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Más de 2.000 voluntarios sanitarios vascos pasan sus vacaciones operando en Bolivia y Guatemala

Eduardo Azumendi

“Trabajas de sol a sol. A veces la situación te supera. Hay que tirar para adelante con los medios que tengas. A menudo, resulta increíble ver con qué pocas cosas puedes sacar adelante el trabajo. Sin duda, recibimos más de lo que damos”. Así cuenta Ramón Arrizabalaga, radiólogo del Hospital de Txagorritxu de Vitoria, su experiencia en Bolivia como médico de la ONG DOA (Denok Osasunaren Alde-Todos por la salud). Arrizabalaga dedica parte de sus vacaciones (entre dos y tres semanas al año) a trabajar sobre el terreno ayudando a operar y formando personal sanitario en Beni, una de las regiones más pobres de Bolivia. Siempre había deseado participar en este tipo de experiencias y colaborar en programas de cooperación, pero su perfil de radiólogo no era el más requerido. Al final, encontró su hueco y desde hace seis años no se pierde su cita con Beni, ubicada al noreste de Bolivia. Una zona preamazónica, una pampa con muchos ríos y bosques.

Este radiólogo es uno de los cientos de profesionales sanitarios vascos movilizados por DOA, organización fundada en 2002 en Donostia por voluntarios vinculados al sector sanitario, que impulsados por su espíritu solidario quisieron canalizar su motivación operando y atendiendo a personas sin recursos. El primer destino fue Guatemala y desde el año 2005 sus voluntarios también se desplazan a Bolivia. Inicialmente se incorporaron a trabajos con otras organizaciones hasta que se decidió conformar formalmente una asociación y así aunar los esfuerzos de los diferentes grupos de voluntarios que componen DOA, inicialmente en Gipuzkoa, Bizkaia y Álava y después en todo el territorio nacional.

Posteriormente se han ido incorporando nuevas iniciativas a esta ONG, incluyendo proyectos de odontología, educación y formación profesional, siempre como complemento al trabajo sanitario que desarrolla en sus zonas de acción. En los 11 años de existencia, la organización ha desplazado a más de 2.000 voluntarios, han visto más de 18.000 pacientes en las consultas médicas, han realizado más de 6.000 intervenciones quirúrgicas, más de 5.500 tratamientos odontológicos, más de 3.000 ecografías y estudios radiológicos. Ha construido un pabellón de hospitalización de 96 camas en Trinidad, Departamento del Beni, y un pabellón de hospitalización, de 24 camas con un quirófano en San Ignacio de Moxos, Departamento del Beni.

Ramón Arrizabalaga creía que no iba a poder participar en estos programas debido a su perfil de radiólogo, pero le llegó la oportunidad. “La cooperación es un área más dada a otro tipo de especialidades como la cirugía o traumatología. Pero las ecografías previas a las cirugías las hacían gente de allí y vieron que hacía falta alguien con más conocimientos. Esa fue mi ocasión”.

El obispo de Beni es un franciscano del Santuario de Aranzazu, Manuel Eguiguren. Él fue el primer contacto de DOA en Bolivia.Necesitas a alguien en el terreno que te abra las puertas”, confiesa. A partir de ahí, se establecen otros enlaces para que vayan cribando los pacientes sin recursos, que no pueden pagar sus operaciones, que se van a encontrar los voluntarios de DOA. “Cualquier cirugía, por simple que sea, es imposible de hacer porque carecen de medios. No hay sanidad pública, y para operarse deben ir hasta Santa Cruz, a nueve horas de autobús”, comenta Ramón.

Adaptar las vacaciones

Los profesionales tienen que adaptar sus vacaciones para ir a Bolivia, deben ser entre mayo y noviembre, en la estación seca. Se organizan varias expediciones: de cirugía general, de traumatología, ginecología, otorrinolaringología. Cada expedición está compuesta por dos cirujanos, un anestesista y cuatro enfermeras. También se suman técnicos de electromedicina, que juegan un papel fundamental porque todos los aparatos que se dejan allí los encuentran un año después completamente deteriorados o que les faltan piezas.

Izaskun Solaun, enfermera de quirófano y responsable de uno de los grupos de voluntarios disfruta con el trabajo, pero reconoce que a veces cuesta ver los frutos. “Es duro, cada año vienes diferente. El primero vienes eufórica, pero después cada vez menos porque la realidad es muy tozuda y nuestro trabajo ayuda, pero no es suficiente. Intentamos que aprendan formas de trabajar, que sean capaces de ser autosuficientes. Es muy difícil, cada año cuando vuelves las cosas no funcionan. Sus necesidades son diferentes de las nuestras, es su forma de vida, de ser y de trabajar”. Por ejemplo, tanto a Izaskun como a Ramón les resulta impensable que no dispongan de agua potable a pesar de contar con unas grandes instalaciones. “Están deterioradas por falta de uso. No tienen necesidad de agua, por eso casi todos sufren salmonela y algunos se mueren”.

Durante el año, Izaskun va recogiendo material en su hospital para trasladar después a Bolivia. “Material que en los hospitales vascos es de usar y tirar allí se puede reutilizar esterilizándolo. Por ejemplo, guantes que se abren en quirófano pero no se usan. Allí las compresas y gasas manchadas de sangre se lavan y se vuelven a utilizar”.

En Trinidad, los voluntarios operan y trabajan en el hospital público que “es un auténtico desastre”. “Trabajamos en un pabellón que se construyó con las donaciones de DOA. Después vamos a los pueblos”. Uno de esos pueblos es San Ignacio de Moxos, puerta de entrada a las comunidades indígenas, ya en la selva.

Operar a la luz de la linterna

Además de voluntad y ganas de trabajar, también es preciso tener mano izquierda. “Hay desconfianza con los médicos y enfermeras de allí. A veces piensan que vas a invadirles con tu forma de trabajar y no lo entienden. Hay que tener mano izquierda porque a nosotros nos pasaría lo mismo si fuera al revés”.

En los hospitales donde trabajan los voluntarios de DOA pueden pasar “mil historias que hagan que la programación no vaya bien. Muchas veces puedes terminar las operaciones a la luz de las linternas”. Pero todo se da por bueno con tal de salvar una vida. Aunque en esos pueblos de Bolivia donde trabaja DOA la vida tiene un valor diferente al que se le da en España o en Europa.

“En una ocasión”, narra Ramón Arrizabalaga, “vi a un niño aún lactante con menos de una año con una grave crisis pulmonar. Se estaba muriendo. Había que trasladarlo a Trinidad, una ciudad más grandes y con más medios. Pero la madre se negaba porque allí no tenía a nadie que le pudiera dar albergue ni comida. Hubo que garantizarle un alojamiento para que fuera. Sí le importaba que su hijo muriese, pero tienen otros valores. Es culpa nuestra no entender ese tipo de cosas. Ayudar cuesta, vas con buena voluntad pero invadiendo y hay que tener cuidado”.

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