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Entrevista

Laureano Debat, escritor: “'Casa de nadie' es una historia de prostitución que no juzga ni condena ni idolatra”

Laureano Debat

Rubén Bleda

12 de abril de 2023 10:07 h

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En 'Casa de nadie' (Candaya, 2022), Laureano Debat narra una historia en carne propia: su convivencia a lo largo de nueve meses con dos mujeres, Jimena y Sonia, madre e hija, chilenas de origen, que ejercían la prostitución en el piso que compartieron en Barcelona. Desde el momento en el que toma conciencia de a qué se dedican sus compañeras de piso, Laureano se convierte en un esmerado documentalista de sus vidas: su personaje indaga, interroga, está atento, investiga los detalles que luego habrán de dar sustancia a la novela. Forma sutil de metaliteratura: vemos al escritor trabajando en el libro que ahora tenemos en las manos.

Es un retrato de la vida íntima de estas dos mujeres desde el privilegiado camerino que ocupa el autor, quien llegó a ser, durante ese tiempo, parte de su peculiar familia. Novela de observación, de estilo delicado y evocador, que se desarrolla en una “casa de todos y de nadie”, poblada de personajes de paso.

Charlamos con Laureano a propósito de su visita a Murcia y a Libros Traperos el pasado sábado 18 de marzo para presentar esta novela.

La mirada masculina ha conformado un amplio imaginario sobre la prostitución. Diría que ha llegado a ser un topos literario, con abundante presencia sobre todo en la literatura de los siglos XIX y XX. Pienso, no obstante, que el tema de la esta novela no es la prostitución, sino la curiosidad que inspira la vida íntima de las prostitutas. Y más exactamente la curiosidad que a un escritor le inspira la posibilidad de una convivencia íntima con prostitutas. Esta novela refleja cómo se ponen en marcha los engranajes del instinto literario ante un material prometedor. ¿Por qué crees que la prostitución es un motivo literario tan habitual?

Por varios motivos. Hay uno transversal a la existencia misma de la civilización y que quizás tenga que ver con eso de que es el trabajo más viejo del mundo y demás. O, mejor dicho, con la presencia de la prostitución en casi todas las épocas, sobre todo la femenina. Y, por supuesto, siempre con la mediación narrativa del ojo masculino juzgador, idealizador, salvador y unos cuantos tópicos más con los cuales los escritores hombres han tratado el tema. Y esto que acabo de decir parecería una contradicción de mi parte, teniendo en cuenta que Casa de nadie es, en teoría, una historia de la prostitución filtrada por un ojo masculino. Justamente por eso he procurado dar un punto de vista completamente opuesto a la que se le ha venido dando al tema y he tratado de llegar al máximo de empatía que pude con mis compañeras de piso, primero durante la convivencia y después durante la escritura con un narrador que en ningún momento juzga ni condena ni idolatra ni ejerce de salvador puritano. Siguiendo con tu pregunta, el tema siempre invita a cierto voyeurismo, es una puerta de entrada a territorios muchas veces desconocidos. Y hoy sigue siendo un tema atrayente, supongo, por la discusión política que implica la regulación o la abolición de la actividad y la complejidad de todo este debate global sobre los derechos de las prostitutas en el que muchos países están inmiscuidos ahora mismo.

Como dices, el autor/personaje tiene con las protagonistas una proximidad amistosa, de cariño y convivencia, lo que nos ofrece una visión de camerino, palabra que mencionas en varios momentos de la novela. Escribes, por ejemplo, en la página 236: “Quizá sea el morbo que no encuentro en esta casa donde habito el camerino del morbo, es decir, su lado opuesto”. ¿Consideras que el posible morbo de esta novela ha sido disuelto a base de cotidianidad?

Es probable. No hubo demasiado morbo durante la convivencia y así es como el narrador de la novela lo cuenta, tal cual yo lo viví. Algunos momentos puntuales de cierto morbo sí que hubo, evidentemente, insinuaciones, sensualidad y jugueteos, hay algunos desnudos y la aparición, por momentos, del deseo. Pero dentro del camerino que representaba esa casa (o el costado de la casa que me tocó habitar) lo que hubo en mayor medida fue el reverso del morbo sexual: las reacciones explícitas y espontáneas de dos prostitutas cuando se preparan para recibir a un cliente y cada vez que terminan de dar el servicio. Entre todo eso: llantos, orgasmos, vómitos, silencios, pastillas, drogas, comidas, alcohol, la gama más amplia de sensaciones y acciones que dos personas pueden tener antes y después de trabajar con su cuerpo en la práctica sexual, y durante su día a día y sus noches de descanso. Ahí no hay morbo sino la curiosidad de estar viviendo en unas bambalinas a las que ni siquiera los clientes de la prostitución pueden acceder. Y desde esos costados está escrita esta historia. 

Precisamente, me llama la atención que gran parte de esas escenas de bambalinas que mencionas tengan lugar en la cocina, que es el escenario por excelencia donde transcurre la vida de la otra mujer, de la esposa tradicional. O, mejor dicho, de la mujer, porque es la prostituta la que ha merecido siempre el apelativo de “otra”. Además, resulta que las ventanas de esta casa de nadie dan al patio de un convento. Parecen decisiones de escritor más que hechos fortuitos…

La cocina era también el espacio para comer y daba directamente al salón. Esos eran los sitios de nuestras reuniones y, arquitectónicamente, estaban en el centro de la casa, entre sus habitaciones y la mía. Fue algo natural y espontáneo habitar esos espacios como las bambalinas de su trabajo. Ellas ya lo hacían antes de mi llegada y decidieron compartirlo conmigo. Además, la comida era un aspecto importante de nuestras vidas: los agasajos, los sabores, las texturas. Había un hedonismo muy marcado de parte de ellas en disfrutar de la gastronomía. De hecho, Jimena tuvo un restaurante en Chile. Dentro de una familia patriarcal, es verdad lo que dices de la simbología de una cocina, pero no éramos una familia demasiado ortodoxa. Y sí, el balcón de mi habitación daba al patio de un convento que estaba a la vuelta, en la calle Enric Granados y Plaza Letamendi. Entiendo que incluirlo puede parecer una licencia de ficción, pero es que era así: cada mañana me levantaba y veía el patio de ese convento. Fue un hecho concreto y ese convento sigue estando ahí. La casa de nadie es la que ya no existe.

Transcurren más de diez años entre que se desarrollan los hechos narrados en la novela hasta su reciente publicación, tiempo que permite imaginar un reposado trabajo. Aunque tengas como base tus propios recuerdos, ¿has buscado inspiración o influencias en obras literarias u otras fuentes que aborden la cuestión del trabajo sexual?

Sí, han sido muchas lecturas y muy variadas: desde novelas francesas del siglo XIX hasta ensayos actuales sobre feminismo y prostitución, pasando por algunos autores del boom latinoamericano o japoneses, cronistas y varias prostitutas que hablan desde su propia experiencia. También mucho cine, algunas series y hasta canciones. Básicamente, casi todos los géneros y ámbitos narrativos que me interesan. Parte de esa huella aparece en el recorrido de la novela, explicitada en citas concretas que se ponen en relación con la historia de Sonia y de Jimena y de mi vida con ellas.

La convivencia con ellas, ¿ha modificado la concepción previa que tenías de la prostitución, si es que tenías alguna?

No tenía ninguna y no era un tema que me interesara per se o del que conociera demasiado. Alguna vez, en la adolescencia, con mis amigos habíamos ido a alguno de los puticlubs del puerto de Quequén, a 50 km de Lobería, mi pueblo natal, pero más por la aventura de entrar en territorio desconocido y de presenciar esos ambientes turbios, a veces peligrosos. Fueron muy pocas veces y siempre visitas incómodas, no era nuestro sitio y no sabíamos cómo comportarnos. Nunca me interesó la prostitución como cliente. Y vivir con ellas, más que cambiar mi visión sobre el tema, me sirvió para aprender muchísimo sobre todo lo que se juega, se expone y se arriesga una mujer que se dedica a este trabajo. Ellas no solían exponer sus miedos y su asco a los clientes, al contrario, lo hacían en el camerino, muchas veces a mi lado. Lo mismo que sus alegrías y sus emociones más divertidas. O cuando consumían medicamentos o drogas. Todo eso formaba parte del detrás de escena, antes o después del sexo, y vivir eso sirvió para empatizar cada vez más con ellas y entender el riesgo físico y emocional que corrían cada vez que atendían a un cliente. 

Los capítulos principales están nombrados por los meses del año y se intercalan de otros más breves que siguen otras dos secuencias: la de un encuentro posterior con Sonia, una vez abandonada la vivienda, y la de una serie de conversaciones con ambas que responden a una idea de entrevista o documental, donde cuentan sus historias de vida. ¿Qué te aporta esta forma de estructurar la novela frente a otras opciones? 

Está ese lugar común de que uno escribe para ordenar el caos de la experiencia, de la vida que se manifiesta de manera convulsa e inorgánica. Yo tenía que contar una vida, un trozo de vida muy concreta pero, evidentemente, caótica: nueve meses, principalmente, de tres personas y, de manera secundaria, de unas cuantas personas más que se cruzan en el camino. Y, además, el pasado de Sonia y de Jimena. Esa estructura que diseccionas muy bien fue la manera más apropiada que encontré para narrar todo eso, para que todas esas vidas con sus presentes y sus pasados se conviertan en algo que se catalogue como novela.

La novela se desarrolla a lo largo del año 2010 y tiene como telón de fondo dos hechos muy relevantes de nuestra historia reciente: el avance de la crisis económica y el inicio del procés catalán. ¿Cómo contemplabas estas situaciones desde tu mirada argentina y cómo fue tu experiencia de migrante en España?

El Procés catalán me parecía fascinante como problema político, sobre todo porque en Argentina nunca habíamos tenido un conflicto así y me daba mucha curiosidad entender sus causas. Lo fui siguiendo como periodista durante algunos años con mucho interés hasta que me saturó y muchas de las cosas que me parecían fascinantes descubrí que carecían de todo interés. La polarización extremísima del conflicto, que no significa otra cosa que el borrado de los matices, es lo que me acabó agotando. Cualquier cosa a la que se le borran los matices, sobre todo de manera arbitraria, deja de interesarme al instante. Lo de la crisis económica mucho no te puedo decir, porque vengo de un país con crisis mucho más acentuadas y fuertes que las que tuvo España en estos años, pero sí sentí su impacto no solo en mi bolsillo sino en el desencanto de muchos de mis amigos y amigas que habían crecido con otra idea de futuro. Acabé de entenderlo con el Yo, precario de mi amigo Javier López Menacho.

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