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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Narciso viaja en aviones

La plaza Jemaa El Fna el martes pasado. Foto: M. Narvaiza

Jesús Ortiz

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Con otros pasajeros espero que las cintas empiecen a girar y nos acerquen nuestro equipaje. Pero antes de que se mueva ninguna, aparece un personaje con uniforme cargado de insignias aladas; a un lego como yo podría parecerle un general del Ejército del Aire, que nos informa de que primero van a salir las maletas de los aviones de fuera de la Unión Europea, y después de los de aquí.

¿Aviones de fuera de la Unión Europea…? Pero ¿cuántos aviones han llegado al aeropuerto de Parayas? Porque solo he visto dos. Me vuelvo hacia la pista y compruebo que, en efecto, allí está el que me ha traído de Madrid y otro más. Busco indicaciones y descubro que el segundo aparato ha llegado de Marrakech. Sigo desconcertado, hasta que caigo en que el funcionario no está hablando en castellano, sino en vernácula. La lengua de Santander llama intercambiadores a las marquesinas grandes y metro a los autobuses articulados, así que es comprensible que a lo que en Madrid se llamaría el avión de Marrakech (o del moro, en más castizo y menos preciso) aquí se le diga los aviones de fuera de la Unión Europea.

Meses más tarde tomamos unos aviones para ir a Fuera-de-la-Unión-Europea, una ciudad de millón y medio de habitantes que no me es desconocida; otra vez llegué a ella en un Simca mil, adivine el lector a qué altura de la prehistoria. La contaminación ha aumentado muchísimo, pero la tarde en Jemaa El Fna sigue siendo tan bulliciosa como entonces. Tampoco han cambiado los muecines, que recuerdan varias veces al día que Alá es grande.

Seguramente mucho más que el espejo de nuestro cuarto de baño, que supera el metro de alto por casi dos de ancho de cristal azogado, rodeado de un marco de estaño que debe pesar más de un quintal métrico. Tamaño y peso que explican el estruendo con que nos sobrecogió una tarde, al desplomarse y quebrarse. El encargado del riad que se lleva los restos muestra una tranquilidad admirable ante la pérdida. Pero cuando le pregunto «¿No se habrá suicidado el espejo para no tener que reproducir a un tipo tan feo?» se asusta muchísimo (imagino que ante la posibilidad de que el resto de los espejos del riad se suiciden en cadena: evaluaciones externas aseguran que no me desvío sustancialmente de la fealdad europea media) y me asegura con énfasis que de ninguna manera puede ser esa la causa; que con toda seguridad no es culpa mía, que no me preocupe…

Pero un espejo ya mayor seguramente ha visto muchas cosas que preferiría no recordar. Tantas, que en algún momento decide ponerlas fin. Un servidor, más optimista, espera ver todavía muchas cosas hermosas, y en busca de una de ellas visita el Jardín Majorelle, un alarde botánico preparado por el artista francés Jacques Majorelle en 1924. Está en la Rue Yves St Laurent; en la librería que alberga hay libros sobre Yves St Laurent, que aparece en la tapa poniendo tanta cara de Yves St Laurent que hasta yo, ignorante sobre la moda donde los haya, lo reconozco. El jardín pertenece a la fundación Pierre Bergé - Yves Saint Laurent, porque fueron Yves St Laurent y su pareja quienes lo compraron en su día. Quizá está usted un poco aburrido de leer aquí Yves St Laurent; lo comprendo, y ya lo siento, pero es que estoy intentando describir la experiencia.

El Jardín Majorelle no es demasiado grande, pero se tarda bastante en visitarlo porque la circulación se detiene a cada paso. Hay mucha gente muy bien vestida, maqueada como para una boda de muchísimo postín, que se hace fotos. Todo el tiempo. Te paras respetuoso para que un maromo encorbatado retrate a una rubia fastuosa con vestido largo, entonado en fucsias, junto a los agaves mexicanos; esperas con calma a que un larguirucho con fular haga lo mismo con una morenaza de pantalón en azules prusia, cobalto y marino ante los nenúfares, adoptando una pose que ha debido requerir de un par de coreógrafos y varias horas de ensayo…, y así sucesivamente.

La víspera, en la medina, oíamos varios idiomas europeos, pero más español que otra cosa. Quienes lo hablaban iban aderezados como nosotros, como recomienda la guía: lo más cómodamente posible, respetando el sentido del decoro local. Cierto que muchos se pasaban esta segunda parte por el forro de los shorts, pero era en beneficio de la otra parte de la ecuación, la comodidad.

Aquí en el jardín lo que abundan sobre todo son los ciudadanos franceses. El francés más reproducido que conocía era san Luis, que tuvo cien mil hijos; pero eso no es nada al lado de los millones de sobrinos que tuvo Yves St Laurent. Todos ellos pasan de punta en blanco por el Jardín Majorelle, al parecer, en algún momento de su vida, al modo en que los musulmanes peregrinan una vez a La Meca.

El maromo encorbatado y el larguirucho del fular cambian de posición con la rubia y la morena, para ser a su vez retratados en el jardín donde vivió Yves St Laurent. Pero también quieren verse en pareja, para lo que traen la solución perfecta, uno de los grandes inventos del siglo: el paloselfi. Con el teléfono en horizontal aparecen ambos en la misma imagen. Y la cosa no acaba ahí, descubro admirado: se puede poner el móvil apaisado y además en modo vídeo; veo al menos dos parejas que practican esta variante. El móvil va delante de ellos, algo por encima de sus cabezas, sin dejar de grabar: es la imagen conocida de la zanahoria colgando de un palo por delante del semoviente que arrastra un carro; dicho esto con todo respeto por las parejas y por los semovientes. De esta ingeniosa manera, la gente puede pasear por el Jardín Majorelle o por cualquier sitio, viéndose siempre a sí mismos en primer plano y con los sitios maravillosos haciendo de fondo.

El espejo del riad debía saber mucho de esto desde hace tiempo. Ha debido contemplar generación tras generación de inventos que permiten mirarnos el ombligo, o la cara, sin ver mucho más allá. Ha debido darnos por imposibles a los humanos y, no queriendo colaborar, ha decidido quitarse de en medio. Me parece admirable por su parte. Pero su sacrificio, me temo, ha llegado tarde: hemos inventado el vídeo y el paloselfi.

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