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Coronavirus: la necesidad de articular las medidas colectivas con la responsabilidad individual

El lavado de manos es el gesto más importante para evitar el contagio.

Javier Padilla

Médico de familia —

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La llegada de la epidemia del virus SARS-CoV-19 se ha acompañado de dos mensajes difíciles de entender para parte de la población: por un lado, una llamada constante a la calma y la tranquilidad para evitar la alarma social; por otro lado, la implantación de medidas de un calado creciente que han llegado a cerrar los centros educativos en algunas Comunidades Autónomas durante, de momento, dos semanas. Cómo conjugar estos dos mensajes y cómo conciliar la importancia de las medidas tomadas por las instituciones con las acciones llevadas a cabo por las personas individuales es donde radica el éxito de la respuesta a la epidemia.

Las medidas de salud pública en situaciones de nuevas epidemias se desarrollan en un entorno de alta incertidumbre en el que se ha de compatibilizar la necesidad de no llegar tarde con las medidas implantadas junto con la exigencia de no llegar demasiado pronto por las repercusiones sociales y económicas que esto puede suponer. A día de hoy, las medidas tomadas sobre la población tienen el objetivo de contener la infección para que el sistema sanitario no se sature y la población que lo necesite pueda recibir la asistencia sanitaria precisa en el tiempo y forma adecuados.

Dicho de otra forma, para el sistema sanitario no es lo mismo recibir 5000 casos en cinco días que recibirlos en tres semanas; este espaciamiento de los casos y la ralentización de la transmisión intenta hacer que la curva de nuevos casos caiga dentro de la capacidad del sistema sanitario de dar una respuesta adecuada, puesto que se ha visto que la disponibilidad de servicios sanitarios adecuados se correlaciona con una menor mortalidad por este virus.

Los servicios sanitarios van a llevar a cabo (ya lo están haciendo en muchas Comunidades Autónomas) medidas relacionadas con la suspensión de cirugías programadas, la cancelación de consultas o la preparación de algunas unidades para que puedan funcionar como unidades de cuidados intensivos; los centros de salud disminuirán su actividad programada y se centrarán en tratar de dar respuesta a las personas con sintomatología respiratoria, tratando de que el sistema no colapse para que las personas con otras enfermedades, que no se toman vacaciones por la epidemia -infartos, meningitis,...-, no sufran los efectos secundarios de la saturación del sistema.

Sin embargo, las medidas que se tomen desde las instituciones no bastarán para frenar la expansión de este coronavirus si no se acompañan de un fuerte compromiso de cada uno de los miembros de la sociedad para evitar su propagación. Las alertas de salud pública, especialmente con el nivel de incertidumbre que manejamos en este caso, nos enfrentan a una situación en la que es necesario que todas las personas de la sociedad asumamos restricciones (laborales, sociales,...) con el objetivo de proteger a las personas que se encuentran más desprotegidas ante una posible infección (personas mayores y personas enfermas).

Este compromiso con la colectividad es lo que debe hacer que se conviertan en el centro de nuestra actividad diaria estos días acciones como la frecuente higiene de manos (que no es una banalización de la prevención, sino el firme reconocimiento de que nuestras manos son el principal vehículo de contagio de la infección), la limitación del contacto social si se tiene algún síntoma de infección respiratoria, el mantenimiento de una distancia de 1 metro -especialmente de gente con síntomas de infección respiratoria- o evitar situaciones de aglomeración.

Por último, además de todas las medidas comentadas, es necesario señalar que la capacidad del sistema para dar la respuesta necesaria ante las infecciones por coronavirus no es una condición natural y prefijada, sino que es el resultado de las acciones políticas y de gestión de los años previos. Esto, además de como análisis para entender la capacidad actual del sistema de dar respuesta, debe servir como lección que aprender cuando toque mirar hacia atrás y evaluar qué hemos podido hacer y de qué forma afrontaremos futuras epidemias.

La transmisión de un mensaje artificialmente tranquilizador, de forma repetida, puede hacer que la población no tome conciencia de la magnitud del problema y, sobre todo, del importante peso que sus acciones a nivel individual tienen a la hora de contener la epidemia, o bien puede desensibilizar a la gente frente a la legitimidad de los mensajes que recibe. Por ello es importante insistir en la importancia de que todas y todos nos involucremos para que quienes más necesitan de la acción de la sociedad y las instituciones, las personas mayores y las enfermas, puedan verse protegidas.

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