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Sobre este blog

Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

España es el gran pedigüeño de Europa y del mundo

El rey anima a las empresas brasileñas a invertir en España. / Efe

Carlos Elordi

El anuncio de que se dará la carta de residencia a quien compre un piso de más de 160.000 euros y la Cumbre Iberoamericana de Cádiz tienen un punto en común bastante claro: la búsqueda desesperada de inversiones extranjeras a la que se ha lanzado desesperadamente el Gobierno, aunque los instrumentos que está inventando para ello no auguren grandes éxitos. España se está convirtiendo en gran pedigüeño de Europa y del mundo, pero lo malo es que carece argumentos, o de contrapartidas sólidas, para avalar sus peticiones.

El debate sobre los recortes del presupuesto europeo que a partir de mañana tendrá lugar en Bruselas debería confirmar esa debilidad. Rajoy ha dicho que las grandes pérdidas que la propuesta presupuestaria de Van Rompuy suponen para España, por la vía de menos fondos de solidaridad y de la reducción de las subvenciones a la agricultura, son “inaceptables”. Pero no parece que esos lamentos vayan a tener mucho eco y, a menos que algún país coincida con sus demandas –por ejemplo, Francia, en el capítulo agrario- o que el debate explote por culpa del veto británico, los recortes serán aprobados, al menos en sus grandes orientaciones.

El Wall Street Journal resumía ayer las dramáticas necesidades de capital extranjero que tiene la economía española. Tras perdonar a Rajoy por haber hecho todo lo posible para retrasar hasta hoy la petición de rescate -que, por otra parte, él, al igual que otros analistas, ve en estos momentos imposible, porque Alemania, Holanda y Finlandia no están por la labor-, Simon Nixon escribe: “El problema de Rajoy es que el año que viene tiene que refinanciar 124.000 millones de deuda pública y que los mayores vencimientos se producirán en enero y en septiembre. Para tener alguna esperanza de devolver ese dinero, Rajoy necesita animar a los inversores extranjeros, que hasta el último mes no han hecho más que retirarse de los títulos españoles”.

Nixon añade que la mayor dificultad para lograrlo está en convencer a los mercados de que España está avanzando en la solución de su desastre bancario. Y que eso no se está logrando. Porque el “banco malo”, que el Gobierno ha vendido como una panacea, es demasiado pequeño y porque aunque funcione, los bancos españoles seguirán teniendo una deuda exterior de nada menos que de 892.000 millones de euros (el 83 % del PIB). Y concluye que por muchas vueltas que se le dé, la única manera de evitar la suspensión de pagos, en enero o en abril del año que viene, es el malhadado rescate.

Hay que añadir que la información publicada el lunes por el Banco de España, según la cual la morosidad de la banca había alcanzado en septiembre el 10,7 % del total de sus créditos, ha tenido un amplio eco en la prensa europea: “Es un nuevo triste récord”, ha dicho Les Echos. Y que la prensa alemana (Der Spiegel) sugiere que la intención de Angela Merkel es retrasar hasta después de las elecciones alemanas de septiembre cualquier decisión que suponga desembolso de fondos germanos para Grecia, con lo que el dinero para España vendría aún más tarde: Wolfgang Munchau ha escrito en Financial Times que esas pretensiones “rayan con la locura”.

Ese inquietante horizonte explica los afanes de los ministros de Rajoy por encontrar dinero extranjero debajo de las piedras: el ejercicio de que los bancos españoles compren deuda pública con el dinero que les presta el BCE -con notables beneficios para ellos, por cierto- puede estar a punto de acabarse y todo indica que las futuras emisiones tendrán que cubrirse con fondos extranjeros.

Lo de buscar dinero ruso o chino ofreciendo tarjetas de residencia a cambio de inversiones en vivienda suena, en principio, a broma. Sobre todo después de que la reciente redada contra una supuesta mafia china -instrumentada por un ministerio del Interior cada vez más torpe y publicitada hasta el paroxismo de la demagogia populista por la escuadra mediática del Gobierno- no ha debido dejar precisamente contenta a esa comunidad. Pero ya se verá en qué queda.

Los resultados tangibles de la cumbre iberoamericana de Cádiz también son una incógnita, pero la impresión inicial es que tampoco aquí cabe hacerse mayores ilusiones. Es cierto que países en expansión, como Brasil, México, Colombia y Perú, entre otros y, sobre todo el primero, necesitan de una plataforma de lanzamiento en Europa -para su penetración comercial y para su imagen-, pero no está ni mucho menos claro que las machacadas España y Portugal vayan ahora a servir especialmente para eso.

Tampoco cabe ser muy optimistas con respecto a la posibilidad de que las empresas latinoamericanas más boyantes inviertan directamente en nuestro país: porque se harán las mismas preguntas que se hacen hoy los inversores norteamericanos y europeos respecto a la solvencia de nuestra banca y de España. Y no encontrarán fácil respuesta. “Para los capitales de América Latina, el sur de Europa hoy conjuga oportunidades y riesgos, un escenario que no parece muy atractivo”, ha escrito Mirko Lauer en La República de Lima. Sin embargo, alguno, como el grupo PRISA -que se ha volcado en la presencia de la presidente brasileña Dilma Roussef en la cumbre-, debe esperar que ese camino no esté del todo cegado.

Y queda el otro, el de las inversiones de las grandes empresas españolas en Latinoamérica. Que ya está bastante trillado: el Santander, BBVA, Telefónica y otras estarían en pérdidas si no fuera por los beneficios que les dan sus posiciones en el subcontinente. Pero hay quien cree que se puede penetrar aún más. Por ejemplo, en el tren de alta velocidad Sao Paulo-Río de Janeiro, “para cuya construcción”, dice el diario Folha de Sao Paulo, “Brasil necesita imperiosamente capital y tecnología extranjera”. Lo malo es que no sólo España, sino también Francia, Alemania, Corea y Japón están en la carrera por conseguir esos contratos.

Lo cierto es que han sido buena parte de las empresas presentes en Latinoamérica, y alguna otra que debe esperar estarlo, las que han financiado la cumbre de Cádiz. Y que el rey y Rajoy han sido sus más altos representantes en sus reuniones. Hasta pasarse: “El discurso del rey Juan Carlos fue visto como una pieza levemente mendicante. La necesidad tiene cara de hereje, siempre”, concluía Mirko Lauer en La República.

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Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.

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