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Diario de Kara Tepe, la nueva Moria

Volver al campo de refugiados de Moria en tiempos de pandemia

Concertina del campo de refugiados de Kara Tepe en la isla de Lesbos, Grecia

Joaquín Sánchez, 'el cura de la PAH'

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Tuvimos que interrumpir los viajes al campo de personas refugiadas de Moria desde España con motivo de la aparición de la COVID-19, lo cual provocó el confinamiento y el cierre de fronteras. A pesar de eso, seguimos el contacto y la solidaridad a través de proyectos que seguían en esta zona. Desde la Asociación de Amigos de Ritsona teníamos claro el apoyo a unas personas que estaban sufriendo un triple sufrimiento: salir de su país por la violencia y el hambre; el terrible trayecto; y, por último, el encierro en los mal llamados campos de personas refugiadas, que se pueden considerar, sin ningún tipo de exageración, campos de concentración. Sentimos un profundo dolor por no por poder estar cerca de los que consideramos nuestros amigos y amigas porque hay un vínculo muy fuerte desde el cariño, la empatía y la indignación por sus vidas destruidas.

Y, por fin, hemos podido volver a Grecia, a la isla de Lesbos, al campo de personas refugiadas de Moria, que ahora se llama de Kara Tepe, porque un terrible incendio devastó Moria. Hemos visto con nuestros propios ojos este nuevo campo desde fuera. No se puede entrar: impresionan mucho los muros, las alambradas de concertinas y los controles policiales, que incluyen la seguridad privada. Se aprovechó la devastación del campo de Moria para cerrar los campos de Pikpa y el de Kara Tepe, nombre que se ha utilizado para denominar al nuevo campo. Tanto el campo de Pikpa como el campo municipal de Kara Tepe eran considerados como espacios de acogida con un trato humanitario. No había hacinamiento y se cuidaba mucho los aspectos tanto físicos como psicológicos. No tuvieron ningún escrúpulo para cerrarlos y crear este nuevo campo.

Es un campo que en la actualidad alberga a unas 1.400 personas en un régimen carcelario, donde solo pueden salir una vez por semana y con autorización previa y cuando llegan los turistas no les permiten salir para que no ser vistos. ¿Qué pueden sentir estar personas cuando experimentan que los consideran una amenaza o son un estorbo para una economía basada en el turismo? Nos dice un refugiado lleno de tristeza y desolación: ¿Qué mal he hecho a la vida si solo quiero vivir, comenzar una nueva vida huyendo del horror de la guerra y la miseria?

Hemos visitados el campo devastado de Moria. El silencio y el hecho de contemplar su total destrucción ha provocado en nuestro interior un dolor tan intenso y sobrecogedor que no teníamos palabras. Ver concertinas con ropa enganchada de personas que querían saltar las alambradas y huir del fuego sin desgarrarse las manos nos ha provocado horror, desolación y rabia contenida.

Las autoridades griegas junto con la Comisión Europea y ACNUR han ido mandado desde este campo a familias a Atenas y los han dejado abandonadas en las calles sin ningún acompañamiento ni protección. Abandonadas a la crueldad de las calles con sus hijos e hijas. Por otra parte, nos indican que muchas de las embarcaciones que intentan llegar desde Turquía son devueltas, tanto por la guardia costera griega como por los buques de Frontex. También nos dicen que hay personas refugiadas que, a pesar de llegar a las costas griegas, son devueltas a Turquía en embarcaciones que denominan de tienda de campaña. Esa misma fuente nos cuenta que alguna de esas embarcaciones devueltas se hundieron.

La pandemia ha servido de coartada perfecta para el olvido y para seguir violando los derechos humanos de las personas refugiadas. Desde Europa, junto como otras grandes potencias, seguimos provocando guerras por el control geoestratégico y de los recursos naturales, cada vez más escasos. Destruimos sus países y queremos que no luchen por sobrevivir, que se resignen y se queden donde caen las bombas, esperando la muerte. Pero desde la Asociación Amigos  de Ritsona les decimos: 'Welcome refugees'. No queremos la Europa de la indiferencia, ni la Europa que cierra los ojos para no ver el dolor de estas personas, ni la Europa que cierra los oídos para no escuchar sus gritos de desesperación. Queremos la Europa que acoge, que protege e integra, para que esas personas puedan volver a sus países cuando las condiciones se lo permitan si así lo quieren. Queremos derribar los muros, las concertinas, eliminar los controles policiales y recibirlos desde los abrazos y las caricias. Sus vidas son importantes y nos importan desde la amistad y la justicia.

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