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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Y los hombres?

Diputación vizcaína repartirá 17.000 carteles y 127.000 pegatinas para impulsar la campaña contra la violencia machista

Pablo García de Vicuña

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“El más fuerte no es nunca bastante fuerte si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber” (J.J.Rousseau, El Contrato Social)

Con este original y sugerente título el Área de Empleo, Inclusión Social e Igualdad de la Diputación Foral de Bizkaia, hace unas semanas, organizó una jornada de sensibilización sobre perspectiva de género y prevención de la violencia hacia las mujeres. Título sugerente y abierto que llevaba la imaginación hacia otras preguntas, también de intención crítica: ¿Dónde están? ¿A qué esperan para intervenir en favor de las mujeres? ¿Han entendido algo tras el último 8M? ¿Por qué siguen agazapados? ¿Están temerosos o desconcertados? ¿Para cuándo un manifiesto generalizado de transformación de las masculinidades actuales?...

Con estas y otras muchas preguntas, que desbordaban la imaginación de un Auditorio de la Universidad de Deusto lleno a rebosar, se fueron sucediendo diversas ponencias a lo largo de toda la sesión matinal. No es mi intención desgranar los matices de cada intervención, pues anunciaron que estarían disponibles en la página web de la propia Diputación; sí me gustaría, sin embargo, citar algunas de las ideas-fuerza que aparecieron en la jornada. En concreto, el papel de las nuevas masculinidades, con sus retos y recelos actuales y el trabajo con hombres maltratadores para prevenir la violencia contra las mujeres.

Sobre la primera cuestión, no hay dudas: las nuevas masculinidades deben transformar el rol tradicional vigente, en el que el macho es el rey social, por otro nuevo en el que el respeto por las capacidades propias de cada género coloque a cada cual en el lugar que le corresponda. Si nunca estuvo justificada aquella división social que cercenaba a las mujeres al ámbito privado, mientras dejaba todo el espacio público para los hombres, menos lo estará en pleno siglo XXI, cuando este mismo espacio público es ocupado –cuando no sustentado- básicamente por mujeres. Pero, hay aún mucho, bastante camino por recorrer.

En demasiadas ocasiones nos dejamos llevar por esas corriente buenista (¿interesada?) que simplifica los problemas de reconocimiento social de las mujeres, con la única intención de demostrar que al valorar la actividad laboral (la externa y la doméstica) con sentido de género, ésta se ha achicado considerablemente. Se valen para ello de comparaciones interesadas, como la que sostiene que el hombre se ha integrado en el reparto de tareas domésticas y cuidados familiares, en las últimas décadas. Emakunde destroza rápidamente tales creencias con datos contundentes: en Euskadi, las excedencias solicitadas por hombres para el cuidado de hijos/as o de otros familiares ha sido del 7,8 % y del 21 % respectivamente. ¿Podemos llamar reparto equitativo a esta situación que sigue dejando en manos femeninas dos de las situaciones más candentes en la actualidad?

Pese a todo, los/as analistas destacan que el rol tradicional del hombre, en cuanto a sujeto dominante del espacio social público, está en entredicho. Son cada vez más -afirman- los hombres que cuestionan el modelo actual. Y les lleva a hablar de que ese modelo ha entrado en crisis. Parecen percibir un cierto miedo o inseguridad en los hombres que observan cómo sus privilegios pueden empezar a estar en entredicho. El descrédito cada vez mayor hacia los chistes soeces, el piropeo o a la sobrevaloración de la fuerza física, como elemento de género diferenciador, pueden estar ayudando a generar este ambiente enrarecido hacia la masculinidad tradicional.

Pero no nos confundamos, el avance es costosamente lento. Los hombre tienen miedo a no ser hombres. Calzonazos, nena, mariquita, bailarina… son los peores insultos entre los más jóvenes, que son los que tienen más necesidad de reafirmar y, por lo tanto, de poner a prueba su masculinidad, nos recuerda Nuria Varela ('Íbamos a ser reinas'. Ediciones B, 2017).

Hay que fortalecer, por tanto, los aún tímidos avances de quienes pretenden extender las nuevas masculinidades. No pueden estar solos, luchando como quijotes contra molinos de viento. Se impone, así, que las administraciones trabajen de forma conjunta para acelerar el proceso de creación de nuevas masculinidades. En la jornada citada, Ritxar Bacete, coordinador de la investigación “Images” en Bizkaia, relató algunas medidas que deberían ayudar a los hombres en su lucha por la igualdad de género: el feminismo como fuerza motriz, la incorporación de la mujer al ámbito laboral, el ejercicio de la paternidad comprometida y responsable y el impulso a la creación de los propios grupos de hombres por la igualdad. Todas ellas acciones en marcha que necesitan del apoyo institucional entusiasta para acabar asentándose en el universo masculino.

Otro de los aspectos tratados en la jornada tuvo que ver con el trabajo realizado por distintas organizaciones con hombres maltratadores, presentado por Bakea Alonso-Fernández de Avilés. Tras situar la masculinidad propiamente como un factor de riesgo hacia los mismos hombres violentos (consecuencia en ocasiones de problemas de drogodependencia, fracaso escolar, pobreza severa o de cercanía a muertes violentas o no, aunque no siempre) o hacia las mujeres y los hijos/as (violencia de género, abuso de menores o de paternidad ausente) se plantean dos cuestiones cruciales: reconocer el problema, convertirlo en tema público (se acabó el tiempo de mantener en secreto esa violencia que convertía a la víctima en culpable) e incorporarlo a la agenda política (campañas de sensibilización, asignación de dotación humana y económica).

La primera de las cuestiones –la publificación del problema- estará toda esta semana nuevamente de actualidad, ante la celebración crítica de un nuevo 25N, día internacional contra las violencias machistas. Otra oportunidad -¿cuántas van?- de mostrar la mayor de las contundencias contra una de las terribles lacras que atentan contra los derechos humanos. Una vez más correrán ríos de tinta e imágenes desagradables que nos recordarán el largo y triste camino aún por andar para vencer tal tragedia humana. Una vez más debemos levantar nuestra vez con determinación para insistir en que mientras esta situación continúe descontrolada, no estamos en el camino corrector para consolidar un país libre, democrático y justo.

Debemos persistir en nuestra labor de sensibilización. Lo hace el sindicato CCOO, cuando con inteligencia, ha puesto su mirada crítica en el propio eslogan de la campaña: #VidasNoNúmeros. Son tan recurrentes las noticias sobre violencia contra la mujer que empezamos a mostrar cierta capa de protección ante la desgracia, de insensibilidad ante el dolor ajeno. Parece que llegada esta fecha lo importante es comprobar si el número total de fallecidas es menor o mayor que el de otros años. Y es cierto que las cifras nos hablan de una tragedia humana sin igual: en quince años (2003-2018) cerca de mil personas –exactamente, 953 mujeres y 25 menores, según estadísticas oficiales- han perdido la vida a manos de sus maltratadores en España. Otro dato, también para la reflexión: sólo en el año 2017, el 10 % de las víctimas renunciaron a continuar con las denuncias iniciales interpuestas por violencia contra ellas. La lectura no puede ser más sobrecogedora: 16.464 mujeres no continuaron con el proceso que les aseguraba tutela institucional, atención jurídica, psicológica, acceso a servicios sociales… Un dato a tener en cuenta porque indica que cupo más la influencia personal del maltratador o la social de su propio entorno que las campañas de sensibilización, la educación recibida o el camino de denuncia iniciado y voluntariamente interrumpido.

Pese a todo, la importancia de los datos estadísticos no nos puede hacer olvidar lo fundamental, que cada vida humana segada es el fin de un ser humano con nombre y apellidos, con familia y amistades, con pasado y ya sin presente ni futuro. De ahí la importancia de identificar a las víctimas, de conocer su situación, de dignificarlas como personas y no simplemente como números abstractos, rápidamente olvidados.

Y aquí, como en casi todo lo que tenga que ver con la formación personal, la educación debe dar un paso adelante. Por supuesto, en la celebración crítica del 25N y, sobre todo, en la identificación y eliminación de conductas violentas entre los/as jóvenes que atiende (más interesante por su valor residual a medio-largo plazo).

Cuando leemos datos como el que facilita ONU Mujeres para la conmemoración de este año relativo a que más de 750 millones de mujeres menores de 18 años que viven actualmente en todo el mundo se casaron siendo niñas, nos alarmamos. Pero, rápidamente nos distanciemos con explicaciones donde la cultura, la educación y las costumbres ancestrales tienen su cuota de responsabilidad. Nos sentimos a salvo, quizás, por vivir dentro de una sociedad occidental que ha superado tales prácticas culturales. Pero estaremos equivocados/as si no asumimos que nuestra propia cultura tiene lagunas serias que debemos intentar completar. Un ejemplo: El sistema de seguimiento integral en los casos de violencia de género, dependiente del Ministerio del Interior, tenía registradas 1705 víctimas nacionales menores de edad, chicas entre 14 y 17 años (Varela. Op. cit), de las cuales, 798 menores viven con protección para que 798 hombres jóvenes no continúen maltratándolas.

Jóvenes que están en las aulas y que quedan al margen del apoyo escolar a la hora de encontrar refugio o crítica a sus actos. Jóvenes que viven su vida al margen de la institución educativa, más atentos/as y permeables a las lecciones que les da el mundo extraescolar que a la educación sentimental que deberían estar recibiendo. Jóvenes que no han aprendido en las aulas emociones, dudas, dolor, satisfacción, vulnerabilidad, confianza y empatía porque no está incluido en los currículos oficiales de las respectivas asignaturas de la Enseñanza Secundaria. Y cuando han vislumbrado algo de este mundo de la Educación Emocional ha sido gracias al tesón y la profesionalidad de la docente o el docente de turno, no siempre bien comprendido en su propio claustro.

Volviendo a la pregunta inicial sobre los hombres, me gustaría poder contestar con satisfacción que estamos donde le gustaría a Nuria Varela: junto a las mujeres, obligados a construir un mundo de ciudadanos y ciudadanas equivalentes, iguales ante la ley y con los mismos derechos, incluido el derecho a soñar.

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