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El siglo de las emociones

Donald Trump en un mitin de campaña

Aldo Conway

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Vivimos una época en la que las emociones mueven más que las ideas. Lo vemos en política, pero también en la cultura que consumimos y las decisiones que tomamos día a día. Si el siglo XVIII fue el Siglo de las Luces, de la Ilustración y de las ideas, el siglo XXI se está convirtiendo en la idiosincrasia de lo personal, del individualismo y del sentimentalismo. Y es que estamos volviendo a la irracionalidad del romanticismo como forma de ayudarnos a entender una realidad que cada vez es más incomprensible; la lógica suele fallar más que la intuición en estos años locos, y es más sencillo actuar guiado por las emociones que por el sentido común.

¿Quién dijo que hay que ser realista? Fuera quien fuese, se equivocaba. Cuando uno es realista tiene más probabilidades de llevar la razón, pero es como estar siendo arrastrado por una fuerte corriente sin siquiera intentar ir a la dirección que se quiere. El idealismo, en cambio aporta una visión necesaria para encontrar salidas creativas a un mundo cambiante, aunque quizá solo sirva para el autoengaño y creamos en ello para coger fuerzas y perseguir quimeras. Añoro tanto a Anguita cada vez que escribo la palabra quimera.

El posimpresionismo como pulsión dominante del pensamiento contemporáneo viene a explicar la capacidad de imantación de la extrema derecha a la hora de avivar los fuegos viscerales de su nicho electoral. Las campañas presidenciales atacan directamente al sentimiento de pertenencia a un grupo sociocultural dentro de una nación, y se potencia la polarización de estos y el señalamiento del otro como el traidor, el equívoco, el ausente en lo que a la percepción de la realidad y los problemas nacionales se refiere. Es el discurso invertido del sentido común repitiendo consignas y mostrando símbolos que carecen de un fondo estable. Tras cada lema y cada bandera hay una significancia, por supuesto, pero nunca tanta como para aprehenderse en esos conceptos y hacer patria de ellos.

Y es el concepto de la patria el primer síntoma de la vuelta a las aún calientes cenizas de finales de 1800; el doloroso pero leve difuminado de las soberanías nacionales europeas a manos de la nueva jurisprudencia de la UE ha permitido, a través de esa mínima herida abierta, colar decenas de mensajes nacionalistas que empañan la calidad democrática porque dirigen la atención de la ciudadanía a lo superfluo, lo banal y lo simbólico. Y es que el nacionalismo siempre será un movimiento reaccionario, un cartel de neones que es atractivo (para los que consideren un cartel de neones atractivo) para mucha gente que ve la política como un juego de engaños y de nula utilidad práctica.

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