Podemos madura, aunque alguno siga dándole vueltas a qué es lo quiere ser de mayor. El que se quede atrás y no sepa leer las señales de los nuevos tiempos que corren, será barrido por una historia que solo suele absolver a los que viven para contarla. Hay inventos que cambian radicalmente el curso de los acontecimientos. Hace más de 30 siglos, por ejemplo, los “pueblos del mar” barrieron las costas del Mediterráneo arrasando a otros mucho más cultos, entre los que ya se encontraba extendida la escritura. Su superioridad radicaba en el uso de un nuevo metal, el hierro, capaz de perforar el bronce enemigo con suma facilidad. El cambio fue tan significativo que los historiadores sitúan en este punto el advenimiento de una nueva época, la Edad del Hierro, frente a la Edad del Bronce anterior. Las armas ganaron por primera vez a las letras y desde entonces ya nada fue igual.
Algo parecido viene sucediendo cada vez en más rincones del mundo: de la América de Trump al Brasil de Bolsonaro o el Chile de Kast... También en España desde el célebre referéndum catalán del 1 de Octubre. Desde la irrupción de la posverdad y la enésima resurrección del nacionalismo a manos del séquito amarillista de Donald Trump ya nada es ni será tampoco igual.
La política se ha endurecido hasta tal punto que por todas partes medran rostros de hierro, voces de hojalata, predicadores de taberna convertidos hoy en primeros espadas. Frente a las herraduras de Abascal y la sexta flota de Casado, hay sin embargo quien sigue empeñado en vender sonrisas y corazones, abrazos entre generaciones, como receta segura hacia el éxito. Errejón busca la transversalidad perdida como Ignatius Donnelly buscaba la mítica Atlántida.
Podemos se inspiró en sus inicios en la estrategia populista diseñada por el filósofo argentino, Ernesto Laclau. Se trataba, como ya hiciera el 15M de forma intuitiva, de hacer cristalizar la indignación y seguir reproduciéndola a lomos de un significante vacío, el pueblo, enjaezado para embestir a su antítesis, la casta, y hacer descabalgar por completo al régimen del 78. Ese relato, que confería una identidad a los indignados por oposición a los poderosos, fue un discurso hegemónico al menos hasta Junio de 2016. En las negociaciones fallidas entre PSOE y Podemos tras el 20D se forjó el anillo que habría de enfrentar a Iglesias y Errejón en el segundo Vistalegre, al tiempo que las cloacas de nuestro particular Sauron, el comisario Villarejo, ya andaban vomitando fake news a destajo. Después estalló Cataluña.
En este escenario radicalmente nuevo la vuelta atrás a la retórica de las plazas no es ni mucho menos la receta de un estratega clarividente: se trata del ensimismamiento melancólico de un genio fracasado, atormentado por lo que pudo ser y no fue. Cuando Errejón habla de volver a abrirse y trata de conjurar de nuevo a los significantes flotantes, éstos se le escapan. Más Madrid, #ConstruirPueblo, “una nueva mayoría”... son voces que ya no encuentran respuesta ni mueven corazones, sólo generan eco. Las primeras asambleas de “voluntarios” de Más Madrid así lo confirman: se parecen más a un domingo cualquiera en un centro de mayores que a una plaza en pie de guerra. Y es que si alguien ha aprendido la lección populista, ésa ha sido la casta. La retórica populista queda eclipsada por la emoción de la bandera en el balcón: es el triunfo de la imagen sobre la palabra, de Riefenstahl sobre Mouffe y Laclau.
Y aún así no todo está perdido. Unidos Podemos sigue conservando un precioso suelo electoral. Las encuestas le daban un 18% en Madrid antes de la operación de Errejón. Sobre esa base se han conseguido conquistas impensables hace apenas 1 año, capaces de convencer a muchos sectores de que les va mejor con un gobierno de izquierdas, es decir, con un Podemos que mire frente a frente al PSOE. La mayor subida del salario mínimo de la historia, la reactualización de las pensiones, las nuevas prestaciones a los autónomos, la ampliación de los permisos de paternidad, el impuesto digital y la “tasa Tobin”... la cosecha ya estaba ahí, solo faltaba venderla. Lástima que mientras unos se dedicaran a ello, otros andaran montando su partido en la sombra. Hoy es todo eso lo que está en riesgo. Lo que hay que defender. Ahora.
Pablo Iglesias también tiene una estrategia que pasa por consolidar Unidos Podemos. Reforzar las murallas de una coalición en las que caben todas las fuerzas del cambio y extenderlas como Temístocles hiciera con los Muros Largos para defender a Atenas de persas y espartanos, ampliándolos hasta el Pireo y sentando las bases para un siglo de democracia. Cuidar los territorios y consolidar el terreno ganado, una posición estratégica que la izquierda nunca tuvo en España. Cogobernar este país, como Podemos hacía de facto hasta hace un par de semanas. Construir una nueva flota en las elecciones municipales de Mayo en un partido que nunca se ha presentado a unas elecciones municipales y que por ello cuenta tal vez con más capitanes que marineros. Reforzarse y volver a salir a ganar tan pronto como la ultraderecha espartana vuelva a sus cuarteles de invierno. El enemigo no puede estar permanentemente movilizado. Es imposible con este grado de intensidad. El brazo puede mantener la cuerda del arco en tensión solo por un tiempo limitado.
El chino Sun Tzu, otro gran estratega contemporáneo de Temístocles, enunciaba un principio que viene muy a cuento de la fase actual a la que nos enfrentamos: “La posibilidad de la victoria radica en el ataque, la invencibilidad en la defensa”. Todos nos engañamos cuando pensamos que asaltar los cielos era cuestión de meses. Errejón dirigió la campaña de un 26 J donde todo se jugaba a una carta: ganar o ganar. Desde entonces el caos. No volvamos a caer en la misma trampa. Nadie va a ganar Madrid solo. Y menos con un discurso anclado en la edad del bronce, reluciente cuando la luz se derrama por la ventana de oportunidad abierta, pero impotente cuando el enemigo ataca desde la oscuridad de las cloacas con sus lanzas de hierro. Nos necesitamos todos y todas para volver a hacernos fuertes.
Otra cosa sería que las aspiraciones de alguno pasasen por gobernar con PSOE y Ciudadanos, operación que explicaría el empeño en distanciarse de IU y cargarse Unidos Podemos. Se trataría entonces de una diferencia estratégica y no meramente táctica, una bifurcación de caminos sobre la que no puede construirse ningún acuerdo. Por eso es la cuestión clave y ante la que debemos exigir la máxima sinceridad. Espero que Íñigo no se equivoque. Volver a abril de 2016 sería otro ejercicio de ensimismamiento melancólico. Ciudadanos ya ha dejado claro en Andalucía cual es su papel y donde quiera estar. Con el Ibex 35. Con Abascal y Casado.
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