Tras la posibilidad de dar entrada en el Gobierno regional a uno -o una- de los tres diputados expulsados de Vox, con su pin parental y su canesú, como antesala de lo que pueda ocurrir en 2023, ahora llega la batalla por el relato. Luego de tumbar la moción de censura de Ciudadanos y PSOE con el concurso de estos tres parlamentarios, lo que toca acto seguido es revestir el acuerdo que hay de por medio. Lo esencial del mensaje era denunciar, con profusa ventilación de las terminales mediáticas, un encuentro previo del socialista Francisco Lucas con la que ahora se presume próxima consejera de Educación y Cultura, Mabel Campuzano, en el domicilio de esta. Ello, con la intención última de vender ante la opinión pública que el PSOE estaba dispuesto a vender su alma al diablo, si hiciera falta, con tal de hacer valer la moción de censura y desalojar al PP de San Esteban. En Cs sí reconocieron esos contactos suyos desde el minuto uno. Al fin y a la postre, los naranjas eran los promotores de la iniciativa y precisaban de los apoyos necesarios tras las deserciones del espectral trío de los Francisco-Franco-Valle.
La importancia de reescribir la historia, en una Región como la nuestra, es relativa de cara a renovar los apoyos dentro de un par de años. Lo relativo radica en que por aquí, a menudo, se suele echar mano de una expresión, que en otros lugares sería impensable, cuando a un votante tipo le colocas delante de sus narices las pruebas fehacientes del delito consumado: “Para que roben los otros, que roben los míos”. Esto explica en buena medida por qué la balanza electoral permanece inclinada hacia un lado desde hace más de un cuarto de siglo y que nada haga vislumbrar un cambio a corto y medio plazo.
De lo que se trata es de que la gente olvide cuanto antes este vergonzante episodio de emponzoñamiento político, en el que todavía está por ver si los tres diputados que se autodenominan libres de Vox -más bien les convendría llamarse liebres de Vox- dieron su no a la moción de censura sin tener nada firmado con el PP. Sería un error de principiantes, toda vez que ellos mismos reconocieron en el debate de esta semana en la Asamblea Regional lo poco o nada que el Gobierno había cumplido de los acuerdos a los que llegaron con Vox para la investidura de López Miras en 2019.
La batalla por el relato pasa, además, por denigrar a Ana Martínez Vidal, acusándola de ser una mujer fatal, con ambición desmedida y ávida de acaparar sillones a toda costa. A Mario Gómez, de ser un tipo trastornado, distópico y desleal que se dedica a escarbar por la noche en las basuras. O a Diego Conesa, de ser el político más corrupto que ha habido en esta Región desde los íberos por no tramitar una multa de 300 euros a un concejal de IU. Por cierto, para conocer los entresijos de este episodio habrá que leer un clarificador artículo del blog de la periodista Rosa Roda, en el que desmonta la historia oficial.
Una vez solventado el contratiempo en la Asamblea Regional, ahora toca arreglar lo del Ayuntamiento de Murcia. Es posible que alguien “vea la luz” en los próximos días y el desequilibrio 15/14 a favor de la moción contra José Ballesta se resienta. Hay mucho en juego. Tanto o más que en el Ejecutivo autonómico. Existen ejemplos muy llamativos de quienes han vivido desde dentro lo que hoy algunos denuncian. En mayo de 2015, la exconcejal del PP, Nuria Fuentes, publicó en su perfil de Facebook un post demoledor, tras salir de la corporación de Miguel Ángel Cámara, en el que expresaba que es “difícil ser decente en una cueva de ladrones, pero se puede; cerremos la cueva, echemos a los ladrones y tendremos esa regeneración política”. Cuesta creer que aquello fuera un simple calentón por no repetir en las listas, cuando incluso se midió a Ballesta por encabezar la candidatura municipal en esas elecciones. Tiempo después, Fuentes sería rescatada para una dirección general del Ejecutivo regional. Y López Miras la llegaría a nombrar portavoz del partido tras el congreso de marzo de 2018. En julio de 2019 abandonó el PP, dando así por concluida su carrera política.
Como sostiene Martín Caparrós, el objetivo de la denominada posverdad nunca ha sido otro que ejercer la manipulación y el control social. Reescribir el relato sirve para estigmatizar al adversario de cara a la sociedad en la que nos desenvolvemos. De eso se trataría. Hay que estar muy seguro de sí mismo para no creerse lo que machaconamente se nos repite hasta la saciedad. Hasta uno podría haber sido una víctima más de esa cruenta batalla, en caso de que me hubiera dedicado a la política y se hubiese deslizado que, en mis tiempos de monaguillo, mis amigos y yo nos empinábamos las vinajeras del cura de mi pueblo en la soledad clandestina y lúgubre de la sacristía parroquial. Menudo sacrilegio, que dirían las beatas. Vaya banda de corruptos, ladrarían hoy esta suerte de sepulcros blanqueados.
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