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El último gran videoclub de Madrid lucha contra el cierre: “Esto es una joya y es algo que hay que mantener”

Fachada de Ficciones, el último gran videoclub que queda en Madrid.

Aurora Santos-Olmo

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Un cartel azul con letras amarillas preside la entrada a Ficciones, el último gran videoclub –o DVD club, como pone en el propio umbral de la puerta– que queda en Madrid y que estas semanas libra la última batalla por su supervivencia, tras haber quedado herido en la pandemia. Dentro de la sala, detrás de un mostrador con un ordenador y carteles con ofertas e informaciones de precios, está Marcia Seburo, la dueña y la única persona que trabaja allí. “Soy la encargada, la dependienta, la trabajadora de la limpieza, la gerente y jefa de ventas, soy todo”, dice sonriente rodeada de películas.

“Por aquí tenemos el cine americano, en esa estantería el sueco, el islandés o el danés. Y aquí, los estrenos”, expresa mientras hace una visita guiada por las estanterías que habitan cada rincón del local. La de las novedades ocupa todo un frente al fondo de la sala. En las baldas del videoclub reposan alrededor de 48.000 títulos diferentes en DVD o Blu-ray que esperan a que alguien se decida a alquilarlos. “Cine de ficción, terror, documentales, cine francés, latinoamericano…”, continúa mientras pasa a la segunda sala. “Todo lo que no entra dentro de un director importante, digamos, que es su única película, está aquí”. 

Ficciones se puso en marcha en el año 2004 y desde entonces ha vivido momentos felices y ha afrontado reveses, pero nada ha puesto tan en juego su supervivencia como la pandemia. “Ha sido determinante”, lamenta Marcia. En 2020 tuvo que estar cerrado durante los dos meses de confinamiento estricto. “Debía de renta marzo, abril, mayo, junio, julio y septiembre. Eran como 7.000 euros solo en eso. A ello hay que sumarle el IRPF, los recibos, las facturas a proveedores…”, enumera. Hasta ahora ha podido solventar las deudas con ahorros o también ajustándose el cinturón, con gestos como no encender la calefacción. “He llegado a tener hasta 10.000 euros de deuda”, reconoce. 

Tras haber invertido lo que le quedaba, la dueña de Ficciones ha decidido dar un paso más para salvarlo, porque ya no puede hacer frente a todos los gastos. “Es el último”, según sus propias palabras, así que ha puesto en marcha una campaña de crowdfunding, para que todo aquel que quiera y pueda ponga su granito de arena para sacar adelante este icónico lugar. “Creo que se va a salvar. Espero que sí, porque mi idea es esa”, dice Marcia. “Con el crowdfunding quiero limpiar las deudas y dejar todo a cero, como si acabara de abrir. Quiero recapitalizarme y volver a invertir de alguna forma”.

“¡Buenas tardes, Marcia!”, mientras la trabajadora del videoclub habla con elDiario.es, una clienta entra en el local. Según explica, es socia de Ficciones “desde hace muchos años”, desde antes de que llegara su actual dueña. “Te traigo este”, dice al tiempo que saca de su bolso la caja con el DVD que está devolviendo. “Necesitaba más mercancía para ver hoy. Tengo el tres y el cuatro. Y dame los siguientes, por favor”.

La clienta explica que está viendo una serie que retrata la Inglaterra de antes de la Primera Guerra Mundial. “Esto es una joya y es algo que hay que valorar y que mantener aunque cueste un poco más de esfuerzo”. Mientras la mujer conversa con este diario, Marcia guarda con mimo los discos que le ha traído y busca los que le ha pedido. “En casa tengo Netflix y otras aplicaciones, pero creo que es compatible con esto. Hay competencia, es verdad, pero pueden convivir”, argumenta. 

La llegada de las plataformas, precisamente, es algo a lo que ha tenido que enfrentarse el videoclub, además de a otras cosas como la piratería, aunque ni una ni otra han hecho un daño “excesivo”, según Marcia y sigue habiendo quien valora acercarse a estos locales para que quienes los regentan les recomienden series o películas que casen con el día que han tenido. Una costumbre que abundaba en los 80 y 90 del siglo pasado y en los primeros 2000 y que ahora se encuentra en extinción.

“Hay muchos compañeros que han cerrado y otros muchos que están a punto de tirar la toalla”, dice Seburo. “Al final, vamos a quedar en España Video Instan –en Barcelona– y yo. No más”, reconoce, al tiempo que confiesa que, de hecho, el nombre de su empresa es El último videoclub S.L., y que lo escogió hace siete años, cuando aún había muchos más locales para alquilar cine a lo largo y ancho de España.

Por aquel entonces, Ficciones tenía dos sedes, la de Tirso de Molina y la de Malasaña. En esa última, Marcia empezó a trabajar en el año 2008 los fines de semana y, tras dejar el despacho de abogados al que pertenecía, en 2014 pasó a hacerse cargo de ese local. Un tiempo después, el dueño, Andrés Santana, encontró otro trabajo y tuvo que dejar el videoclub. Como no le daban los números para pagar a más personal, pensó en vender el de Tirso de Molina. Pero los vecinos lo impidieron poniendo dinero en otra colecta. Tras eso, cuenta Seburo, la llamó por si quería quedárselo. “Te lo dejo porque sé que tú tienes la ilusión”, dice que le dijo, “y al final fusioné los dos en uno y aquí estoy, con la ilusión y las deudas”.

En los últimos años, este lugar en el que Marcia “se enamoró” del cine y que considera como “su sitio” y “su dolor de cabeza”, le ha supuesto más pérdidas económicas que beneficios. “Me hace seguir adelante que me parece importante que Madrid mantenga este lugar, un videoclub, que tenga un sitio donde la gente a la que realmente le gusta el cine pueda ir a ver una película que no está en ninguna parte”.

“¡Hola! ¡Buenas tardes!”, vuelve a abrirse la puerta del local situado en el número 15 de la calle Juanelo de la capital. Es Chema, uno de los más de 38.000 socios que han formado parte del videoclub desde su puesta en marcha y una de las últimas incorporaciones al mismo. En lo que va de año, se han apuntado unas 24 personas, detalla la dueña. La media de edad es de unos 40 o 50 años, aunque también los hay más jóvenes o más mayores. Por nacionalidades, después de los españoles, lo que más hay son franceses, explica Seburo.

“Cuando te gusta el cine, a veces repites las películas. Las ves de nuevo y te das cuenta de otro detalle”, dice el hombre, al tiempo que le pide a Marcia alguna recomendación. “Hay por aquí una que se llama La casa de los relojes”, responde ella. “¿Esa es de magia?”, pregunta el cliente, “Si es así, me la llevo”.

“Vengo todas las semanas a por películas, cuando las veo”, cuenta Chema a este periódico y a dos jóvenes que están pasando la tarde en el local. “Videoclubs ya no hay. Hay este y otro en Fermín Caballero, que es mucho más pequeñito”, lamenta, al tiempo que valora que “al menos” sigan existiendo. “Que esta mujer tenga el videoclub abierto es muy importante. Esperemos que se salve”, dice mientras lo compara con la suerte que corrió otro que quedaba en Getafe y que la pandemia obligó a cerrar. “Nos ha fastidiado a todos”. 

“Hay gente que me dice 'ciérralo”, cuenta Marcia sobre su videoclub. Pero ella no quiere hacerlo. Adora pasar las horas entre películas y charlas con clientes –“lo más enriquecedor del negocio”– y habla con un cariño infinito hacia su trabajo. “Yo alguna vez he pensado dejarlo, pero me dura poco”. “Hace un par de años o tres, me salió un herpes nervioso en la cara. Y era por los problemas, porque siempre hay deudas”. A pesar de eso, Ficciones siempre ha logrado continuar.

Y una de las maneras en que lo ha hecho ha sido reinventándose. Además de películas y pósteres, en sus paredes cuelgan también camisetas que hace una amiga de Marcia y ella le vende a cambio de una comisión, o en los mostradores hay cajas de paquetes que la gente lleva y recoge, porque la dueña de Ficciones decidió hacerse punto de entrega y recogida de envíos para así poder cubrir algunos gastos. Recientemente ha empezado a colaborar con una aplicación para que los turistas dejen sus maletas si no tienen dónde hacerlo mientras dan un paseo por la ciudad. 

Con eso y las cuotas de los socios podrá salir adelante, siempre que consiga cubrir la deuda que le queda en la colecta que ha abierto en gofundme. “Si yo lo logro, me voy a sentir muy orgullosa. Muchísimo, muchísimo. Lo voy a cuidar y voy a seguir luchando por él más”, asegura. No obstante, recuerda, cuando salga de este bache, seguirá siendo necesario que la gente vaya a su local a consumir cine.

“El videoclub es como mi regalo hacia Madrid. Por eso quiero mantenerlo, no puede ser que Madrid deje de tener un videoclub”, ríe. “Quiero regalarle esto a la ciudad. Pero uno regala lo que puede y espero poder seguir haciéndolo”. Los clientes también lo ven como un obsequio y le dicen que “no puede cerrar”, pero la mujer recuerda que el título que ha puesto en la campaña “es cierto”. “Es el último empujón, porque siento que es el último. Si sale, salió. Pero si no sale, ya no voy a intentar nada más, liquidación por cierre. Ya está”.

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