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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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El coronavirus chino: y la culpa no era de Lorenzo Milá

Italia recibe ayuda desde EE.UU. y China contra el coronavirus

Víctor Egío

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Martes 25 de febrero. En Italia son ya 229 los casos confirmados de coronavirus y se considera que existe transmisión comunitaria en las regiones de Lombardía, Véneto, Emilia-Romagna y Piamonte. Los ecos de la epidemia empiezan a llegar a España. Por fortuna, ahí está Lorenzo Milá para tranquilizarnos precisamente desde Milán, la capital lombarda: “estamos hablando de un tipo de gripe del que se curan la gran mayoría de las personas que se han infectado”, “Afecta sobre todo a personas con defensas bajas o con situaciones de salud precarias”. Son las nueve y cinco de la mañana y con las buenas noticias entran divinamente el café y la tostada.

Solo unas horas más tarde la Generalitat confirma el primer caso en la Península, el de una italiana residente en Barcelona que había regresado de Bérgamo. El lunes ya se había aislado el Hotel Costa Adeje en Canarias. Comienza el goteo de casos. Los protocolos se limitan en la mayoría de los casos de personas que creen estar infectadas a recomendarles que se queden en casa y avisar si los síntomas empeoran.

Nadie vio venir lo que se nos venía encima y el que diga lo contrario miente como un bellaco oportunista. No lo vio venir ni siquiera Lorenzo Milá, que estaba sentado encima. Y no hablamos de un comunicador cualquiera. Una Antena de Oro, dos premios de la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión de España, siete veces nominado al TP de Oro como mejor presentador de informativos de España, Premio Nacional de Periodismo en 2017, corresponsal en Washington y en Roma…y una trayectoria de casi 40 años, que es como si fueran ninguno frente a algo radicalmente distinto y desconocido para todas las generaciones que hoy andamos por la Tierra.

Ahora empezarán los debates para ver quien tiene la culpa. El 8M. El mitin de Vox en Vistalegre. O el pobre de Lorenzo Milá. De poco sirve. No dejemos que los árboles nos impidan ver el bosque. Este virus se extenderá por todos los países del mundo, al margen de decisiones puntuales y la causa última es una contradicción mucho más profunda. Vivimos en un planeta totalmente globalizado, con un comercio mundial que alcanzó los 19’67 billones de dólares en 2018 y en el que más de 1.400 millones de personas viajaron por todo el mundo el año pasado. China es nuestro cuarto importador principal. El tercero es Italia.

Sin embargo, seguimos viendo a China como un país absolutamente extraño y lejano, sin tener en cuenta que los más de 9.000 km que nos separan de Pekín suponen apenas 10 horas de vuelo. Por no hablar de la distancia mental: cuando el virus empezó a hacer estragos en Wuhan se le llamó inmediatamente el coronavirus chino. Como si nuestra genética fuera distinta a la de los chinos y nos hiciera inmunes. Como si se tratara de una de esas epidemias que azotan de forma crónica a los llamados países del tercer mundo, cuando la realidad es que la mayoría de nuestras ciudades son humildes aldeas, si las comparamos con las del gigante asiático.

La cobertura mediática, que sigue aún la inercia de los tiempos de la Guerra Fría y nos predispone contra todo lo que viene de los 'países comunistas', ridiculizó las medidas tomadas por Pekín y especuló con oscuras razones políticas. También las rechazaron eminencias científicas como Howard Markel, profesor de Historia de la Medicina en la Universidad de Michigan, que consideró en el New York Times que la estricta cuarentena era una medida tardía y solo podía empeorar las cosas. Al fin y al cabo, el SARS de 2003, la versión ‘pentium’ de este Covid19, tampoco fue para tanto: 765 muertos, la inmensa mayoría en China y Hong Kong.

Hoy en cambio sabemos que si el virus sigue extendiéndose matará a cientos de miles de personas, si no millones, un precio que nuestras sociedades actuales no están dispuestas a pagar, con independencia de cuál sea el impacto económico. Tampoco la sociedad china. Ni la británica, por mucho que se empeñe Boris Johnson. El pueblo británico no lo permitirá. Cuando hablamos de un virus que solo afecta a los mayores y a las personas con bajas defensas debemos tener en cuenta que solo en España son más de 9 millones las personas mayores de 65 años y más de 200.000 los pacientes oncológicos cada año. El efecto de un coronavirus desbocado en esta vieja Europa puede ser el de un nuevo caballo de Atila.

La culpa no es de Lorenzo Milá. La culpa es de todos y de nadie y quizá eso es lo que más nos desconcierta. Que esta vez no hay un cabeza de turco al que cargarle el muerto. Las decenas de miles de muertos. Detrás de la propagación de esta pandemia hay algo mucho más preocupante: un combinado de globalización y de eurocentrismo, una contradicción fundamental de nuestro mundo contemporáneo que ha actuado como una mezcla letal en esta crisis.

Asumamos nuestras limitaciones y miremos adelante. No pudimos prevenirlo. Pero estamos a tiempo de pararlo, de erradicarlo. Lo que está en juego es un principio básico para nuestras sociedades: entre la vida o la bolsa, primero va siempre la vida. Será extraordinariamente difícil porque exige una coordinación internacional sin precedentes. Pero si todo el mundo se para al mismo tiempo “tutto andrá bene…”. Saldremos de ésta y volveremos a disfrutar de un café con tostadas mientras seguimos las crónicas del mejor presentador de informativos de España. 

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