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Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

No todos son iguales

Una persona distribuye unas pegatinas que dicen "Yo voté", que se entregan a las personas tras votar en la puerta de un centro de votación en Miami, Florida (EEUU).

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Antes de las elecciones de 2016 una afirmación habitual entre algunos votantes identificados con la izquierda en Estados Unidos era que no habría tanta diferencia entre Donald Trump y Hillary Clinton. Esa percepción sin duda contribuyó al triunfo de Trump. 

Después de cuatro años de Trump en la Casa Blanca, esas voces, igual que los candidatos de terceros partidos, son muy marginales en Estados Unidos. Pero se siguen escuchando en otros países, también en España, donde se mezcla la falta de conocimiento de los detalles de estos cuatro años y el anti-americanismo habitual en Europa. 

El Gobierno de Donald Trump ordenó separar a niños de sus padres migrantes y encerrarlos en jaulas en hangares. Como política disuasoria y sin necesidad de que hubiera ninguna sospecha de que no había vínculo familiar: “Tenemos que llevarnos a los niños. Sin importar lo pequeños que sean”, dijo el fiscal general, Jeff Sessions. La presión hizo recular al Gobierno de Trump, que ahora sigue sin localizar a los padres de más de 500 niños separados de sus familiares deportados. 

Sí, el Gobierno de Obama detuvo y deportó a centenares de miles de inmigrantes. También el de Bush. Pero ambos priorizaron los casos de personas adultas con antecedentes y ni uno ni otro utilizaron a los menores como arma despiadada para desincentivar las llegadas. 

Trump ha hecho de su presidencia un negocio personal. Desde que tomó posesión en enero de 2017, el presidente ha utilizado su cargo para gastar el dinero de los contribuyentes en beneficio de sus hoteles y otros negocios. Ha logrado así al menos ocho millones de dólares, según la información pública disponible que ha recabado el Washington Post. Por ejemplo, se ha alojado, con su equipo, más de 280 veces en sus propiedades, facturando al erario miles de dólares por noche o incluso tres dólares por vaso de agua. También ha facturado muy por encima del máximo permitido a los mandatarios extranjeros (hay límites sobre cuánto dinero puede recibir un gobernante de alguien de fuera de Estados Unidos). 

Sí, otros presidentes beneficiaron a empresas amigas con sus políticas de expansión militar o cambios en la regulación. Y esto también lo ha hecho Trump, de manera más ostentosa. Pero en la era moderna nunca había existido una presidencia con ánimo de lucro.

Trump no es el primer presidente que manipula o incluso miente a la opinión pública pero es el primero que ha pronunciado más de 20.000 afirmaciones falsas o abiertamente manipuladoras

Trump no es el responsable de desigualdades endémicas ni de siglos de racismo embebidos en la compleja fundación del país. Pero no habíamos visto a ningún presidente llamar a un grupo neonazi a que se calme y permanezca alerta. 

Desde las políticas xenófobas contra los asiático-americanos de hace más de un siglo o los campos de concentración de japoneses de los años 40, no hay precedente de nada parecido a la retórica de Trump contra los estadounidenses no blancos o de distintos orígenes nacionales. Cuesta encontrar a un presidente que llamara violadores a los mexicanos que cruzan la frontera del país. 

También ha habido otros presidentes que han perseguido, amenazado o destituido a los servidores públicos que se atrevían a contradecirlos, pero en el siglo XX o XXI no hay un ejemplo de desprecio tan grande hacia las instituciones. 

Cuando Richard Nixon perdió por la mínima en las elecciones presidenciales de 1960 contra John F. Kennedy entre sospechas creíbles de fraude por parte de la campaña demócrata, el republicano tuvo la tentación de cuestionar el resultado. Pero no lo hizo porque quería evitar una crisis constitucional. Años después, cuando se enfrentó al impeachment, Nixon, con pocas opciones de supervivencia, dimitió para ahorrarse el trauma y ahorrárselo a la nación.

Los de Trump son unos pocos ejemplos de estos cuatro años donde los detalles de cada día han sido difíciles de seguir incluso para los estadounidenses más informados. Aquí hay muchos más ejemplos. A Europa a menudo han llegado los momentos más estrafalarios de la presidencia de Trump, pero no necesariamente los más graves. 

Esta semana, en un coloquio en remoto con un grupo de Chicago que incluía miembros del Departamento de Estado, la NASA o la Universidad de Harvard, me preguntaron si en Europa había conciencia de hasta qué punto la democracia estadounidense estaba en peligro. 

Mi respuesta fue que no. Y que aun así, en contra de su percepción, sus instituciones y sus valientes servidores públicos han aguantado mejor de lo que se podría imaginar en las mismas circunstancias en casi cualquier país europeo. Así lo creo, pero es difícil saber si seguirá siendo verdad en caso de que Trump siga otros cuatro años en la Casa Blanca. 

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