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El drama de los mayores contagiados con coronavirus: “Si le damos una cama, habría gente de 40 años que se quedaría en la calle”

Entrada de Caser Alto del Prado en el momento de la entrega de la televisión para Carlos

Iker Rioja Andueza

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Ésta es la historia de Carlos, de Sofía y de Emilio. Los tres son mayores. Dos de ellos se llaman así; otro no y se ha cambiado su nombre por expreso deseo de la familia. Frisan o superan la ochentena. Los tres tienen coronavirus. Los tres están viviendo su convalecencia con dificultades. Los tres quieren que se conozca su singladura contra el Covid-19 para que las cosas mejoren para los que vengan por detrás. A uno de ellos le recordaron en el hospital que si le daban una cama “habría gente de 40 años que se quedaría en la calle”.

Carlos (de 85 años) fue diagnosticado de cáncer en febrero y a principios de marzo se decidió que lo mejor para su tratamiento era que fuese a una residencia. El lugar elegido, un centro privado gestionado por Caser, Alto del Prado, emplazado en una lujosa urbanización de Vitoria. Entró en la habitación con el mismo número que un conocido Seat de su juventud a cambio de unos 3.000 euros la estancia mensual. Sólo pudo acudir a una sesión en el hospital de Txagorritxu, ya que pronto contrajo Covid-19. Se suspendió el tratamiento y quedó aislado, sin televisión -un amigo le regaló una y tardaron días en instalársela- y alimentado con purés a pesar de ser una persona autónoma.

Su esposa, una mujer mayor y que constituye su única familia, nunca ha podido hablar con los sanitarios de Caser para conocer el estado de su marido. Le echan una mano dos trabajadores sociales que conocieron a Carlos en un centro sociocultural para mayores al que era asiduo. Por las llamadas telefónicas -las visitas están prohibidas- constataron un empeoramiento en su respiración, pero el centro les aseguró que no estaba en Txagorritxu porque él se había negado.

Preocupado, uno de sus 'ángeles de la guarda', José, insistió con los telefonazos. Este lunes apreció con claridad que estaba exhausto. El médico del centro no había trabajado el fin de semana. “Llamé a la Ertzaintza”, explica. Tras la mediación policial, el lunes de madrugada Carlos fue trasladado al hospital. Una doctora despertó de madrugada a su esposa. La facultativa no podía creer el retraso en prestarle asistencia, según le trasladó. Ahora busca superar el coronavirus y el cáncer con ayuda de la morfina para el dolor. “He tenido conocimiento de que varias personas han fallecido en esa residencia”, se desgañita José, que recuerda que Caser tiene un ala llamada URSS (como la Unión Soviética) con plazas concertadas con Osakidetza y con la Diputación de Álava, lo que debería implicar unos estándares asistenciales elevados. No hay información oficial de ningún tipo sobre este centro.

Unos kilómetros al norte se halla Zadorra. “Aquí me muero”, lloraba Sofía a su llegada al complejo residencial ubicado del barrio de Abetxuko de Vitoria. Es el elegido como centro de referencia para ir agrupando a las decenas de ancianos con Covid-19 de todos los recursos de Álava. Sofía es una de la decena de internas de Agurain con coronavirus. Casi a medianoche del martes al miércoles, se decidió que todos ellos serían trasladados a Vitoria a primera hora. Las familias serían informadas 'a posteriori'.Una sola enfermera preparó los equipajes por la noche.

Como los enfermos provenientes del Valle de Ayala, al norte de Álava, Sofía y sus compañeros han llegado en sus sillas de ruedas en un autobús adaptado. Y no en ambulancia. Les espera un centro en el que, según fuentes internas, “los sustitutos de los sustitutos” de los trabajadores están empezando a dar positivo o presentar síntomas. En Álava no se conoce el dato de personal sociosanitario infectado, pero los casos se contarán por decenas. Sólo en Zadorra hay 32 bajas laborales.

A su llegada, nadie les había preparado un plato caliente de comida. “¡Es tal nuestra indignación e impotencia! No se van a morir de coronavirus, sino de pena por cómo les tratan”, afirma una gerocultora, que ve “asustados” y “desorientados” a los mayores y que demanda personal especializado y suficiente para afrontar el reto de atender hasta 170 personas en un centro con capacidad para 100. Y se pregunta en voz alta: “¿Nadie va a rendir cuentas por esto?”.

La Diputación ya tuvo que matizar su plan para Zadorra por las quejas de la plantilla. Paralizó su idea de enviar al medio centenar de internos no contagiados a otros lugares para dejar hueco a más infectados. Alegaron los cuidadores que estos residentes habían estado en contacto con personal con Covid-19 y que podría suponer un riesgo de crear nuevos focos. Uno de los destinos de estos ancianos iba a ser Caser.

Emilio no estaba en una residencia. Vive en su casa con su esposa. Tenía una patología respiratoria previa y contrajo coronavirus. Acabó ingresado en Txagorritxu, un centro saturado desde el primer momento en que llegó la pandemia a Euskadi. En cuanto sus síntomas se estabilizaron, su familia detectó cierta prisa por que recibiera el alta. Protestaron: no veían razonable enviarlo a una casa con otra persona de riesgo. “Todos queréis que se queden aquí, pero esa opción no podemos darla. Si diéramos esa opción, habría gente de 40 años que se quedaría en la calle”, cuentan los hijos que les dijo la médica que trataba a Emilio. “Son órdenes de arriba”, zanjó.

Ir a casa tenía alguna alternativa. Desde hace semanas, Txagorritxu envía pacientes que considera “no candidatos a UCI” por no ser “reanimables e intubables” a centros sin cuidados intensivos como son los hospitales de Eibar y Mondragón. Varios alaveses han muerto ya en Gipuzkoa. En el caso de Emilio, empezaron a preparar el traslado sin el consentimiento de la familia. Finalmente, todo apunta a que será enviado a San Onofre, un centro en Vitoria que es a la vez residencia y hospital de paliativos y que ha sido vaciado en la pandemia para derivar allí casos más leves.

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