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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Exhibición impúdica

El escritor británico Tom Sharpe. EFE/Luis Tejido/Archivo

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La otra noche se me coló Berlanga en un sueño. “Perdón por la irrupción”, me dijo con tono pausado, “pero estoy hasta la nuca de que me nombréis cada vez que pasa algo surrealista en la política patria”. Lo cito un poco de memoria, pero juraría que don Luis siguió hablándome de este modo: “La escalada de mediocridad y desvergüenza en la que os encontráis es demasiado incluso para mí, así que, por favor os lo pido: intentad ser un poco más originales, buscad otros referentes para calificar vuestros engendros y dejadme en paz de una putísima vez”. No me sorprendió que Berlanga me eligiese a mí, un Brian de la vida, para transmitiros su mensaje. Le dije que estaba de acuerdo con él, que le estábamos agotando el nombre y que, sin ánimo de molestar, para el caso de la Región de Murcia yo estimaba más apropiado citar a… “¡A mí!”.

Una voz lúcida con simpático acento inglés resonó dentro de mi cabeza en plena fase REM. Detrás de Berlanga asomó Tom Sharpe, sonriente, fumando y envuelto en una espesa humareda que se confundía con las típicas nubes de algodón del paraíso: “Lo de las nubes del cielo que veis en las pelis es mentira; no son nubes, es humo de tabaco”. Debí torcer el gesto, porque Sharpe se apresuró a añadir: “Pero ya no mata al que fuma y tampoco apesta a quien no quiere fumar… Huele a lo que tú quieras que huela”. El escritor londinense me tomó del brazo y comenzamos a caminar en una dirección (“menuda idiotez, aquí no hay direcciones”, dijo sonriendo), mientras Berlanga se iba en la contraria buscando a José Luis Cuerda y a Gloria Fuertes, que andaban liados en un duelo de ingenio.

“Entiendo perfectamente lo que le decías a don Luis. Cada vez que miro hacia el rincón del planeta donde vives, se me cae la baba en forma de lluvia ácida…”, argumentó. “Tom… ¿Puedo tutearte?”, pregunté. Asintió y proseguí: “Con los últimos acontecimientos políticos en la Región de Murcia, con la compra-venta de cargos, con el nivel de manipulación de algunos medios de comunicación y el síndrome de Estocolmo de otros, con la entrada del ultrapopulismo de derechas en el Gobierno autonómico y con el veneno que están inoculando desde hace tiempo a la gente, me he acordado de tus relatos, y en especial de…”. “¡Exhibición impúdica!”, dijimos al unísono.

Tom Sharpe, nacido en Londres en 1928, era hijo de un párroco anglicano que pasó del socialismo al nazismo. Su madre enferma poco pudo hacer por él, pero aun así, bajo un severo ‘pin parental’, estudió Historia en Cambridge y luego puso tierra de por medio. Con 23 años se marchó a Sudáfrica y se dedicó a dar clases a niños blancos en un internado. “En tu tierra dirían que los adoctrinaba”, rió mientras me contaba ese pasaje de su vida. “Lo primero que hice en cuanto tuve un rato fue coger mi cámara de fotos y atravesar los muros de aquella cárcel”, me explicó en nuestra onírica charla. ¡Y resulta que la cárcel estaba afuera! Allí se topó de bruces con la marginalidad y la exclusión que sufría la mayoría negra por parte de una minoría blanca privilegiada.

Lógicamente, no se quedó de brazos cruzados: hizo uso de su cámara y de su pluma, y tuvo tiempo para conocer la realidad social de aquel país, acumular experiencias y denunciar las injusticias antes de acabar con sus huesos en la cárcel. ¿Cuáles fueron los cargos? “Me acusaron de ser un comunista peligroso… ¿Te suena?”, me preguntó Sharpe riendo, mientras saltábamos sobre las nubes que producía su habano y que olían a sándalo. El todavía joven Thomas tuvo la suerte de ser inglés y blanco, lo que facilitó una irrenunciable invitación a abandonar Sudáfrica. No como Nelson Mandela, un negro al que no le dieron opción de elegir entre comunismo y libertad, y que pasó 27 años en prisión. De vuelta a Reino Unido, Thomas Ridley Sharpe plasmó sus vivencias en dos libros demoledores: ‘Reunión tumultuosa’ (1971) y el ya citado de ‘Exhibición impúdica’ (1973).

“Cualquiera te diría que es una exageración comparar la Región de Murcia con Zululandia, pero claro, ya sólo con el título…”, me dijo Tom sin dejar de reír. El título le viene de molde, sí, porque quienes están corrompiendo las reglas y limpiándose los mocos con nuestras instituciones, lo hacen exhibiéndose sin pudor. Pero es que además, situados en la España europea y civilizada de 2021 y tras 40 años de dictadura nacionalcatólica, la perplejidad que causaría ante ojos extraños lo que nos está pasando, no puede distar mucho de la que te provoca aterrizar en Piemburgo en pleno Apartheid, momento en el que comienza el relato de Sharpe. Las negras y los negros, llamados “cafres” y considerados animales, trataban de sobrevivir en un contexto en el que, mal que bien, los blancos de diferente origen, afrikáners o británicos, preferían olvidar sus rivalidades pasadas y reunificarse, tal y como pretende hacer ahora el PP con el centro-derecha español. Enfrente de aquéllos y de éstos, los comunistas, enemigos del orden y la ley por denunciar el desorden y las injusticias. Todos comunistas. Sólo comunistas. Comunistas pequeños como el humilde Sharpe, o grandes comunistas como Mandela.

En ‘Exhibición impúdica’, Tom Sharpe hace uso del realismo para describir un escenario surrealista; nos da una bofetada a mano abierta normalizando la anormalidad, como estamos empezando a hacer aquí cada día. Su relato descarnado provoca la risa como alternativa al llanto y remueve conciencias a base de espanto. Por lo demás, incluye perversiones sexuales, homofobia y terapias pseudocientíficas; nada que nos resulte muy lejano.

Para abordarnos, el genial escritor británico no necesitaría añadir más cantidad de sustancias abrasivas que las que manan de las fuentes de la Asamblea Regional y de San Esteban, y que dejan al ácido fluoroantimónico a la altura de la colonia Nenuco. Elegida la trama, a Sharpe le bastaría situarla en este contexto tan pintoresco que nos rodea, en esta no-Región, en el ala oeste de esta barraca blanca donde las intrigas se ventilan a cada minuto y las noticias nos asaltan como muñecos de resorte. Con su guante blanco trazaría un perfecto retrato de estos pobres títeres de traje raído e hilos a la vista. Y seguramente, a pesar de todo, el brillante escritor inglés les daría una última oportunidad de redimirse, cosa que yo no espero que suceda en la vida real. “Venga, anímate y escribe algo, que yo cuidaré de tu padre aquí arriba”, me dijo Sharpe antes de que mi sueño se diluyera, y con mi sueño, su sonrisa y el humo de su tabaco. “Haré lo que pueda, querido Tom”.

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