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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¡Los agentes de la CIA están en todas partes!

Portada del 'Manual de campo de sabotaje sencillo' de la Office of Strategic Services.

Jesús Ortiz

Llevábamos una hora larga de reunión y me tuve que ir antes de que acabara sin llegar a ninguna conclusión. Me tuve que ir para atender una emergencia doméstica pero, sobre todo, porque ya no aguantaba más. Una intervención se refería a un asunto que ya se había tratado en una reunión anterior. En otra alguien se empeñó en explicarnos los fundamentos teóricos que apoyaban una medida concreta. Otra más nos iluminaba relatando una experiencia remotamente similar a la que estábamos abordando en otro contexto… Esta era una asamblea política, pero la verdad es que recordaba problemas parecidos en reuniones en mi empresa anterior, en las de escalera, en las de padres de la escuela… Distintas situaciones, mismos problemas de gestión de la información y del tiempo de los participantes. Y lo recuerdo de toda la vida.

Siempre pensé que estas personas que ocupaban tantas veces el turno de palabra y requerían tanto tiempo para llevarnos a parajes alejados o meternos en meditaciones circulares eran personas que tenían problemas personales, de relación. Que en su casa no les dejaban hablar, por ejemplo; que con la jubilación habían perdido a su público habitual de compañeros de trabajo; que el médico les había quitado de la bebida y no podían ir al bar a echar discursos… pero que eran simplemente aficionados del antiguo arte de dar la brasa a todo lo que se menea, cuyo ejercicio no les rendía mayor beneficio que el placer de practicarlo.

Pero hace poco, por casualidad, cayó en mis manos un folleto de la Office of Strategic Services, la organización gubernamental estadounidense que precedió a la CIA. Se titula Manual de campo de sabotaje sencillo, fue publicado en los años 40, y contiene instrucciones para que los civiles de los países ocupados colaboraran a escondidas en la guerra contra Alemania. Habla de cuchillos, cerillas, alfileres… y de cómo emplearlos para dejar fuera de servicio instalaciones y utillaje diverso, pero de pronto, ocupando menos de una de sus 36 páginas, aparece el epígrafe donde enseña a inutilizar organizaciones y conferencias. Y enuncia estos ocho mecanismos:

Exija que todo se haga según el reglamento, sin perdonar una coma.

Eche discursos. Tan largos como pueda y con la mayor frecuencia posible.

Proponga derivar cada tema a una comisión. Que las comisiones que se creen sean grandes, mínimo cinco miembros.

Traiga a colación asuntos irrelevantes con tanta frecuencia como sea posible.

Insista en cuestionar la redacción de todos los comunicados y resoluciones: las palabras exactas, las frases bien hechas.

Remítase a asuntos ya tratados en reuniones anteriores y proponga revisar la pertinencia de las decisiones adoptadas entonces.

Recomiende cautela. Insista en que debemos ser razonables y prever las consecuencias de nuestros actos.

Cuestione la conveniencia de cada decisión. ¿No entrará en conflicto con alguna instrucción superior?

¡Ahí va! ¡Pero si es justamente lo que nos encontramos en las asambleas! Resulta que lo que yo creía simples inclinaciones individuales, pesadas pero inocentes, ¡son en realidad instrucciones concretas, que se estudian y enseñan para formar saboteadores de reuniones profesionales! Y ese jubilado de aspecto bondadoso, esa profesora universitaria que comparte generosamente su tiempo con nosotros, ese administrativo entusiasta que no se pierde una reunión así caigan chuzos de punta, todos esos compañeros de distintas edades y profesiones, que tienen en común un ingenio alerta y una lengua infatigable para expresarlo, ¡son agentes de la CIA! Bueno, o de quien sea, pero entrenados con los métodos de la CIA. Me cuesta creerlo, la verdad. Pero uno vuelve a leer los ocho principios de actuación del manual de sabotaje y no cabe la menor duda: de ahí beben.

El manual dedica un apartado al tema de motivar al saboteador, que podría trabajar sin mucho entusiasmo dado que al ciudadano medio «los actos de destrucción no le aportan beneficio personal y son contrarios a su actitud habitualmente conservadora hacia materiales y herramientas. La estupidez deliberada es contraria a la naturaleza humana. Con frecuencia necesita presión, estímulos…». Pero esta reflexión está inserta en el apartado del sabotaje físico, dirigido contra las instalaciones y medios tangibles del enemigo: por lo que se ve, el tiempo y la inteligencia de los demás no suscita el mismo respeto que los materiales y herramientas, y en las asambleas se los puede maltratar haciendo alarde de estupidez deliberada sin tener que violentar hábitos bien arraigados.

Siempre hemos tenido mucha paciencia con estos ciudadanos, sopesando mucho sus necesidades de comunicación y colocando las nuestras en segundo plano. Pero sabiendo ahora que se trata de profesionales entrenados, ¿no podríamos abogar por asambleas mejor dirigidas, cuyos moderadores intervinieran más activa y decididamente en impedir, o al menos precisamente moderar, estos ataques a la eficacia de la toma de decisiones en asambleas? Una acción resuelta en este sentido probablemente redujera el número de quienes, por más ocupados o más impacientes, nos abstenemos todo lo que podemos de participar en ejercicios tan laudables como la gestión comunal, democrática, de nuestras vidas.

[El interesado puede comprar el manual en inglés por pocos dólares, pero también puede descargarlo gratuitamente aquí].

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