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El tornado que asoló Madrid en 1886 dejando decenas de víctimas

La Ilustración Española y Americana. 22 mayo de 1886 (BNE)

Luis de la Cruz

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El 12 de mayo de 1886 el viento dejó en Madrid cerca de cincuenta muertos y varios centenares de heridos. El evento meteorológico, que es citado por Galdós en Misericordia, fue calificado por la prensa del momento de huracán o ciclón, y aún hoy se puede encontrar información en artículos que lo califican como el tornado de Madrid.

La ciencia meteorológica empezaba entonces a tener cierta entidad y ya en la época se hicieron apreciaciones científicas sobre el fenómeno singular. En 2021 Manuel Mora García, meteorólogo de Aemet, publicó varios artículos analizando el ciclón a 135 años vista del evento meteorológico que es de gran interés para conocer en profundidad lo que sucedió aquel día.

La prensa de la época hizo también una gran cobertura, con detalladas crónicas y grabados que mostraban los desperfectos ocasionados en la ciudad. El foto-reporterismo aún no había nacido como tal, pero el pionero de la fotografía Juan Laurent pudo hacer unas fotografías del tornado poco antes de su muerte.

El Instituto Central Meteorológico, ahora Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) señaló que la trayectoria tuvo unos 12 o 15 km, de SO a NE. Los daños causados por el tornado comenzaron en los Carabancheles, y siguen una línea en dirección Nordeste, cruzando Madrid hasta Las Ventas y Canillas. Carabanchel Alto y bajo, a los que aún les quedaban varias décadas para pertenecer a Madrid, fueron los lugares más castigados, tanto por la intensidad del tornado como por la naturaleza endeble de muchas de sus construcciones. Al menos 20 casas resultaron derruidas – toda la barriada del Terol, entre otras– o sufrieron daños severos.

El 12 de mayo Madrid se estaba preparando para San Isidro y al llegar el tornado a la Pradera salieron volando todos los tinglados. Las tormentas se llevaron por delante especialmente las construcciones más endebles, como las casetas de cobro de consumos de la Puerta de Toledo. Volaron tejas y los carros rodaron por los suelos. Los vientos siguieron su ruta por la carretera de Andalucía y la Glorieta de Pirámides, donde también hubo grandes desperfectos en casas, árboles y ventorros.

Pero las situaciones más trágicas se vivieron en el Lavadero Imperial (situado en el Paseo Imperial). La estructura que sujetaba la techumbre del lavadero colapsó sobre las siete de la tarde, en un momento en el que unas doscientas lavanderas estaban trabajando. Aunque las cifras que se daban en las distintas cabeceras de la época diferían entre sí, se acercan a la veintena de muertas y las mismas heridas.

El tornado siguió haciendo destrozos a su paso por el Paseo de las Acacias, la calle de Segovia –donde también cayó el fielato–, la estación de Delicias (en cuyo entorno varios vagones descarrilaron), el entorno de la calle Atocha (56 árboles arrancados), el actual barrio de Huertas, la zona comercial de Sol (donde diversos escaparates se echaron a perder) o la Iglesia de Monserrat, en San Bernardo, cuya cúpula se hundió, a pesar de que hacia el norte de la ciudad los daños fueron de escasa consideración.

El hospital de San Carlos (actual Museo Nacional de Arte Reina Sofía) también sufrió derrumbes que hubieran podido producir muchas víctimas, pero milagrosamente no hubo ninguna. Una de las zonas más afectadas fue la del Jardín Botánico, donde más de 500 árboles fueron destruidos, y El Retiro, donde fueron baja otros tantos.

Los destrozos enumerados en las crónicas llegan hasta las Ventas del Espíritu Santo, una de las barriadas más miserables del extrarradio madrileño, aunque hubo daños también en otras zonas, como los campos de Fuencarral, trasladándose la tormenta luego hasta Guadalajara.

Fue necesario mucho dinero para arreglar el desaguisado, que salió de las arcas del Ayuntamiento, de un fondo contra el cólera y la propia Junta General de Socorros. En todo caso, según concluye Miguel Gayá en su artículo sobre el caso, el apoyo público fue muy pobre.

 El tornado o ciclón de 1886 es el de peores consecuencias de nuestra ciudad en, al menos, los dos últimos siglos. Un evento meteorológico cuya memoria ha quedado debilitada por el paso del tiempo que, sin embargo, fue muy importante en su momento. Eso sí, aquel año, y solo unos días después, también se celebró San Isidro.

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