Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.
Rajoy no le va a sacar ni un céntimo a Angela Merkel
De la misma manera que la cúpula de la Conferencia Episcopal Española ha callado tras las últimas declaraciones del nuevo papa, La Moncloa y la dirección del PP se han limitado a transmitir congratulaciones protocolarias a Angela Merkel por su éxito arrollador en las elecciones alemanas. La discreción de los obispos se debe seguramente a que a Rouco y a los suyos no les gustan nada las novedades sugeridas por Francisco. El disgusto de Rajoy no es menor: el fortalecimiento de la canciller augura una cerrazón mayor de Berlín a las aspiraciones oficiales españolas de que la UE nos ayude a lidiar con nuestros problemas bancarios –que siguen asustando– y de que se relajen los criterios de reducción de nuestro déficit público.
Por el contrario, es más que probable que en la próxima reunión entre Rajoy y la señora Merkel –que fuentes de La Moncloa dicen que podría tener lugar en Madrid, aunque habrá que verlo–, lo que se lleve nuestro presidente de Gobierno es una buena reprimenda. Porque en el primer semestre, ese déficit –incluidas las cifras de las autonomías– ha alcanzado la cifra prevista para todo 2013 en los acuerdos mediante los cuales Bruselas, con el consentimiento de Alemania, aceptó hace unos meses ampliar a dos años el plazo para que nuestro país redujera el desarreglo de sus cuentas públicas hasta el 5,9 % del PIB.
Madrid no cumple. Ese dato es decisivo para entender la actitud alemana hacia España. El ocultamiento de las cifras reales del déficit a principios de 2012 –que Rajoy trató de achacar a una trampa del Gobierno de Zapatero, lo cual pudo calar algo aquí, pero no en Berlín– y el retraso de la presentación de los presupuestos hasta que no pasaran las elecciones andaluzas de aquel mismo año, marcaron la opinión del Gobierno conservador alemán sobre su homónimo español cuando éste solo había dado sus primeros pasos: no eran las mentiras que Grecia contó en 2010, pero el estilo era el mismo.
A ese “desencuentro” siguieron muchos meses de alejamiento entre Madrid y Berlín, que Rajoy trató de paliar con un acercamiento al París del socialista Hollande y la Roma del centrista Monti. Los tres juntos quisieron formar un frente que fuera una alternativa al poder alemán en la UE, pero a las pocas semanas tuvieron que renunciar a su iniciativa: la señora Merkel vino a decir que no a todas sus exigencias, entre ellas, la de un sesgo a la política europea que propiciara el crecimiento y se olvidara un tanto de la austeridad y de la reducción de los déficit, y la de una aceleración de la unión bancaria, que a la postre supondría europeizar las deudas de los bancos de cada país y, en definitiva, que el dinero alemán tapara sus huecos.
Tras eso vino el silencio: desde antes de que empezara el verano, la vida institucional europea ha estado paralizada y ningún líder de la UE se ha atrevido a expresar la mínima opinión significativa sobre los asuntos más urgentes del devenir europeo. Porque Berlín –algún día se sabrá si por activa o por pasiva– exigió que no se molestara a los electores alemanes mientras decidían qué votar o, mejor, que nadie saliera con reivindicaciones de ayuda alemana. No fuera a ser que eso reforzara las posibilidades electorales del partido euroescéptico germano, que era a quien de verdad temía Angela Merkel.
Y hoy la situación está exactamente igual que hace un año. Berlín se mantiene en su posición de salvar el euro, el BCE, en sintonía con la capital alemana, facilita la necesaria liquidez para ello –y en breve podría aumentar su caudal, según acaba de declarar Mario Draghi, confirmando que la situación de los bancos europeos, entre ellos los españoles, no es precisamente muy halagüeña–, pero la unión bancaria sigue siendo un sueño y de los eurobonos mejor no hablar. Encima de la mesa europea de la canciller alemana sólo están los acuciantes problemas de Grecia y de Portugal y, para más adelante, los riesgos que suponen la inestabilidad política italiana y la incapacidad española para reducir su deuda, sobre todo la privada, la de los bancos y empresas, aunque también la pública, que en breve llegará al 100% del PIB.
Angela Merkel lo ha recordado el último día de su campaña electoral: Alemania está dispuesta a ser solidaria, pero con la condición de que los países que reciben ayudas saneen sus cuentas públicas y mejoren su competitividad mediante reducciones salariales y de plantillas.
Esa es la perspectiva que Rajoy tiene por delante. A la espera de que su Gobierno aclare por qué el déficit público no cae, cuando las inversiones públicas se han reducido en un 60% en tres años, la capacidad adquisitiva de los empleados públicos ha mermado en un 25% y se han hecho toda suerte de recortes en los gastos sociales, es decir, mientras no nos cuenten qué beneficiarios del dinero público –mediante subvenciones y apoyos de todo tipo– no han visto reducidos sus ingresos y de que no nos expliquen, de verdad, por qué no se suben los impuestos a quienes más tienen o ganan, los españoles tendremos que seguirnos conformando con la explicación de que Angela Merkel y los alemanes son unos egoístas. Y sin duda lo son: entre otras cosas, por eso han votado tantos al CDU. Porque la canciller les ha transmitido la confianza de que con ella al mando no habrá muchas contemplaciones con los incumplidores y “derrochadores” del Sur. Cualquier demanda de un Rajoy del que nadie se fía mucho será ridícula comparada con eso.
Sobre este blog
Carlos Elordi es periodista. Trabajó en los semanarios Triunfo, La Calle y fue director del mensual Mayo. Fue corresponsal en España de La Repubblica, colaborador de El País y de la Cadena SER. Actualmente escribe en El Periódico de Catalunya.