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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Cacofonía letal

Usuarios guardan cola para recibir atención primaria en un centro de salud  a 28 de septiembre de 2020.

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El manual de epidemiología de campo de los centros para el control de enfermedades de Estados Unidos (CDC) dice que en una crisis de salud pública debe haber una misma persona que transmita a los ciudadanos los mensajes clave sobre cómo deben comportarse. Esa persona, mejor si es una voz experta en salud pública, debe tener un “objetivo único de comunicación principal” con un mensaje que repetirá al principio y al final de cualquier intervención pública (“abre la ventana”, “no comas en espacios interiores”, “lávate las manos”, “no te quites la mascarilla”). 

Lo esencial es que esa persona sea transparente: que explique la situación con claridad, sin jerga y sin eufemismos, y que incluya detalles sobre lo que sabemos y también sobre lo que no sabemos. Cuanto más breves y más concretos sean los anuncios, mejor. 

El manual también recomienda mostrar empatía e incluir unas palabras recordando a las personas que más están sufriendo o a los fallecidos. 

El New Yorker lo recordaba en primavera en un artículo sobre los fallos de Nueva York, que desde entonces ha corregido con mucho éxito (especialmente en una ciudad tan grande, tan compleja y tan desigual). Otro ejemplo de fracaso es la comunicación de Donald Trump, que ha acaparado cámaras, criticado a sus propios expertos científicos y dado información falsa y caótica a lo largo de la pandemia. 

En España, durante la primavera, se siguieron los principios de comunicación que recomienda el manual del CDC. El presidente Pedro Sánchez salió a hablarnos un poco más de la cuenta (y sin duda mucho más tiempo del deseable para mantener la atención en cada comparecencia), pero en general la explicación de la epidemia siempre dependía de Fernando Simón y del ministro de Sanidad, que adoptó un tono de distancia y frialdad más parecido al de quienes no son políticos y que repetía una y otra vez los consejos básicos de distancia, mascarilla y lavado de manos.

Mientras la desastrosa gestión de recursos sanitarios públicos desde el verano ha vuelto a provocar una explosión de contagios, hospitalizados y muertos sin parangón en Europa a estas alturas del año, la comunicación se ha convertido en otro ejemplo de cómo empeorar una epidemia. 

Políticos mintiendo sobre datos epidemiológicos (Casado y Ayuso sin pudor y sin miedo a las consecuencias de sus palabras), múltiples voces a la vez, personas que no saben completar una frase con sentido, palabrería antes de enumerar las medidas. El Estado autonómico ha mostrado su cara más ineficaz e incluso peligrosa, y no sólo por la comunidad que es el centro de la pandemia en Europa y cuyos gobernantes muestran su rebeldía con sus actos. La cacofonía y el depender de quién te toque al frente de un ayuntamiento o una comunidad autónoma dificulta no sólo la aplicación de las medidas sino su comunicación.

La gestión de una epidemia es una responsabilidad colectiva y las personas que viven en España ya han demostrado que si hay explicaciones e instrucciones claras son más capaces de entenderlas y ponerlas en prácticas que en otros países. Pero si faltan medidas o si esas medidas contradicen los mensajes, el control de la epidemia es cada vez más difícil. Y en España faltan ahora mensajes más claros y medidas coherentes con esos mensajes. 

Ahora sabemos que las vías más frecuentes de transmisión del virus son las gotas que expulsan las personas al hablar (y todavía más al gritar o cantar) y que además se pueden quedar concentradas y seguir contagiando en espacios cerrados aunque estés a varios metros de esas personas. Por eso, lo más peligroso es estar en espacios interiores sin mascarilla con personas infectadas que estén o que hayan pasado por allí. El mensaje está claro, pero los espacios interiores de bares, restaurantes, óperas y teatros siguen abiertos incluso en los lugares donde hay niveles de contagio récord, como en Madrid, Navarra y Murcia. 

Faltan medidas, faltan mensajes. Si no se acompasan con orden, es difícil controlar este reto. A estas alturas deberíamos saber qué hacer y qué no hacer.

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