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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

(Con)Moción patriotera

'Contra muros y banderas'. | EL ROTO

Patricia Manrique

Lo de estos días, pese al nada desdeñable hecho de que el Congreso ha manifestado, por fin, un claro rechazo a la corrupción, huele demasiado a recambio en las élites y vuelta de tuerca en el circo de la partitocracia, esa versión maquillada de la oligarquía. Y a más cosas. Porque el sistema que enferma de desesperanza nuestras vidas, un día tras otro, es una aleación de capitalismo neoliberal con algo que no es propiamente democracia, sino esa democracia representativa que un día, allá por el siglo XIX o algo antes, borró del mapa la posibilidad de democracia real, directa. Es esa democracia representativa que Montesquieu o Rousseau ya tachaban de aristocracia y que, una vez tras otra, ha vampirizado los esfuerzos de real cambio del pueblo, al que tan poco se han parecido siempre los representantes (Nota: los chaletes en Galapagar no ayudan).

La profundidad de los discursos del jueves, día en el que hasta Celia Villalobos tuvo que ir a trabajar, osciló de poca a ninguna. Apenas hubo menciones a la realidad de quienes las élites representan, casi nada sobre el paro, la precariedad, el problema de la vivienda, la dependencia, las libertades… y sobró, en cambio, el patrioterismo rancio, en diversas formulaciones, en la burbuja de las Cortes.

Del “patriotismo cívico” de Sánchez, a la España mucha España del que no-dejará-de-ser-español, Rajoy, pasando por la España disfrazada de “nación de ciudadanos libres e iguales” del líder del pro-business party (partido pro-empresarial) —como denomina The New York Times a Ciudadanos— y protector de los emprendedores corruptos, Rivera, para desembocar en la “patria”, tan ortopédica como tendencialmente plurinacional, de Iglesias, vuelve la patria, ay, en pleno siglo XXI, de la mano de los patriarcas —cuánto varón/barón y qué poca portavoz el jueves—, triunfa la era Trump.

Andrés Rábago, El Roto, acaba de publicar un libro sobre “la absurdez” que encierra, a su juicio, el orgullo patrio, consciente de que hay una corriente de opinión patriotera, poderosa e interesada, y de que hay que hacer un gran esfuerzo para no consentir que se convierta en un pensamiento común. La Derecha neoliberal —la vieja y la nueva— está imponiendo una dinámica política tan pueril como peligrosa, consistente en emocionar con las identidades nacionales imperialistas tratando de que el nacionalismo español, el más excluyente de la Península Ibérica, tape la peste inhumana que emana de su proyecto general. Y hay un peligro real de que la demoscopia empuje a partidos como Podemos, que pretendían romper el tablero de todo aquello que no interesaba a las más, a comprar el significante. Iglesias, una vez más, se empeñó en calzarnos la patria.

La cara oculta de la patria es, casi siempre, la xenofobia: oculta hasta que se impone rotunda. Un vistazo a Europa da cuenta de ello: Amanecer Dorado, en Grecia; Jobbik —y Viktor Orban en Hungría; Alternativa por Alemania en Alemania; Frente Nacional, en Francia; el Partido de la Libertad en Holanda; la aleación entre Partido Popular Austríaco y Partido de la Libertad en Austria; la Liga Norte en Italia… La lista no para de crecer. En España los partidos de ultraderecha aun no han despuntado, pero qué falta hacen si ya tenemos al PP de los Albiol y los Maroto y a Ciudadanos, proyecto tan neoliberal como racista desde su misma base. Recordemos que, en 2009, Ciutadans se presentó a las elecciones europeas en coalición con Libertas, formación xenófoba y euroescéptica con la que, por fortuna, sufrieron un buen descalabro.

Actos como la ridícula —y excluyente— presentación de 'España Ciudadana' en IFEMA, que hubiera causado risas hace unos años —vale, las ha causado ahora también—  parecen prometer réditos electorales y, en consecuencia, son capaces de influir en el comportamiento del resto de partidos. La combinación de neoliberalismo y patrioterismo es letal, y Rivera se explayó en la moción de censura señalando que “no hay nada más inmoral que una frontera… entre compatriotas”. Veremos lo que tarda en ampliar su inquina explícita desde los nacionalismos periféricos a los inmigrantes: de hecho, de ahí viene Ciutadans, del racismo sin complejos —ese que, por ejemplo, pretendió dejar sin Sanidad pública a las personas migradas—, maquillado para el salto al ámbito estatal.

Tanto el PP como Ciudadanos, patrioteros encantados con la circulación de mercancías y con los tratados de libre comercio que serán nuestra ruina, son incapaces de entender la migración como una parte normal de la realidad social… y tienen a Martísima, tan española como residente en Miami, para emocionar y poner fondo a sus discursos de androides emprendedores ajenos a lo humano. El patrioterismo desemboca, se cuente como se cuente, en fronteras contra las que chocan no solo las vidas de millones de personas sino todo un proyecto de humanidad. El aleteo de una mariposa en Brasil puede provocar un tornado en Texas y el exceso de aromas patrióticos que destilaba el pasado jueves el Parlamento se alía con una situación europea proclive al racismo y la xenofobia.

Cuando no controlan nada, nos quieren hacer creer que hay una patria que controla las fronteras. Cuando no tienen nada bueno que decir frente al paro, la precariedad, la inaccesibilidad de la vivienda, los desahucios, la falta de fondos para la lucha contra la violencia de género, la dependencia, las pensiones… ponen a Marta Sánchez a cantar un himno. Más de uno de sus votantes se va a llevar una sorpresa cuando descubra en qué consiste la patria a la que nos conducen estos patrioteros. Ya lo advierte El Roto: “Cambiaban las banderas de un país a otro para que no se notase que gobernaban los mismos”.

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