitablemente va dejando a los lados un catálogo histórico de la evolución del barrio, viviendas de todos los tiempos y estilos que conforman una narrativa con ventanas.
Encontramos a lo largo de San Vicente Ferrer adustos edificios del
XVIII como un caserón en el primer tramo antes de llegar a San Andrés, un bonito ejemplo de decoración art nouveau en el número 20,
el palacio dieciochesco de San Bernardo 62 que ocupa buena parte de la vía (también conocido como Casa de los Siete Jardines, como la propia calle en tiempos) y, por supuesto, algún que otro recuerdo de la desastrada arquitectura de los años setenta.
Campo de juegos
En otras ocasiones hemos hablado de los cafés del barrio, refugios de la conversación reposada en un barrio con querencias rockeras. Pero existe una extraña categoría también que se resume precisamente en la calle San Vicente Ferrer: los bares de juegos. Pasado San Andrés encontramos en pocos metros tres buenos ejemplos de locales en los que los clientes escogen de entre un montón un desgastado trivial, o una curiosa edición del Monopoly, para pasar el rato entre risas, juegos y – por qué no – también copas.
En el número 29 encontramos La Manuela, café botillería que pugna por
estar entre los más bonitos de la ciudad y que lleva algunas décadas recogiendo a tertulianos y jugones del barrio; el más reciente, pero también encantador, Estar Café y el mucho más peculiar Red Bar, mítico a inclasificable bar al que el grupo de pop Las Escarlatinas dedicaran una canción.
Pon tu negocio bonito
Como es habitual en Malasaña, a lo largo de la calle conviven negocios tradicionales con otros novedosos, gentes de tiempo en el barrio con jóvenes que emigran al barrio moderno de Madrid. Concurren en la calle, sin embargo, ejemplos de ambos tipos que, si bien de distinta manera, coinciden en el interés por decorar con primor sus establecimientos.
La calle es un pequeño museo del azulejo. En el número 44 encontramos O Compañeiro, un bar de más de cien años. En su exterior se puede leer que es la antigua taberna de Felipe Marín, aunque Mari, que lleva más de cuarenta años al frente del bar junto con Manolo, nos cuenta que el nombre del bar era Las Campanitas. El bar es una muestra de buen hacer decorativo con
azulejos, tanto en el exterior como en el interior.
Otros dos ejemplos de decoración con azulejos son la Farmacia Juanse y la Antigua Huevería. Cualquiera que pasee habitualmente por el barrio conoce la frecuencia con la que se puede ver a turistas sorprendidos haciendo reportajes fotográficos a los azulejos de Juanse, la farmacia de los años veinte con azulejos de Marcelino Domingo y Enrique Guijo. Contigua está la Antigua Huevería, de comienzos del siglo XX. Estas preciosas fachadas estuvieron enyesadas hasta los años setenta, años en el que las asociaciones del barrio surgieron con fuerza y fruto de su actividad pudieron recuperarse para todos estas joyas.
Quizá los herederos de los artesanos que decoraban a base de azulejos los comercios de antaño son los artistas urbanos que – no confundir con infiltrados del spray sin gusto –
decoran cierres y exteriores de algunos establecimientos. Buenos ejemplos son la tienda de cultivos Sweet Seeds, el restaurante brasileño Kabokla, con pinturas de inspiración carioca, o el ya clásico rock bar Freeway, que supo reinterpretar una de las clasicas portadas de madera de los comercios tradicionales.
Barrio de Maravillas
En el edificio del número 32, arriba de las magníficas portadas de Juanse y la antigua huevería, encontramos una placa que recuerda a Rosa Chacel, vecina del portal que recogió en Barrio de Maravillas el espíritu del barrio antes de que Malasaña irrumpiera en los setenta. Cuando todavía era Maravillas.
Este mismo espíritu, aún presente en los vecinos de más edad, le vuelve a la memoria con nostalgia a Mari, de O Compañeiro. Recuerda cuando “todo era más tranquilo, los aperitivos se calentaban a la lumbre en vez de en el micro, el vino nos venía en pellejos (cobrábamos por un vino 25 céntimos y por un filete 23 pesetas) y a las 11 todos cerrábamos los comercios y nos íbamos con los hijos al quiosco de la Plaza del Dos de Mayo con las tortillas”. Aclara que todo ha cambiado, “pero no para mal, es sólo distinto”
La calle de San Vicente Ferrer es un arroyo de detalles que recorre el barrio dejando noticia de comercios especiales, vecinos ilustres, refugios y Malasañas varias. Un paseo de ida y vuelta a lo largo de todo el barrio.
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