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La bipolaridad de Feijóo

El candidato a liderar el PP y presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo.

Pedro Alberto Cruz Sánchez

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Todos pensábamos que Feijóo iba a traer al PP esa previsibilidad moderada que había perdido durante el “periodo del látigo” de Casado y García Egea. La necesidad de un centro-derecha que se comportase como tal y que, por lo tanto, dejara de ser la triste sombra de Vox parecía encontrar respuesta en el liderazgo del político gallego. Pero, por ahora, y conforme ha multiplicado sus apariciones en público, las señales que lanza Feijóo a los españoles resultan preocupantemente confusas. De un lado, realiza declaraciones con tanta altura política del tipo de que “es mejor no gobernar que hacerlo con el populismo”. Incluso, ayer se conoció que Feijóo está urgiendo a Sánchez a un pacto de Estado para atajar la crisis social ante el auge de Vox. ¡Un pacto de Estado“ –término desterrado durante años en España y que, para muchos, se había convertido definitivamente en una utopía-.

Ahora bien, junto con estos mensajes esperanzadores que invitan a felicitarse por la incorporación de Feijóo a la política nacional, nos encontramos con una versión “Mr Hyde” del próximo presidente del PP. Sus barones, de repente, lejos de marcar distancias con Vox, han comenzado a normalizar el vocabulario de la formación de ultraderecha. El Consejero de Salud del gobierno andaluz asumió, en este sentido, el concepto de “violencia intrafamiliar” con la naturalidad de un partido que no hubiera realizado todavía la Transición. Del mismo modo, Mañueco pasó de asegurar que, en Castilla y León no se mermaría la igualdad entre hombres y mujeres, a referirse a la violencia machista como “esa violencia de la que usted me habla”. Por lo firmado en el acuerdo de gobierno entre PP y Vox, en esta comunidad autónoma no se va a volver a hablar de “violencia machista”: los crímenes del patriarcado se han transformado, por arte de magia, en “accidentes intrafamiliares”.

A esta desinhibición de dos de las más importantes baronías del PP, se sumó el propio Feijóo hace unos días cuando negó abiertamente que la violencia vicaria se pudiera asimilar a la violencia de género. Poco después, y ante la toma de conciencia de la barbaridad que había dicho, intentó rectificar a través de su cuenta de Twitter, dejándolo todo en una enajenación pasajera.

¿Qué le sucede a Feijóo? ¿A qué se debe este comportamiento bipolar por el que, un día, se muestra firme en su intención de detener el auge de la extremaderecha, mientras que, al siguiente, se comporta como un alumno aventajado de su discurso radical y negacionista? Sinceramente, nunca he comprendido por qué el PP no zanja, de una vez por todas, determinadas cuestiones referentes a la igualdad y las políticas sociales que le lastran durante décadas. En un sistema democrático como en el que vivimos, el programa de derechos debería ser transversal a derecha e izquierda, sin que hubiera fisuras ni titubeos –máxime cuando están muriendo muchas personas por un problema estructural como el machismo que, al cabo del año, mata a decenas de mujeres, niños y niñas-.

Las diferencias entre los bloques de derecha y de izquierda deberían ser exclusivamente de política económica –como sucede, en verdad, en la mayoría de los países del entorno de la UE-. Pero nada de esto es así. Es más, por motivos difíciles de comprender, el PP se empeña en alejarse de la familia Popular europea y en echarse en brazos de una ultraderecha que le suministra sutilmente veneno con cada pacto que cierran. Si, como así lo expresó Feijóo, es mejor no gobernar a hacerlo con el populismo, que se demuestre desde ya. Aunque la ceguera provocada por la pulsión de poder no se lo deje ver, hay más y mejor futuro en el PP con el paso a la oposición que con sus pactos de gobierno con Vox. Se necesitan políticas de altura para detener el auge de la ultraderecha. Un político mediocre –o lo que es igual: un vividor de la política- siempre considerará que ha de gobernarse a toda costa y que, por tanto, el fin justifica los medios. Pero, en este preciso momento, el desafío histórico al que se enfrenta el PP no es gobernar, sino impedir que Vox siga creciendo hasta que termine por devorarle. O Feijóo marca bien sus prioridades, o será tan efímero como la corta vida que le queda a su partido.    

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