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Concha Esteve, pedagoga teatral: “El cáncer y el arte te ponen al borde del precipicio”

Concha Esteve en el balcón de su casa

José Antonio Fuentes

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La plaza de los Patos -en Vistabella- está vacía. Estamos a finales de agosto, el calor ahoga y la curva de contagios por coronavirus, repunta. Esteve aparca la moto y nos sentamos en la única terraza abierta a la vista. “Estoy nerviosa”, comenta mientras sirven tónica y cerveza. Cuento anécdotas de otras conversaciones, resto importancia. Durante años ha bloqueado su timidez, reconoce durante la entrevista, “he ido muy de chula. Con la edad paso de esta pose y muestro cómo me siento”.

Concha Esteve, 51 años, es profesora en la Escuela Superior de Arte Dramático (ESAD) de Murcia desde 1993 donde imparte las asignaturas de Teatro físico y Prácticas aplicadas al Teatro de Creación. Nacida en el barrio de El Carmen de Murcia, hija de ama de casa y representante de ropa, es madre monoparental de Lucía, una adolescente de 13 años interesada en las ciencias. A los 18 años su vida dio un giro inesperado, de un día a otro, cambió la matrícula -ya preparada- de Derecho por la de Arte Dramático con el tradicional disgusto familiar. Tras la muestra final del primer año de carrera, su padre la abrazó y confesó que también quiso ser actor. Ir a Madrid a trabajar en cine y teatro como un señor murciano que había oído era electricista -Paco Rabal-.

Pedagoga apasionada, Esteve, desprende honestidad y verdad y asegura que cada uno de nosotros “no somos imprescindibles, pero sí importantes”.

Después de casi 30 años de docencia, ¿qué has aprendido de tus alumnos?

Empecé a dar clase de profesora interina el mismo año que Antón Valén y recuerdo que me dijo: “Nunca dejes de estudiar. Se supone que vas a enseñar cosas a tus alumnos, pero quien te van a enseñar son ellos”. También tengo presente otra frase de Norman Taylor, que él no recuerda decírmela: “Cuando entres al aula nunca pienses que vas a enseñar nada. Si acaso, intenta despertar la curiosidad en el alumno para que él quiera aprender”.

Todo esto se corresponde con la pedagogía de la situación de Barret. El alumno te enseña a enseñar, te da las claves de la comunicación. Aprender es como enamorarse, nadie te puede obligar.

¿En qué ha cambiado la pedagogía teatral estas últimas décadas?

Fundamentalmente, con la incorporación de estructuras universitarias en los estudios artísticos. Al principio, los estudios de Arte Dramático estaban más enfocados al alma, a generar creatividad, espontaneidad, materiales de creación. Hoy en día, la normativa educativa lo abarca todo y esos aspectos pedagógicos están implícitos en los planes de estudios. Esta estructura más reglada permite acceder a otros niveles de investigación, tener un título universitario y es algo positivo, da visibilidad. Por otro lado, axfisia. La burocracia asociada a la pedagogía artística puede ir en contra de la creatividad.

El perfil del alumnado que ingresa en la ESAD, ¿ha cambiado?

Antes, quien estudiaba Arte Dramático se había peleado con su familia o escapado de casa. Ahora es una carrera muchísimo mejor vista. He tenido alumnos que venían a escondidas de su familia a clase. Hoy en día los padres y madres vienen, incluso, con mucha frecuencia. Todos los talent shows han marcado un cierto perfil del alumnado que, aún así, sigue siendo muy heterogéneo en los diferentes itinerarios educativos, como el musical, texto, creación o dirección.

¿Cuál ha sido, hasta el momento, tu último trabajo de actriz?

Dejé las tablas hace mucho tiempo. En el ámbito profesional, fue ‘Los carcas’ de Javier Mateo, en 2010.

¿Por qué lo dejaste?

No disfrutaba y la pedagogía empezó a ocupar mucho tiempo. Me apetecía más el trabajo de creación e investigación escénica. Me gusta mucho el trabajo de ayudante de dirección, ser intermediaria, conseguir que el actor llegue donde quiere el director. En la pedagogía de la creación eso es importante.

¿A qué te refieres con no disfrutar?

En la actuación debe existir un disfrute, aún con sacrificio y mucho esfuerzo. El hecho creativo se basa en el juego. Si no juegas hay tensión, y si hay tensión no hay expresión. Yo sé como está mi cuerpo en clase y en el escenario. En el otro lado soy más feliz. Buscamos la verdad en el arte, la receta es ser honesto con uno mismo y con el que tienes delante, sea público o alumnado.

Mi vida ha cambiado mucho este último año, no puedo asegurar que no volveré. Lo cierto es que esa tensión nunca la sentí en la investigación y creación, viajé y me formé con muchos maestros a lo largo de años.

En esos años de investigación y descubrimiento, ¿encontraste nuevos canales o formas de expresión que aliviaran esa tensión, que cuestionaran la forma de estar en escena?

Sí, pero aún no lo he experimentado personalmente. He generado un método de trabajo, que practico desde hace diez años con mis alumnos, basado en la propia percepción física del cuerpo y de ahí salir hacia el exterior y la expresión.

Una vez pregunté a Norman Taylor: ¿por qué nos pasa esto? Me respondió que no lo sabía. Él había dejado la actuación por la pedagogía. A Claudia Castellucci, le sucedió lo mismo y también le pregunté, me dijo que un día su cuerpo dejó de querer ponerse delante del público y ahora era feliz. De eso se trata, de encontrar el mayor sentido y felicidad en lo que haces en cada momento.

¿Cómo estás viviendo esta pandemia?

En una situación especial porque estaba de baja desde enero a causa del tratamiento por cáncer. Ha sido un confinamiento de viajes al hospital y de estar en casa con mi hija. Me operé durante la pandemia. También he vivido de cerca el trabajo brutal de mi hermana, médico en atención primaria, durante los momentos más duros de la crisis sanitaria o el de mi hermano, trabajador social en la cárcel de Sangonera y el esfuerzo de adaptación de mis compañeros profesores ante la suspensión de las clases presenciales.

¿Qué tipo de cáncer has sufrido?

El verano pasado noté un bulto en la axila y pensé que no era nada importante. En octubre empezó a molestarme, sentía ardor. Me diagnosticaron cáncer de mama un mes después.

La primera sesión de quimioterapia fue el día de mi cumpleaños, el 29 de noviembre. Ha sido bastante dura pero no lo he llevado del todo mal. He tenido mucha fuerza y buena actitud, que parece ser es muy importante en este tipo de enfermedades.

¿De dónde sacas la fuerza y el ánimo para afrontar una enfermedad grave en medio de una pandemia mundial?

El cáncer es una enfermedad muy complicada, cuesta hasta nombrarla. O te puede, o la puedes. No significa que la venzas. Al cáncer no se le vence nunca. Pero con no permitir que no te deje vivir, ya es una victoria. Mientras tanto, puedes ser feliz.

Soy realista, sé lo que tengo, pero trato de ser positiva y no dejarme comer por el miedo. Si tengo dos opciones al pensar intento hacerlo en positivo. Este optimismo lo he construido. El cáncer quita muchos dramas de tu vida.

¿Qué te ha ayudado a sobrellevar estos meses?

Mi familia y mis amigos. Lo más importante es querer, que te quieran y poder disfrutarlo. He sentido muchísimo amor y me emociona recordarlo. Dicen que el artista busca la belleza, y la belleza está en la interacción humana, en dar y recibir. Siempre pienso que el cáncer y el arte te ponen al borde del precipicio. Son dos experiencias límite donde tienes que tomar decisiones radicales y superar grandes miedos. Con el cáncer debes responder a la pregunta de si quieres vivir, pero vivir cada segundo mientras dures. 

El arte tiene que insuflar vida. Con la quimio te inyectan muerte que da vida. Me siento muy viva y hacía tiempo que no me sentía así. No doy las gracias al cáncer, pero de todo hay que aprender.

¿Cómo afrontas este nuevo tiempo?

Hay algo que sí me ha cambiado el cáncer, no hago planes a largo plazo. El tiempo y la caducidad se han hecho muy evidentes. Soñé un monólogo con la muerte, un día lo escribiré. Era muy divertido también. Una luz cenital me decía: “¿Te quieres quedar?” Yo respondía que sí y me replicaba: “¿Para qué?” No somos imprescindibles, es muy jodido asumirlo porque tu narcisismo se resiente, pero sí somos importantes cada uno de nosotros.

Antes vivía poco el presente y pensaba más en el futuro. Tener la muerte al lado te hace relativizar otros problemas. No me planteo un giro de 180 grados en mi vida. Uno es lo que es. Tengo una hija maravillosa, una familia, un trabajo que me encanta, amigos muy buenos y me encanta aprender. Soy muy afortunada, voy a disfrutarlo.

¿Qué tal la experiencia de ser madre en una familia monoparental?

Tiene su parte buena, no tienes que rendir cuentas a otra persona y su parte mala, debes asumir la responsabilidad de todas las decisiones en solitario. Lo mismo es muy malo y muy bueno. En mi caso, es lo mejor que he hecho en mi vida. La mejor compañera de vida que puedo tener.

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