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Comerciando con el diablo: cuando el INI franquista negoció con el PCE

Logo comercial de la empresa tapadera (JGE S.A.) del PCE

Fernando Hernández Sánchez

La financiación del Partido Comunista de España (PCE) por parte de la Unión Soviética mediante el mítico “oro de Moscú” fue uno de los lugares comunes de la propaganda franquista. Que los partidos comunistas recibieron ayuda económica del campo socialista es un auténtico secreto de Polichinela. Lo que es menos conocido es que hubo un momento en que el establecimiento de relaciones comerciales entre el régimen y el “Telón de Acero” proporcionó al PCE la posibilidad de obtener recursos a través de actividades de importación y exportación y que en su desempeño se establecieron contactos subterráneos con funcionarios franquistas. Si los comunistas españoles estaban dispuestos, en frase de Lenin, a proporcionar a sus enemigos la cuerda con la que ahorcarse, los tecnócratas demostraron haber asimilado perfectamente que business is business, incluso aun cuando eso supusiera mercadear con el diablo.

En los años 50, los costes del aparato clandestino del PCE se elevaban a 28.670.210 de francos anuales, de los que menos del 10% se sufragaba con cuotas y donaciones. Hasta la muerte de Stalin (1953) la URSS proveyó una ayuda anual de 33.800.000 francos. Con el progresivo establecimiento de relaciones comerciales entre España y los países socialistas, el sistema de asignación directa dejó paso a otro en el que los sindicatos celebraban colectas solidarias con los trabajadores españoles y los ministerios de Comercio se encargaban de proporcionar lotes de mercancías para la exportación por un valor equivalente a lo recaudado. Aquí entraba en juego una empresa tapadera fundada por un abogado canario, militante del PCE, José González Estarriol (JGE S.A.), que operaba desde Venezuela e intermediaba entre firmas españolas y empresas estatales socialistas a cambio de unas comisiones del 2 por ciento. En una sola operación, la efectuada entre Fundiciones Lombide de Bilbao y la checa Metalinex., JGE obtuvo 2.000 dólares (120.000 pesetas de entonces, casi 18.000 € en la actualidad). Los beneficios obtenidos eran ingresados en el Banque Commerciale de l´Europe du Nord con sede en París para ser inyectados en el aparato del PCE.

La documentación proporcionada por la OCDE y el FMI señala un proceso general e ininterrumpido de aproximación comercial entre los países del Este y España que comenzó con el suministro de mercurio y wolframio a la URSS a través de Suecia. A comienzos de los 60, JGE sondeó a los distintos departamentos del área del Consejo de Ayuda Mutua Económica (COMECOM) con vistas a la realización de negocios. Polonia abría prometedoras expectativas a las exportaciones españolas de agrios. Bulgaria ofrecía minerales estratégicos, acero y carbón. A la empresa checa Chemapol se le ofertó corcho, naranjas y piritas a cambio de plástico. Con Rumanía se había firmado en 1958 un acuerdo comercial para la importación de carne, maíz, huevos, derivados del petróleo, tractores y material ferroviario a cambio de corcho y agrios. En Hungría, JGE obtuvo el suministro de 5.000 toneladas de manganeso a cargo del consorcio de Altos Hornos de Vizcaya y de Sagunto. En la República Democrática Alemana, la óptica Zeiss otorgó a JGE la representación exclusiva de sus productos.  

Para organizar el flujo comercial entre países cuyas divisas no eran mutuamente convertibles se arbitró el sistema de “cuentas por compensación”, una autorización para adquirir mercancías extranjeras con la condición de que la empresa española se comprometiese a exportar productos por el mismo valor. En este contexto adquirieron protagonismo los intermediarios que poseían información privilegiada y contactos en los organismos que tenían que resolver licitaciones. JGE, en representación del PCE, jugó sus cartas. Entre octubre y diciembre de 1962, Estarriol visitó Polonia y Bulgaria intermediando para una firma española, Espaco S.A. En Polonia, el interlocutor era el director general de Polimex, un exbrigadista. El gobierno español quería reparar la red de carreteras y precisaba importar maquinaria de obras públicas por valor de 60.000 millones de pesetas. Espaco S.A. llegó a un acuerdo con JGE para otorgarle la exclusividad en el trato con los países socialistas y repartirse los beneficios. El director de Polimex prometió facilidades de compra, precios y plazos de entrega a Espaco S.A, “con lo cual también nos beneficia a nosotros”, según confesó el responsable del PCE. 

Bulgaria deseaba adquirir tres petroleros y seis barcos carboneros. Era un negocio de varios millones de dólares con un beneficio considerable para los intermediarios. De nuevo, la empresa española interesada fue Espaco S.A. Uno de sus directivos, Antonio González-Adalid Rodríguez, había entablado contacto con JGE  por mediación de amigos comunes –“uno de ellos, camarada”, informó Estarriol-. González-Adalid era consejero de Astilleros Elcano, del INI, miembro del Opus Dei y condiscípulo del ministro Ullastres. Nacido en Cádiz, era ingeniero naval y profesor de Geografía y Catastro. Compartía un apellido muy relacionado con el mar, en sus ramas civil y militar: otro González-Adalid Rodríguez, Isidoro, alférez de navío, había sido uno de los oficiales de la Armada española embarcados secretamente en la flota alemana – la Kriegsmarine- durante la campaña del Báltico en 1943. Ello no obstaculizó, sino todo lo contrario, su posterior carrera. Durante el tardofraquismo, alcanzó el grado de Vicealmirante, fue Jefe del Estado Mayor de la Zona Marítima del Mediterráneo y estuvo al mando del arsenal de Ferrol y de la dirección de la Escuela de Guerra Naval.

Antonio González-Adalid Rodríguez, por su parte, era Ingeniero jefe en los astilleros de Sevilla, consejero de Astilleros de Cádiz y ostentaba la Gran Orden del Mérito Civil. En definitiva, un prohombre del régimen, encabezando un looby empresarial de un sector estratégico, estaba buscando el contacto con los comunistas para concurrir con ventaja en un concurso millonario al otro lado del Telón de Acero aceptando que las pingües comisiones obtenidas por su intermediación (según cálculos de Estarriol, unos 200.000 dólares) fueran a alimentar la maquinaria de la organización que más tenazmente trabajaba por el derrocamiento del franquismo. La operación era de tal envergadura que González Estarriol debió examinarla con la dirección del partido.

Por parte de Bulgaria, el director general de Technoexport, otro exbrigadista, se comprometió a favorecer a sus camaradas españoles. A medida que iba recibiendo ofertas de otros países, las filtraba a JGE. Los búlgaros sabían “de qué se trata y quieren hacer patente su solidaridad y ayuda”.  El ministro de Comercio Exterior y un jefe del departamento ministerial manifestaron que “están completamente de acuerdo con darnos toda su ayuda por lo que esta operación representa como ayuda a nuestro partido. Incluso aunque las condiciones españolas fueran ligeramente desventajosas para ellos con relación a las de otros países”. 

Sin embargo, las expectativas se desinflaron poco después. El bien dispuesto camarada director general cesó. Los búlgaros indicaron a Madrid ciertas modificaciones insinuando que, si los precios no se rebajaban, la operación se la llevarían Grecia y Japón. Estarriol concluía sombríamente: “No es muy fácil que los astilleros españoles puedan llegar a un acuerdo en tan corto tiempo”. Es probable que en el jugoso negocio se interpusiera el escándalo internacional provocado por la detención, tortura, proceso y fusilamiento de Julián Grimau. La naturaleza vengativa del Régimen de los XXV Años de Paz se impuso a la venalidad y el pragmatismo de sus jóvenes linces. Al Generalísimo le seguía excitando más el acre olor de la pólvora que el dulce aroma de las divisas.

Desconocemos el final de las operaciones pero cabe pensar, indiciariamente, que los contactos se retomaron en algún momento posterior, con las aguas ya calmadas. El 28 de septiembre de 1963, Estarriol escribió una carta al responsable económico del PCE, Tomás García: “Otra noticia que quizás no conozcas es que tu amigo Antonio González-Adalid ha sido nombrado Director General de Industrias Navales en el Ministerio de Industria [encabezado por López Bravo]”. ¿Recompensa o toma de posiciones con vistas a un mercado de futuros? El 24 de enero de 1967 se firmó, al fin, un protocolo entre el Instituto Español de Moneda Extranjera y la Banca Búlgara de Comercio Exterior por 1.140 millones de pesetas (19 millones de dólares de la época). Mientras tanto, el número de buques y el tonelaje exportado por los astilleros españoles se dobló entre 1962 y 1966.

Antonio González-Adalid fue colocándose en el grupo de jóvenes valores que estaban destinados a liderar la metamorfosis del franquismo. En julio de 1966, el mismo BOE que publicó su nombramiento como Director General de Industrias Siderometalúrgicas recogía el de Industrias Textiles, Alimentarias y Diversas para un tal Rodolfo Martin Villa. Su prometedora carrera, sin embargo, se truncó un 6 de julio de 1968, a los 43 años de edad, a causa de una trombosis cerebral. Dejaba viuda y cuatro hijos, el mayor de ellos futuro ejecutivo y consejero de Enagas, Abantia, Tubacex, Banco Popular y otras firmas del Ibex35 bajo el turnismo en democracia de conservadores y socialistas. Demostración empírica de que, contradiciendo al proverbio, para comer con el diablo no hay por qué emplear siempre una cuchara larga.                  

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