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Canción triste de Downing Street

El primer ministro, Rishi Sunak, durante el anuncio de la fecha de las elecciones generales este miércoles en Downing Street.

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Mientras Rishi Sunak anunciaba este miércoles empapado bajo la lluvia la esperada fecha de las elecciones generales, sonaba a todo trapo Things Can Only Get Better, que fue la canción de campaña de Tony Blair en 1997. Un conocido activista anti-Brexit la puso en la calle junto a Downing Street en sus altavoces hasta que la lluvia los fundió. Llevaba un paraguas con la bandera europea y se quedó contento de que se hubiera escuchado tanto la canción en el momento fundamental.

Pero toda la escena tenía un toque decadente y tristón que casi hacía olvidar el mensaje animado de la canción. Sunak hablaba en tono bajo, con cara contrita mientras se le pegaba el traje por el agua, y la música era más bien ruido difícil de distinguir.

La canción de 1993 del grupo pop D:Ream, liderado por un cantante norirlandés, le encantó a Blair por el mensaje positivo de cambio después de 18 años de gobiernos del Partido Conservador. Cuadraba con el aire moderno que le quería dar al Partido Laborista y que poco tenía que ver con el himno habitual hasta entonces del siglo XIX, The Red Flag. “Las cosas solo pueden ir a mejor ahora que te he encontrado”, según dice la letra, era el himno con el que los votantes abrazaron de nuevo el laborismo y sobre todo un espíritu esperanzado con las promesas que hoy miramos entre la nostalgia del optimismo y la decepción de parte de lo que pasó después. Ahora parece un espejismo, pero fue el tiempo de Cool Britannia, la tercera vía, la idea de que nadie estaría desempleado y tendría un trabajo o un plan de estudios, el fin de las clases en un país obsesionado con ellas, la paz en Irlanda del Norte, la revolución de Internet y tal vez la integración en la zona euro. 

El vídeo de campaña de Blair con Things Can Only Get Better lo dice todo. El spot llama la atención por toda la gente contenta que muestra. Un país soleado, con votantes que llevan globos multicolores, en patines, con flores, camisas y pelos de colores llamativos. También un mundo de papel, grapadoras y periódicos en el felpudo sin móviles ni redes sociales. 

El próximo 4 de julio se avecina, según los sondeos, un cambio de gobierno parecido. De hecho, según algunas encuestas, la victoria del líder laborista, Keir Starmer, incluso puede ser por un margen tan grande como el de Blair en 1997. Pero, pase lo que pase, la diferencia del estado de ánimo del país es abismal. Sólo comparando el vídeo de campaña de Blair con el que publicó Starmer unos minutos después del anuncio de Sunak ya hay pistas de la depresión del país. Las imágenes en blanco y negro de calles destartaladas y mensajeros quejándose del precio de las cosas reflejan tan bien el panorama como la foto que nos dejó Sunak calado y con cara triste en su anuncio, que el Partido Laborista también utilizó. 

El Reino Unido de 2024 es un país aislado de sus socios comerciales y vecinos naturales por el Brexit, marcado por las huelgas de cada semana, incapaz de construir un tren de alta velocidad, de que sus habitantes no pillen una infección por bañarse en el río o el techo de sus escuelas y hospitales no se caiga a trozos. Un país donde si se rompe un bolardo de la calle ahí se queda durante semanas sin que nadie lo retire ni lo reemplace (anécdota personal).

El entusiasmo por Starmer es reducido -Blair era mucho más popular en 1997-, pero el descontento con todo lo que hace el Partido Conservador ahora es tan grande que el laborista tiene fácil ganar. Sunak es uno de los líderes más impopulares en liderar un partido en el Reino Unido en décadas, sólo superado por Jeremy Corbyn en el Partido Laborista, según los datos de la encuestadora Ipsos. Y la decepción ciudadana es tan grande que la promesa de que las cosas sólo pueden ir a mejor hace intuir una mejoría muy marginal. Starmer ya ha tenido que dar marcha atrás en algunos de sus planes porque no habrá dinero público para hacer lo más urgente para sostener los servicios esenciales y a la vez desplegar proyectos más ambiciosos. 

El optimismo de los años 90 no era vacío entre el crecimiento económico, el progreso de la democracia con la explosión del número de países con elecciones libres y libertades civiles, y los avances de la tecnología. Pero el legado de los 90 fue también más desigualdad y la desregulación que estalló una década después y dejó marcas indelebles de sufrimiento y decepción. 

Ahora se puede echar de menos ese mundo más lento y analógico y ese optimismo difícil hasta de fingir en un 2024 marcado por la guerra, las secuelas de la pandemia y el desasosiego de líderes mediocres y populistas. Por otra parte, en realidad, es cierto que las cosas sólo pueden ir a mejor. Al menos en el Reino Unido. 

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