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Paco Larrañaga, sin rendición posible

Paco Larrañaga (segundo por la izquierda) que cumple condena en el centro penitenciario de Martutene (San Sebastián) tras serle conmutada una condena a muerte en Filipinas, De derecha a izquierda, Joaquín José Martínez, primer español y europeo que salió del corredor de la muerte de Estados Unidos; Cándido Ibar, padre de Pablo Ibar (condenado a muerte en EEUU); Francisco Segovia, director de proyectos de la Fundación Abogacía Española, Paco Larrañaga y Carles Mac-Cragh, vicepresidente de la Fundación Abogacía Española./ FOTO CEDIDA POR LA FUNDACIÓN ABOGACÍA ESPAÑOLA.

Aitor Guenaga

La vida de Paco Larrañaga se truncó el día que el apellido Chiong se cruzó en su vida. Justo cuando estaba estudiando hostelería en Manila. El 16 de julio de 1997 las hermanas Jacqueline y Maryjoy Chiong desaparecieron. No tenían ni 22 años. Fue como si se las hubiera tragado la tierra. La comunidad filipina de Cebú, una isla situada a más de 500 kilómetros de la capital Manila, estalló. La indignación inicial dio paso a la ira y a la sed de venganza. Meses más tarde, ocho personas fueron detenidas, entre ellos un estudiante de hostelería de 19 años de madre filipina y padre vasco que no entendía por qué la policía había irrumpido en su escuela. Tras conocer exactamente la acusación que pesaba sobre él –violación y asesinato de las dos jóvenes cuyos cadáveres nunca llegaron a ser hallados e identificados- pensó que todo era cuestión de tiempo. Que la confusión y el malentendido durarían apenas unos días. 16 años después, todavía cumple una condena de 40 años en la prisión de Martutene.

Es cierto que casi parece un hotel de cinco estrellas si se compara con el hacinamiento y las condiciones que Larrañaga tuvo que soportar en la prisión filipina. Y que ya no está en el corredor de la muerte. El mismo ha recordado alguna vez, en una de sus salidas esporádicas de prisión en 2012 para acudir a alguna proyección del documental sobre su vida ‘Give up tomorrow’ (Ríndete mañana), el apoyo de los capellanes en un lugar como ése, en el que ves desaparecer gente poco a poco mientras esperas la llamada para enfrentarte a tu último viaje. “La noche antes de alguna ejecución teníamos una vigilia en la que los presos cantábamos y rezábamos junto a quien iban a ejecutar. En una ocasión logramos tener una reliquia de Santa Teresa de Calcuta y justo al día siguiente el Gobierno concedió una moratoria de un año en la pena de muerte y poco después se abolió la pena capital”.

Ahora casi todo ha cambiado, salvo la falta de libertad. Ha podido hacer realidad esa vocación suya por los fogones al matricularse en la escuela de Karlos Arguiñano, lo que este año le ha permitido salir de la prisión de lunes a viernes para asistir a las clases. Pero la condena sigue ahí y salvo que de nuevo la Presidencia de Filipinas muestre su lado más amable y acepte la petición de indulto que el Consejo de Ministros ha aprobado el pasado 5 de julio, Larrañaga seguirá en su celda de Martutene por muchos años. Ya tuvo suerte una vez, cuando la presidenta de Filipinas anunció en abril de 2006 la conmutación de la pena de muerte por la cadena perpetua a un millar de presos. Él era uno de ellos. Ahí empezó a cambiar su vida otra vez. Esta vez, a mejor.

En el momento de la desaparición de las hermanas Chiong, en julio de 1997, Paco Larrañaga se encontraba entre fogones en Manila, a más de 500 kilómetros de la isla donde se habían producido los hechos. Numerosos testigos podían probar ante el tribunal que aquella noche cenó en la capital filipina y era materialmente imposible estar en ambos sitios a la vez.

Pero los meses fueron pasando. Hasta septiembre, fecha en la que entró en prisión, le siguió octubre y así hasta que llegó el momento de enfrentarse al juicio. Su madre, Margot González, siempre ha confiado en la justicia filipina, por eso ha declarado en varias ocasiones que no pediría el indulto de su hijo porque eso “implicaba reconocer la culpabilidad de Paco”. Fue la propia Margot la que aconsejó a su hijo que no se le ocurriera poner tierra de por medio huyendo del país.

El juicio estuvo plagado de irregularidades, según han coincidido en denunciar diversos organismos, entre ellos el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Garantías procesales básicas como el veto a declaraciones de testigos propuestos por la defensa o el propio testimonio de Larrañaga durante el proceso, que no llegó a declarar, son solo algunos ejemplos. Los abogados de las defensas ni siquiera pudieron interrogar al principal testigo de cargo, algo inédito. Los medios de comunicación, partícipes de un juicio paralelo que reportaba crecientes audiencias, hicieron el resto del trabajo. La presunción de inocencia se quedó olvidada en un perolo de la Escuela de Artes Culinarias de Manila donde un joven de 19 años soñaba con ser algún día un gran cheff.

Pero todo en la vida es susceptible de empeorar. De hecho, la vida de Larrañaga ha sido una carrera de obstáculos interminable. Su recurso ante el Tribunal Supremo filipino empeoró todavía más las cosas. La sala endureció las penas y condenó a Larrañaga a la pena de muerte. Próxima estación: el corredor de la muerte.

Todavía tendría que esperar un tiempo a que llegara la primera ola de solidaridad, desde el otro lado del charco. Campañas exigiendo justicia, denuncias. Hay un documental, 'Give up tomorrow' (Ríndete mañana), del realizador Michael Collins, que desgrana con precisión de cirujano la historia de un caso que sigue a falta de un final feliz. El Gobierno socialista de Zapatero, no sin esfuerzos, pudo arrancar del Ejecutivo filipino la autorización para que Paco Larrañaga cumpliera la pena de 40 años en España, gracias al convenio firmado entre ambos países en 2006. Fue la penúltima alegría para sus padres, Manuel y Margot, que desde entonces viven la vida de otra manera y valoran la nueva situación. “Aunque sigue dentro de la cárcel”, como recordó con cierta tristeza su madre a finales de 2011 cuando Larrañaga acudió al pase del documental en la muestra de Derechos Humanos del Ejecutivo vasco Zinexit. “A ver si con ésto podemos tener a Paco no sólo cuatro días, sino para siempre”, dijo entonces Margot, en referencia a la petición de indulto por parte de España que ya entonces se barruntaba y que finalmente se ha hecho realidad este verano.

Paco lo ha declarado muchas veces: “Soy inocente”. Ya solo espera poder decirlo en libertad las 24 horas del día.

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