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Cómo hablo con mi hija de tres años de los recortes en sanidad, la diversidad sexual o los juegos violentos

Una niña y un niño pasean.

Rubén Regalado

Que ser padre es un trabajo a tiempo completo es algo que ya sabía antes de tener a mi hija. Lo que no sabía es la cantidad de dudas profundas que iban a surgir cada día a partir de episodios banales. Política, feminismo, sexualidad, violencia, racismo…

Era viernes y había pedido el día libre para ir con mi hija al médico. Tiene tres años y tocaba revisión después de una semana con “un virus”. Teníamos cita a las 09:33 y a las 10:03 seguíamos esperando. El pediatra había tenido que salir a una urgencia. “Papáááááá (los que tenéis hijos entendéis el tono), ¿por qué no nos toca?”. Respuesta corta, fácil y que zanja el tema: “Enseguida nos toca, ponte un vídeo en el móvil, hija”. Corto y fácil suele significar aburrido así que en vez de eso le conté que Rajoy ha hecho recortes porque el PP tiene otras prioridades, que se gasta el dinero en otras cosas.

Por la cara que puso le pareció algo muy serio, suficientemente serio como para contárselo a cada familia nueva que llegaba a la consulta: “Hay que esperar porque Rajoy ha quitado los médicos”. La cara de algunos de los padres y madres de los niños que escuchaban la advertencia era un poema. No lo dijeron pero claramente pensaban “¿qué le estás metiendo en la cabeza a tu hija?”.

Al llegar a casa Jimena se va al salón, coge el mando a distancia y pregunta “papá ponemos la tele a ver qué pasa con Puigdemont?”. No son ni las 11 de la mañana y ya he hablado con mi hija de 3 años de recortes y del procés. Esta vez soy yo el que se pregunta: ¿qué le estás metiendo en la cabeza a tu hija?, ¿hago bien en hablar con ella de política?

Para Irene Martínez, doctora en Educación, “es importante explicar a los niños las cosas que les afectan en su día a día. Esperar en la sala de la pediatra, ver que en su escuela faltan materiales, que su parque está sucio, que hacemos huelga... tiene una explicación política que no podemos ocultar. Si desde pequeños buscamos explicaciones a lo que nos afecta directamente, creceremos siendo personas más críticas y más libres”.

Son las 12 de la mañana y me descubro pensando en qué tengo que hacer para que mi hija sea crítica y libre. ¿Está bien pensar tan a largo plazo? Consulto con Iria Marañón, editora de libros educativos, y me dice que rebaje las expectativas, que deje a mi hija “encontrar su propio camino, que evite el paternalismo para que no sienta que me decepciona en ningún momento”.

Vale, que sea libre y que encuentre su propio camino es también lo que yo quiero. Y que sea contestataria. Pero, a la vez, quiero que sea una niña obediente, que me haga caso. Así que mientras hago la comida me sigo haciendo preguntas: ¿cómo consigo que cuestione las cosas y a la vez que me haga caso?

La respuesta es límite y negociación. Debemos “fomentar la empatía, el espíritu de lucha, el liderazgo, la independencia… pero esas habilidades no están reñidas con los límites en el comportamiento” me dice Iria Marañón. Irene Martínez completa el consejo, poner límites “no es contrario a que cada peque desarrolle su personalidad. Si quiero que se rebele ante situaciones que no le gustan, habrá ocasiones que seremos sus objetos de contestación”.

Otra vez elijo el camino menos fácil: en vez del castigo o el “porque lo digo yo”, la negociación, enseñar a mi hija a expresar su disconformidad. Este camino, me dice Martínez, “lleva más tiempo, es un día a día constante, a veces fácil a veces muy difícil. Educamos con cómo somos en casa, en la calle, con cómo me expreso, cómo soluciono mis conflictos... somos modelos”. Y así, negociando, comemos, contamos un cuento y nos echamos la siesta.

Pitos y vaginas

A las cinco toca natación y en el vestuario salen la preguntas de todos los días: pitos, vaginas. En un momento dado bajo la guardia y me convierto en el autobús de HazteOir. Le digo a mi hija que “los niños tienen pene y las niñas vagina”. Horror. Pienso en la alternativa: “hay hombres con pene, pero también mujeres con pene. El órgano sexual no define a una persona. Y hay personas que no se definen ni como hombre ni como mujer”. Demasiado, ¿cómo y cuándo le cuento todo esto a la niña?

Para Marañón es “positivo adoptar el discurso de la diversidad desde el principio pero adaptado a su edad. Normalizarlo y decirle que hay muchas maneras de ser una niña o un niño es la mejor manera de que nuestras criaturas tengan la mente abierta desde que son pequeñas”. Además, completa Irene Martínez, así podremos “aprovechar las dudas naturales de una persona de tres años para ir introduciendo estos conceptos. Podemos usar cuentos, materiales, dibujos... Por ejemplo jugar a animales que se juntan en parejas del mismo sexo, que crían en manadas, que no tienen sexo definido...”.

Educar jugando. Suena bien, aún tengo dos horas antes de la cena así que llego a casa con ese plan. Mando a Jimena a la habitación mientras saco los bañadores y al rato me dice: “Mira papá, he hecho una pistola (con construcciones), pam, pam, te disparo”. ¿Pistola? ¿Pam, pam? ¿Quién la ha enseñado? ¿Sabe lo que significa matar, disparar, pistola?

Le explico que las pistolas hacen daño, que a mí no me gustan y que prefiero que juegue a otra cosa, aunque puede hacer lo que ella quiera. Ella deja la pistola y coge un puzle así que salgo de la habitación pensando en lo bien que lo he resuelto. Pero enseguida vuelven las dudas: si quiero criar una hija fuera de los cánones machistas, ¿no la debería empujar a jugar a juegos tradicionalmente de niños como las pistolas?, ¿qué pesa más, eso o que no me gustan los juegos violentos?

Para Iria Marañón, autora de ‘Educar en el feminismo’, “es bueno animar a las niñas para que jueguen a juegos que se alejen de su rol de cuidadora, para que sepan que tienen todas las opciones abiertas, como jugar a ser superheroínas, exploradoras o piratas; sin embargo, los juegos que inciten a la violencia no los veo necesarios. El juego reproduce modelos de conducta, y cuanto menos normalizada tengan la violencia, mejor”.

Para Irene Martínez, formadora de profesionales de la educación en pedagogías feministas, “hay que desmontar desde el minuto uno las masculinidades hegemónicas. Que vea en su padre otro modelo de masculinidad, educa. Va a saber que las masculinidades no tienen por qué ser agresivas”.

Descubrir el patriarcado

En resumen, mi hija aprenderá lo que es un hombre viendo cómo me comporto yo. Pienso en eso mientras cenamos. En el telediario hablan de feminismo, de brecha de género, de patriarcado. Cosas que para ella no existen. ¿Se las cuento o espero a que se la encuentre, a partir de los 6 años?

Para Iria Marañón es “fundamental que niñas y niños sepan que vivimos en un sistema patriarcal que favorece al hombre, oprime a las mujeres y genera grandes desigualdades. Sin embargo, me parece más importante todavía que lo vayan averiguando acorde a su edad y su capacidad de entendimiento”. Según Irene Martínez es en ese momento cuando “ella como niña no debe olvidar que desde pequeña aprendió que somos iguales y nunca nadie le puede decir lo contrario”.

Esperar a que el machismo aparezca, pues esperaremos. De momento, por si acaso, ya la hemos enseñado a cantar “huelga feminista, huelga feminista”. Con esa cantinela se lava los dientes y se va a dormir.

En el sofá hablo con mi mujer de la cantidad de dudas que van surgiendo cada día y de cómo las vamos salvando. Dentro de poco llega el verano. Si todo el mundo se hace pis en la piscina, ¿tengo que decirle a ella que está mal? Hace nada fue Navidad; ¿cómo se explica desde un punto de vista laico? Si Melchor es el de la barba blanca y Gaspar el de la barba roja, ¿quién es Baltasar?; ¿montamos Belén?, ¿le explico que la Virgen no tiene nada que peinarse porque no existe? Si le pido que dé besos a la gente que yo quiero, ¿cómo la enseñaré después a que no pueden obligarla a besar si ella no quiere? ¿Es pronto para explicarle qué es tener la regla? ¿Cuándo hablamos de la muerte? ¿Demasiadas dudas? Bienvenido al día a día de un padre con una hija de 3 años.

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