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¿Hay demasiados cerdos en nuestra Región?
El incremento a nivel mundial del consumo de carne y derivados conlleva graves problemas en el medio ambiente y la salud de las personas, además de producirse con un modelo de ganadería industrial que somete a muchos trabajadores a condiciones de explotación laboral y a los animales a una tortura constante. Pero, ¿hay alternativas?
Rafael Cordón
Que la alimentación en nuestro país se basa en el consumo abundante de carne es una realidad. Consumimos ahora casi 50 kilos por persona y año, mucho más de lo recomendable, pero la locura en por comer carne se dio a partir de los años 60 y llegó al máximo en el año 83, con algo más de 80 kilos. Tantos años de escasez de la apetecible carne nos convirtió en bulímicos de grasas: para comer, para cenar y bocadillos de embutidos y queso para el resto del día. Asociado a otros cambios en la alimentación pronto se vio que el diámetro de las cinturas aumentaba a la par que lo hacían ciertas enfermedades.
En nuestra alimentación el rey de la carne es el cerdo: ya sabemos que “hasta los andares se comen”. Su alimentación variada, muchas veces con deshechos de alimentos y residuos de cosechas, la versatilidad para su transformación en productos alimenticios, las cualidades de su carne y el uso de su estiércol hizo que en muchas casas se criara algún cerdo para consumo familiar. Aquello es cosa pasada pero el aumento de la población y del consumo hizo que a partir de los años 60 la producción se centrara en granjas cada vez con mayor capacidad y con una forma de producción intensiva, hasta llegar a nuestros días con macrogranjas en las que se hacinan miles de cerdos.
“Récord histórico del valor de la producción de porcino español en 2017” titulaba una publicación de Efeagro en junio de este año. Los empresarios del sector están muy contentos: cada año los resultados económicos son mejores, y no solo del sector porcino, todo el sector agroalimentario experimenta también una gran expansión debido en gran parte al aumento de las exportaciones: más del 50% de la producción de porcino del año pasado se exportó.
Así que España es la cuarta potencia productora a nivel mundial en el sector porcino, según fuentes del Mapama, y nuestra región es la tercera en capacidad productiva: hay casi 5.000 explotaciones ganaderas, de ellas 1.500 de porcino, que suman más cerdos que personas.
También, las empresas de carnes y productos cárnicos tienen cada vez más presencia. Inversiones, puestos de trabajo, competitividad, récord, exportaciones, proyectos, proteínas de calidad, seguridad alimentaria, cumplimiento escrupuloso, estrictas exigencias… son palabras que amalgaman los mensajes de los políticos responsables y que nos llegan desde los medios de comunicación al servicio empresarial como palabras mágicas con las que convencernos de las bondades indiscutibles del modelo de producción reinante.
Sí, es una realidad, el consumo de carne en nuestro país ha experimentado un gran incremento; también a nivel mundial. Y nos quieren convencer de que seguirá aumentando: la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que la producción se sextuplicará en los próximos 35 años, mucho más que el crecimiento mundial de población en esos mismos años. Y los grandes grupos empresariales se preparan: llueven en las consejerías de las distintas comunidades autónomas la solicitud de permisos para la instalación de granjas de cerdos, cada vez más de mayores dimensiones.
Además, el Gobierno de nuestra Comunidad autoriza ahora a las de mayores dimensiones a aumentar hasta un 20% su capacidad productiva; unido a las propuestas del Gobierno regional de rebajas medioambientales para los proyectos empresariales y a la de la creación de la Agencia Regional de Clima y Medio ambiente (ARCA), que pondrá en manos de los empresarios la legislación ambiental, el camino está servido.
No es de extrañar, pues, que en los próximos años, y como está ocurriendo en otras regiones, la alarma se extienda y especialmente las poblaciones cercanas a las granjas, preocupados por las posibles molestias y por los daños al medio ambiente, se opongan activamente. En Yecla lo saben muy bien y con una lucha ejemplar consiguieron que el gran grupo empresarial de la región diese un paso atrás. En otros lugares de la Región también como en Lorca y Cieza se han puesto en pie y han conseguido, por ahora, frenar la instalación de macrogranjas.
Porque ¿quién quiere tener cerca de sus viviendas una granja con miles de cerdos con los problemas de olores, de la dispersión de purines en tierras de cultivo —en zonas de Lorca y del Campo de Cartagena lo saben bien—, con la contaminación de las aguas subterráneas con nitratos que contienen esos purines y del propio Mar Menor?
¿Y, somos conscientes de la enorme cantidad de agua que requiere la ganadería intensiva en una región donde es tan escasa? ¿Nos damos cuenta de que la alimentación de los animales supone destinar a la producción de su alimento enormes extensiones de cultivos que de otra forma irían a la alimentación humana? ¿La población conoce que España es el país de la UE donde más antibióticos se usan en las granjas con el grave problema de resistencia a estos medicamentos? ¿Y sabe de la emisión de gases de efecto invernadero que provocan? ¿Y, somos conscientes del maltrato que sufren los animales? ¿Sabemos la relación directa entre el consumo de carnes rojas y las enfermedades cardiovasculares y el cáncer?
Seguramente una proporción elevada de personas conoce alguno de los problemas enumerados anteriormente y, a pesar de ello, siguen —seguimos— comiendo carne. Y es que los hábitos alimentarios no se modifican fácilmente; están tan arraigados en la población a través de prácticas tradicionales que parece que no cambiarán radicalmente, por lo menos a corto plazo. Con el cuento de `Los tres cerditos´ los niños humanizan a estos animales. No hay encuentro familiar y de amigos en el que no se proponga hacer carne a la brasa. La matanza del cerdo era un momento de encuentro familiar y de fiesta, pero también de espectáculo aterrador en presencia incluso de niños. Por suerte esta tortura pública va desapareciendo.
El modelo de producción intensivo y a gran escala reduce costes, externaliza los daños al medio ambiente que no paga, daña nuestra salud y se basa en la explotación laboral, con lo que consigue carne barata que hace posible que su consumo pueda ser más frecuente y en mayor cantidad y si no es en nuestro país la globalización permite venderla a otros países.
¿Pero, es deseable seguir con el incremento acelerado en el consumo de carnes en nuestro país y en el resto del mundo? ¿Debemos aceptar que nuestro país sea la cochiquera de los países que consumen nuestros cerdos como Francia, China o Japón?
Desde diversos sectores y en respuesta a los problemas de la agroindustria y del consumo excesivo de carnes se proponen medidas y alternativas: desde simplemente comer menos carnes y que su producción se haga con ganadería extensiva, hasta sustituirla por insectos o por carne artificial.
Sí, es necesario que cambie ya el modelo productivo que impera y para ello no tenemos que dejar que quienes decidan sea solo el agronegocio, sino que quienes creemos que otra forma de producir alimentos es posible nos preocupemos por conocer las alternativas que ya se están proponiendo, las valoremos y hagamos lo posible para que se convierten en realidad.
Y sí, hay demasiados cerdos en nuestro país.
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