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Rafael Ábalos: “Llegué a creer que mi tiempo de escritor había pasado”

Rafael Ábalos / Pablo Fernández Sanjuan

José Miguel Vilar-Bou

El escritor Rafael Ábalos (Archidona, 1956) rompe un silencio de seis años con Las brumas del miedo (Plaza&Janés), `thriller´ que, partiendo de una perturbadora escena en el monumento a la Batalla de las Naciones de Leipzig (Alemania), nos lleva al lado más oscuro de la ciudad.

En esta entrevista, el autor, que alcanzó fama mundial con Grimpow, el camino invisible (150.000 ejemplares vendidos y traducida a 25 idiomas), conversa sobre su nuevo libro y sobre los peligros a que se enfrenta la sociedad europea. Pero también sobre su largo periodo de sequía creativa (“Llegué a creer que mi tiempo de escritor ya había pasado”), sobre su regreso a la abogacía y sobre cómo la dura enfermedad a la que se enfrentó su esposa le empujó a volver a escribir: “La escritura me ayudó a recomponerme de la destrucción que implica el cáncer cuando entra en una familia”. A ella le dedica el libro. Rafael Ábalos presentó Las brumas del miedo en la librería Educania.

¿Qué son Las brumas del miedo?Las brumas del miedo

Las brumas son la incertidumbre en que vivimos individual y colectivamente, y el miedo es lo que nos atenaza hoy a muchos. Me pareció un titulo que define la novela en toda su amplitud. Es un `thriller´, pero he querido que la historia, con toda su trama y su misterio, tuviera conexión con la actualidad, el tiempo en que vivimos: El resurgimiento de la ideología nazi, el desencanto de mucha gente joven; la existencia, en una ciudad aparentemente segura y universitaria como Leipzig, de ambientes peligrosos, oscuros, en cuya degradación puedes verte atrapado sin darte cuenta, como le sucede al personaje de Susana Olmos. Es también una novela que habla sobre la muerte, como algo bello, deseado, ritual.

¿Te ha resultado difícil meter estos elementos de reflexión en una novela de intriga y suspense?

No. Cualquier historia que se cuente es una experiencia de vida y en ella pueden caber temas trascendentes.

En tus novelas juegas con la historia, las leyendas, los símbolos, la mitología. En Las brumas del miedo añades a este cóctel el sexo y la muerte.Las brumas del miedo

Me divierte y creo que puede ser emocionante para el lector entrar en un universo real, pero en el que está presente algún componente mitológico, esotérico. Esto es fruto de mi aprendizaje con la novela juvenil, en la que tienes que mezclar géneros, situaciones intrigantes, elementos enigmáticos para atrapar al lector. Esta vez he fantaseado con las sociedades ocultistas nazis, que tenían mucho que ver con la brutalidad casi diabólica de su ideología, el mal más puro.

La novela surge a partir de una única y perturbadora imagen que tiene por escenario el monumento a la Batalla de las Naciones, en Leipzig.

Es una escenografía que encontré de manera casual. Yo jugaba con la idea de un personaje: una estudiante española de Erasmus, pero fue el descubrimiento de ese monumento fascinante lo que disparó mi imaginación. De inmediato vi en mi cabeza la imagen con que empieza el libro: los cadáveres de esas cinco chicas vestidas con lencería erótica (pintada, en realidad) bajo los Guardianes de la Muerte, esas colosales estatuas, como si formaran parte del monumento. Esa simbiosis de arte, muerte y erotismo me impulsó a escribir, a descubrir qué historia se escondía detrás de tal imagen, algo que en ese momento desconocía.

Y se acabó convirtiendo en una novela que rompe un largo silencio de seis años.

Yo había escrito ocho novelas en una década y tras El péndulo tuve la necesidad de parar. Fue un momento de incertidumbre, empezaba la crisis, se dieron una serie de circunstancias que me hicieron pensar que quiza no volvería a escribir. Tal vez mi tiempo de escritor ya había pasado. Al fin y al cabo yo nunca me consideré tal. Llegué a esto por casualidad. Hubo un comienzo y podía haber un final. Volví a trabajar en la abogacía plenamente de nuevo.

Le dedicas el libro a tu esposa, Loli Guirado.

Sí, a “mi vida”, porque ella estuvo muy cerca de la muerte. En la época en que dejé de escribir, a mi mujer le diagnosticaron una leucemia muy severa que nos ha tenido tres años de hospital en hospital. El cáncer es brutal cuando entra en una familia. Exige cuidados, atenciones. En ese proceso, sentí otra vez la llamada de la búsqueda: Dónde podía hallar una buena historia que me emocionase. Qué podía contar esta vez. Y así empecé a escribir Las brumas del miedo. Le debo esta novela a mi mujer.

¿Fue una forma de terapia?

Sí, escribir, volver a mundos mágicos, de ficción, tras tantos años me sirvió para recomponerme de la destrucción que supone la enfermedad. Porque la creatividad no es sólo una forma de expresión. Es también una forma de curación de tus miedos, tus heridas. Cuando escribo, siento que vivo en otro espacio, en otro territorio.

Tu novela juvenil Grimpow, el camino invisible (2005) te llevó a un público masivo e internacional. ¿Son aquellos adolescentes tus lectores adultos de ahora?Grimpow, el camino invisible

Ojalá. Si entonces tenían doce o dieciséis años, hoy andarán por los veinticinco, veintiocho… Y si les apasionó Grimpow, Las brumas del miedo los apasionará también. Yo creo que conservo esa voluntad de sorprender, no sólo a mí mismo sino a quien me lee.

¿Es más difícil escribir para jóvenes o para adultos?

Yo creo que para jóvenes, porque a un adulto le puedes contar cualquier situación de la vida cotidiana: una separación matrimonial, un trauma personal… Eso al joven no le sirve. A veces nos equivocamos cuando queremos animar a los jovenes a la lectura con novelas que sólo hablan de la realidad que ya conocen. Probablemente se aburran y la dejen. Pero cuando un joven descubre que puede visitar mundos insolitos, fantásticos, tal vez quede atrapado y se convierta en lector. Esa fue mi experiencia cuando tenía esa edad. De manera que el escribir para jovenes tiene la dificultad añadida de lograr que no abandonen la historia, y para ello debes conmoverles, sorprenderles. El adulto tiene muchos más recursos para seguir leyendo.

¿Qué le aporta tu faceta de abogado a la de escritor?

Un buen abogado debe tener capacidad de convicción, porque defiende una tesis ante un tribunal al que debe convencer de que dice la verdad y de que lo que plantea es justo. Un escritor realiza un poco esa misma función: Tiene que persuadir al lector de que la historia que está leyendo merece la pena. En cuanto a la tematica judicial, no es un aspecto que yo aborde en mis novelas, pero sí me ha aportado conocimiento de la psicología humana. El abogado convive con conflictos, deseos, maldad a veces, conductas reprochables, el bien, el mal, la mentira, el delincuente, la victima… Todo ese bagaje esta presente en mis novelas.

¿Has conocido muchos malvados de novela?

He conocido algunos. También tengo que decir que el mundo de la delincuencia tiene sus propios códigos de honor, aunque no dejan de ser conductas antisociales. He visto casos como el de una persona que intentó electrocutar a su padrastro en una silla eléctrica fabricada por él mismo. Luego te encuentras situaciones que no son claras ni nítidas, en que el juego entre inocencia y culpabilidad es difícil de deslindar.

¿Es útil la imaginación en la abogacía?

Muchísimo. Fíjate que Einstein decía que para él había sido más importante la imaginación que la matemática. En una investigación judicial compleja, la imaginación es fundamental para barajar hipótesis, posibilidades. Sólo de esa manera vas a encontrar la esencia del caso, que puede estar en un detalle.

Publicaste tu primera novela con 44 años. ¿Por qué tardaste tanto en lanzarte a escribir?

Porque no había descubierto antes la felicidad de hacerlo. Empecé a raíz de un caso judicial un poco insólito que tuve, y que me llevó a una reflexión sobre la búsqueda de la verdad. Enseguida me di cuenta de que estaba escribiendo una novela. En ese tiempo, estaba llevando también un asunto de tráfico de armas en Puigcerdá: Una furgoneta que fue incautada con rifles de cazar elefantes que iban para Bosnia, para matar seres humanos. Eso me sugirió el incorporar personajes a los que conocía como abogado, transformándolos. Vi que cobraban vida, que las tramas evolucionaban por sí solas. Envié esa novela a todas las editoriales y no se publicó, afortunadamente. Yo siempre fui soñador. De niño mis juegos eran muy imaginativos: vivía aventuras en el agua, construía cabañas. Luego fui un gran lector. Por eso escribo literatura juvenil: porque es lo que leí. Y eso se queda ahí, presente.

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