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“El lenguaje es uno de los fundamentos legitimadores del orden político del mundo”

Ernesto García López

José Daniel Espejo

Escritor, profesor universitario, antropólogo social y cultural y especialista en el movimiento 15M, Ernesto García López (Madrid, 1973) presta especial atención a la poesía. Con seis poemarios publicados, Voz (Ópera Prima, 1998), Fiesta de pájaros (Devenir, 2002), El desvío del otro (Devenir, 2008),  Ritual (Amargord, 2011),  Todo está en todo (Amargord, 2015) y el recientísimo Los afectos (Varasek, 2019), su trabajo transita entre las vanguardias, la cultura popular, el ruido blanco de los medios de masas y el compromiso con el presente. Estos días visita Murcia y Cartagena (Libros Traperos, viernes 3, 19h. y La Montaña Mágica, sábado 4, 12h.) para presentar su último libro, una exploración sobre la mal llamada crisis de los refugiados y el relato con que nos la explicamos.

Desde las páginas de Los afectos, una cita de Karl Kraus nos recuerda que el arte sirve para limpiar los ojos. ¿Necesitamos la poesía para percibir con claridad -desde el cerebro, desde el corazón y desde las tripas- lo que está ocurriendo tras la línea del horizonte, en el Mediterráneo?

Para mí la poesía es una práctica de vida, no de literatura. La palabra, el lenguaje, son concebidas como una dimensión más de lo vivo, como una parte irreductible de lo que somos, al igual que el cuerpo, la emoción, la sociabilidad, la razón. Todas estas dimensiones mezcladas, confundidas entre sí, componen eso que llamamos (precariamente) “sujeto” y condensan nuestra forma de ser y estar en el mundo. Por eso me distancio de aquellas perspectivas que otorgan a la poesía  sólo una temperatura retórica. En este sentido, todo aquello que nos “afecta”, como por ejemplo lo que está sucediendo en el Mediterráneo y tantas otras partes del planeta, tiene una repercusión directa sobre el lenguaje. No es que necesitemos la poesía para percibir con claridad nada (en un sentido meramente instrumental), sino más bien la poesía abre la posibilidad, mediante la puesta en crisis del lenguaje mismo, de habitar lo real de un modo distinto. Yo buscaba cohabitar con este libro (en tanto sujeto que se pretende mínimamente ético) una experiencia histórica fundamental, dramática y cuestionadora de lo que somos como sociedad.  

Tu trabajo, en Los afectos, como poeta (e incluso como dibujante) parece buscar la des-sistematización de la palabra y la imagen. ¿Cómo afectan, los lugares comunes del relato mediático, a nuestra percepción de la crisis de los refugiados de guerra?

La poesía y la pintura para mí son, ante todo, resistencia a producir “signo”, información, documento, sentido. Muy al contrario, concibo estas artes como dispositivos de vida orientados a generar líneas de fuga. Los medios, el habla cotidiana, las palabras de la tribu han empapado de tal modo nuestro lenguaje que, como diría Henri Meschonnic, han terminado por colonizar y normalizar su ritmo. A diario se nos bombardea con estereotipos, relatos, automatismos, discursos públicos, de modo que apenas podemos enunciar la realidad de un modo distinto. En el caso de la crisis de refugiados estos dispositivos de normalización son brutales y responden a intereses políticos, económicos y geoestratégicos concretos. Es por ello que la poesía y la pintura pueden (me parece) introducir “arritmias”, formas de salirse del “ritmo homogéneo” del lenguaje, prácticas donde cabe la posibilidad de singularizar una experiencia de mundo, “devenir otro”, “cambiar la vida” que diría Rimbaud.   

Como en tu poemario anterior, Todo está en todo (Amargord, 2017), trabajas con la tachadura, el borrado, la huella del lenguaje, ¿qué buscas -y qué encuentras- en esos límites del poema?

La tachadura y el borrado tienen la potencia de hacer visible en el texto la precariedad del lenguaje, su propia fragilidad. Se nos ha educado, creo, en la afirmación, la estabilidad, el consenso, pero todo lenguaje, por volver a Meschonnic, es una “guerra”. Guerra de sentidos, de ritmos, de posibilidades infinitas. Es un territorio de disenso, de duda, de perplejidad. No escribimos sobre lo que sabemos, sino más bien a partir de lo que no sabemos y apenas intuimos. Es el propio hacer del lenguaje el que va desentrañando y produciendo realidades. Nada es estable en el lenguaje. Cada uno de nosotros tenemos la capacidad de escapar a su secado. Somos sujetos sociales donde la sujeción y la subjetivación conviven de manera contradictoria, simultánea y múltiple, y todo ello tiene reflejo en la lengua. Por eso la tachadura (en línea con José-Miguel Ullán) permite explorar en un mismo plano textual las diferentes laderas de la palabra.

Poesía comprometida vs. poesía experimental ¿qué trampa hay tras esa dicotomía y por qué sigue flotando en el ambiente?

Yo creo que en España se ha confundido durante mucho tiempo el compromiso político con la tematización literaria de lo (aparentemente) político. Tematizar lo político (en términos de producción estable de “signo”) no implica generar una literatura (lingüísticamente) política tal como yo la entiendo. Soy más de la opinión (en línea con Miguel Casado) que concibe la poesía como “trabajo crítico de la lengua”. Por ejemplo, ¿que es más político el realismo soviético o el expresionismo alemán? Para mí, el segundo. ¿Por qué? Pues porque la función política de la poesía, de la pintura, de las artes en general, tiene más que ver con producir aperturas de sentido, formas-otras de devenir vida. La poesía experimental cuestiona el orden del lenguaje dado y desestabiliza sus bases. Y el lenguaje dado es uno de los fundamentos legitimadores del orden político del mundo. Por eso, aquellas personas (como es mi caso) que somos críticos con este orden político del mundo, y que realizamos una práctica estética y existencial llamada (provisionalmente) “poesía”, tenemos como primera responsabilidad desarrollar un trabajo crítico con el idioma, rondar sus límites. En este sentido, no creo que la poesía transforme nada ni tenga una función social específica (en un plano partidista y/o de condiciones materiales). Sin embargo, sí puede ayudar a modificar uno de los órdenes fundamentales del ser que es el lenguaje. No es poca labor. Y, sobre todo, es profundamente política.  

Como antropólogo social y cultural especialista en el movimiento 15M, ¿qué cambios ha introducido (y cuáles no) esta ola democratizadora-impugnadora en la literatura española?

He dedicado seis años de mi vida a investigar, escribir y pensar eso que, por convención, llamamos 15M y sigo sin terminar de entender bien todas sus valencias. En lo tocante a su influencia en la literatura española, me atrevería a esbozar (de forma muy precaria) al menos tres grandes líneas de fuga. En primer lugar, creo que ha supuesto un desplazamiento en el lenguaje. Tras el 15M (para muchos, no para todos) sostener la vida, enunciar el mundo, desplegar escritura movilizando palabras, implica buscar nuevas formas de “re-ritmizar” un texto (en boca de mi amigo Amador Fernández Savater). En otras palabras, de poner en crisis las formas de vida y lenguaje instaladas en los propios textos literarios. En segundo lugar, creo que ha hecho virar el foco sobre los objetos culturales reflejados en la literatura. Antes de la crisis económica y de esa ola “democratizadora” como tú la llamas, la historia tenía poca presencia en una parte importante de nuestra narrativa y poesía. Primaban los metalenguajes, la metaficción, un cierto realismo desanclado de los procesos sociales. Tras el 15M me parece que se ha producido un movimiento de “re-historización”, que no implica abandonar los hallazgos metalingüísticos y posmodernos, sino reintroducir en el trabajo con el idioma la contingencia del tiempo (en sentido machadiano), la experiencia subjetiva de la historia, y la problematización del presente a partir de sus conexiones con el pasado. Por volver a una de tus preguntas: reintroducir la experimentalidad como forma de subvertir el status quo de la lengua y en diálogo con lo histórico. Y en tercer lugar, creo que ha cambiado la posición del escritor dentro de eso que Bourdieu llamaría el “campo social”. Las condiciones materiales de producción de las obras artísticas, en un marco de profundo recorte de políticas culturales, se han endurecido, se han vuelto más vulnerables, y esto tiene un reflejo directo sobre las propias obras. Cuando se es precario existencialmente, el lenguaje que se habita también se tiñe de precariedad, también queda atravesado por las tensiones ordinarias del habla, y eso tiene una filtración directa (me parece) sobre los textos. El 15M ahonda en la literatura española el cuestionamiento de un mundo (neoliberal) que ha hecho de la crisis su forma de gobierno. Y cuando me refiero a gobierno no me estoy refiriendo sólo a las instituciones políticas y económicas sino, de manera especial, a los procesos de subjetivación tal y como lo entienden autores como Christian Laval y Pierre Dardot.

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