Hay un catálogo interminable de decir cosas y hacer la contraria con toda naturalidad, como si una fuera la extensión, el fiel reflejo de la otra, el espejo, la realidad repetida como un clon.
En la página del índice aparece como primera búsqueda el maltratador que insiste en que te quiere, y después de golpearte de nuevo, te recuerda nuevamente su amor en un bucle donde se confunden claramente “amor” y violencia.
Aparece otro capítulo donde, en nombre de la paz, se arrasa un país o una ciudad o ciudades, como ocurrió con las devastadoras bombas de Hiroshima y Nagasaki, de las cuales se cumplen ahora 75 años habiendo cumplido el objetivo contradictorio de matar por la paz. Y dentro de ese episodio, el catálogo muestra el nombre de la bomba a Hiroshima como mantequilla untada sobre pan tierno 'LITTLE BOY'. El eufemismo “voy a comprar tabaco” para ahuecar el ala merece una mención como capítulo más distendido, aunque no exento de drama sin despedida. Largarse a las bravas sin un adiós con el pretexto de la adicción al tabaco.
La sección reservada a Murcia tiene un resumen porque no quería derivar el tratado en enciclopedia, y han vaciado páginas y páginas de trolas, embustes, despistes y disparatada codicia, pero quedan ejemplos muy explicativos de hacia dónde nos quieren hacer mirar actuando desde la administración, desde los sindicatos, desde el empresariado del agronegocio como simples trileros, como mercachifles engañaviejas a la que ayudan a cruzar el paso cebra para robarles el bolso.
Murcia es el paradigma del voy a hacer una provincia próspera y convertirla en un desierto intoxicado, un pequeño Chernobyl de pesticidas, plaguicidas, fungicidas, excrementos y purines... y todo en nombre del amor, y del progreso de los de siempre.
La última ocurrencia del presuntuoso y prepotente SCRATS, que presiona gobiernos centrales saltándose la cadena de mando, es un montaje de apariencia dulce y bucólica donde los actores son muñecos de plástico (porque se aproxima el fin del hombre como lo conocíamos antes de que el plástico formara parte de nuestro organismo). Esos muñecos montan bicicletas de plástico y pasean a la sombra de enormes brócolis, gigantes como Ceibas.
El timo, el cambiazo, la paparrucha es vender lo verde, su verde, como si fuera nuestro verde, lleno de biodiversidad, complejo, con vida, que no es ni de lejos parecido. El veneno de su “agricultura”, los cambios de paisaje no son broma, pues nos sustraen la identidad por cada monocultivo nuevo, por cada nueva roturación, por cada presión a la administración pública para obtener para ellos los bienes comunes.
Lo único cierto con las campañas de este tipo es que nos escandalicemos de la poca vergüenza, de ver claramente en una imagen inocua un campo de batalla lleno de heridos o muertos (en un mentiroso fotomontaje) que son una encina centenaria desaparecida, caminos de pinos y adelfas talados, ribazos centenarios fulminados, terrazas de cantos extintos, e insignes generales de la naturaleza regional, y el cauce esquilmado de los ríos y fuentes naturales, y los acuíferos exhaustos.
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