En cierta ocasión opiné que con José Ballesta la Región y la capital perdían: cambiaban un académico ilustre por un político de poco calado aunque de mucho relumbrón. Su discurso del jueves, interpretable como de renuncia, corrobora esa impresión por su personalismo y su elusión de hablar de lo que realmente importaba, la política municipal de los últimos años. Aunque fuera para contrarrestar con argumentos propios la censura a la que estaba siendo sometido en el Pleno municipal.
A Ballesta le hubiera gustado, sin duda, que su etapa de gestión (?) hubiera podido ser vista de manera independiente a la de sus antecesores del mismo partido, es decir, a la de Miguel Ángel Cámara y su gente. Pero eso se vio pronto que era imposible. Primero, porque le dio galones en su lista para que fuera elegido a quien fue hombre de confianza del alcalde que no usaba los cajeros automáticos: el abogado Eduardo Martínez-Oliva y Aguilera, jefe de gabinete del anterior regidor durante 20 años y muy buen conocedor, por aquel cargo, de cuanto se coció en el municipio desde 1995. Desde su puesto de privilegio, designado y nunca electo, el abogado en cuestión presenció pegadito al anterior alcalde cuanto se urdió en el municipio entre 1995 y 2015.
Segundo, porque fue nada menos que el amiguito del alma del nuevo alcalde Ballesta desde sus tiempos de rector, si no antes, quien dio el cante desde su puesto de concejal de Fomento en aquella famosa reunión en la que se le grabó advirtiendo con chulería manifiesta “que no se le olvide a la gente que trabaja en las concesionarias, que no se le olvide a la gente a la que le hemos conseguido un trabajo. Todo esto, que no se olvide”. Toda una revelación del modus operandi municipal desde bien antes de que el exrector de la Universidad de Murcia fuera elegido alcalde; y método que el exhombre de confianza de Cámara y posterior teniente alcalde de Gestión Económica improbablemente podía ignorar.
Daba igual. El PP en Murcia iba tan sobrado que Martínez(guión)Oliva ascendía a puesto preferente en la lista electoral para ser elegido sí o sí, mientras su íntimo jefe de toda la vida Cámara había sido impulsado a dimitir bajo la presión de sus casos judiciales pendientes por asuntos relacionados con la corrupción urbanística… y la presión de los “regeneradores ciudadanos” para dar continuidad a los gobiernos 'populares' en la Región. Pues el longevo regidor murciano era también secretario general del PP regional.
Así que Ballesta representó la persistencia sin solución de continuidad de un régimen en entredicho. La corrupción gorda puede ser del lejano pasado camarista, pero la micro de todos los días es cosa del presente y del pasado reciente. Así la revelaron dos amiguísimos del desde ayer exalcalde. Uno, Roque Ortiz, con sus bravuconadas grabadas y difundidas sobre quién debe algo a quién en el municipio capitalino. Otro, el baloncestista ––como el ahora exrector, exconsejero y exalcalde––Felipe Coello, con su vacunación irregular aprovechándose de su puesto de concejal y su contumacia en reconocer la irregularidad hasta ayer mismo, cuando, fiel a la prepotencia de que el PP ha hecho gala en esta Región desde tiempo ya casi inmemorial, protagonizó los únicos dos incidentes registrados en el Salón de Plenos, emulando al turbio tránsfuga encubierto y arribista que preside la Asamblea Regional.
Con esos mimbres era, por una parte, imposible que la gestión de Ballesta pudiera ser desvinculada de la etapa previa, y, por otra, que no continuaran las prácticas dudosas que precipitaron la puesta en cuestión judicial de los sucesivos equipos de Gobierno del alcalde Cámara. Súmese la afición del exrector por el oropel, los espejos amables en el centro urbano, el olvido de las pedanías, el populismo píofolclórico... y tendremos como resultado lo que el portavoz de Podemos, Ginés Ruiz, destacó: “Esta moción de censura la han pedido ustedes a gritos”. Porque “hay detrás muchas razones rotundas: contrataciones sospechosas, vacunación irregular, facturas dudosas, investigaciones judiciales y policiales, además de un notable déficit democrático”, había dicho antes el desde el jueves 25 nuevo alcalde, el socialista José Antonio Serrano.
Bien es verdad que sería injusto atribuir a Ballesta el origen de todas las disfunciones, por decirlo suave, señaladas. Pero falló en solucionar lo que él sabía tan bien como cualquiera que había que solucionar. Su partido, con Valcárcel y Cámara a la cabeza, erró durante muchos años después de llegar al poder en olor de multitudes en 1995 criticando la corrupción atribuida entonces a los socialistas. El ya exregidor dio continuidad a la jugada sin rectificarla. Cabe desear, por el bien de toda la ciudadanía, que el fiasco no se repita. Vale.
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