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Reseña menstrual

Prófugas del régimen heterosexual: 'La calumnia', un heterodrama de William Wyler

'La calumnia', de William Wyler

Carla Boyera

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Basada en la primera obra de teatro escrita en 1934 por la belicosa y fascinante Lillian Hellman, activista, crítica literaria, dramaturga y guionista -con más de una veintena de obras a sus espaldas- entre otras cosas, ‘La calumnia’ cuenta con la misma mujer que guionizó la magnífica película de La Loba , también dirigida por nuestro director fetiche hollywoodiense, William Wyler.

Se podría pensar que se sale antes de la heroína que del régimen heterosexual, pese a todo el merchandising y fuertes inversiones lo avalan. Sin embargo, dos mujeres juntas, comprometidas en un proyecto de independencia y autonomía económicas, son un blanco demasiado fácil de criminalizar. Es terrible que alguien piense que eres lesbiana, máxime cuando has cuidado con tanto mimo y esmero tu heterosexualidad, cuando te has encargado de tener puntos de más en el carnet de la heterosexualidad hegemónica, cuando has seguido todas las instrucciones; ¿cómo es posible? ¿Cómo tiene una que performar su hetera orientación sexual, ligada tantas veces a la performatividad de la feminidad, para que no pese sobre una la sombra de la duda? Si Audrey Hepburn no es capaz de conseguirlo con el aire que levantan sus pestañas, su cintura de muñeca, sus movimientos delicados, su actitud dulce, su voz suave, sus vestidos por debajo de la perversa rodilla, y sus camisas con el último botón cerrando la decencia de su cuello, nadie podrá. Mary (Karen Balkin) es la niña insoportable que encontró en la mentira «una pizca de verdad», es el rumor que te agarra de los pelos para sacarte del armario, es el cotilleo que siembra y ve crecer la sospecha de que puedes ser una desertora de la Causa Heterosexual de naturaleza matrimonial y procreadora; Mary es el dedo que te señala la culpabilidad, la deshonra, el desprestigio, la enfermedad, la anormalidad, la monstruosidad. Mary es el principio del juicio social implacable que te marca para siempre como disidente sexual subversiva: estabas en los privilegios que habitan el centro del sistema heterosexual, desobedecer te manda a los márgenes.

Dos de los temas que sobrevuelan la historia de este film, como no podría ser de otra manera tratándose de las dos grandes patas de la heterosexualidad, son el matrimonio y la maternidad. Mientras que Martha (Shirley MacLaine) contesta, con distancia y desafección, «Ya tengo veinte» a la pregunta de «¿Cuántos hijos quieres tener, Martha?», Karen (Audrey Hepburn) susurra hasta cuatro veces «Te quiero» enroscada al cuello de su prometido Joe (James Garner) después de poner una fecha al feliz evento de la maternidad por venir.  «Ya tengo veinte» (refiriéndose a sus alumnas del internado Dobie-Wright) es otra manera de decir no pienso tener hijos o yo no quiero ser madre. Pareciera como si el hecho de abandonar Martha las filas del régimen heterosexual fuese inversamente proporcional al instinto maternal.

A Karen, por otro lado, cuya heterosexualidad de manual sabe bien de la maternidad obligatoria, se le entremezclan lenta y fuertemente las narrativas del amor romántico con la maternidad, como el cuerpo de una serpiente con su próxima cena. Si algo nos dicen los guiones de la heterosexualidad (felizmente contestados y desmontados por las maternidades bolleras) es que no hay hijos sin macho; para Martha ni el macho ni los hijos entran en la ecuación, mientras que para Karen el orden de los elementos es necesario para la obtención del producto: primero hay que asegurar los derechos sexuales de un único macho sobre la hembra, luego los derechos reproductivos: matrimonio+procreación. Unido al tema del matrimonio está la cuestión de la carrera profesional. El matrimonio (la película es de los años 60) aleja a las mujeres de su vida laboral, de sus proyectos personales remunerados. Estas fórmulas tan castrantes para las mujeres se solventan con la asociación del adjetivo ‘egoísta’ para la no-madre y ‘sacrificada’ (llevada a un altar) para la madre. En una conversación de Martha con Karen vemos, efectivamente, cómo es egoísta para una mujer pensar en su proyecto laboral y no en su proyecto familiar, es egoísta fundar una empresa en lugar de una familia. Por muy alucinante que nos parezca, justo cuando mucha gente cree que ya está todo superado y que el patriarcado es sólo un holograma, estas narrativas que ligan la decisión de no querer tener hijxs con el egoísmo siguen vivas para las mujeres todavía hoy.

Otro punto fuerte de la película en torno al cual se vertebra la angustia de sus protagonistas es la visión socio-cultural de las consecuencias de salir del Régimen Heterosexual, plasmada en lúcidas conversaciones donde los tres protagonistas principales sufren el peso del estigma no sólo en sus vidas personales, sino en sus ámbitos profesionales. La patologización del deseo homoerótico queda patente en la «devoción enferma“ de Martha por Karen, los celos y los deseos de posesión «antinaturales» que traen la imagen de lo deforme y horrendo: «Tengo ocho dedos y dos cabezas, ¿no lo ves? ¡Soy un monstruo!».

Las relaciones que se desarrollan en las comunidades no normativas traen nuevos modelos reproductivos que cuestionan los modelos familiares tal y como los conocemos. Pero no sólo en la esfera privada mediante la tenencia y crianza de criaturas, sino también en la esfera pública porque, ¿dónde mejor para ‘enseñar’ esos nuevos modelos que en la escuela? La posibilidad de que un par de lesbianas lleven un internado para niñas es demasiado amenazante como para ignorarla: en las pesadillas se visualiza perversión, mal ejemplo y atentado contra la moral. El riesgo de que el lesbianismo sea de más rápido contagio que el covid19 desata el pánico, la alarma y la consecuente y responsable distancia de seguridad: nada amenaza más el régimen heterosexual que la disidencia visible de quienes no lo practican. Son los mismos miedos sostenidos hoy por los partidos de la ultraderecha, obsesionados con sacar la multiplicidad sexoafectiva del armario de los proyectos curriculares. Guiones previsibles y miedos actualizados fuera de la gran pantalla.

Y este es el drama en blanco y negro (como blanco o negro son desafortunadamente muy a menudo los rígidos encasillamientos de las orientaciones sexuales) y la potente propuesta del Lillian Hellmann bajo la dirección de Wyler: no un bollo drama, sino todo un heterodrama.

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