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Franco no debe salir de donde está, porque ayuda a no olvidar

Una mujer junto a la tumba del general Francisco Franco, en el Valle de los Caídos / EFE

Rubén Regalado

Periodista —

“Mira, ese es uno de los mayores hijos de puta de la historia de España”. Fue la primera vez que escuche a mi padre hablar así de alguien. Yo debía tener 13 o 14 años. Frente a nosotros, en la sección de embutidos del Carrefour de Las Rozas, Antonio Tejero. Sabía quién era y lo que había hecho y desde luego que me parecía un hijo de puta. Tenerlo allí delante, sin embargo, me hizo ser mucho más consciente de que aquel, “Se sienten, coño”, había sido real.

Me pasó algo parecido la primera vez que visité El Valle de los Caídos, y me ha pasado siempre que he vuelto. Siempre que he entrado en esa cripta he sido mucho más consciente de que todo lo que he leído sobre el genocidio franquista es cierto.

Es la basílica de Cuelgamuros un lugar oscuro y frío, que contrasta con la belleza de la Sierra de Guadarrama. Entrar en ese túnel después de contemplar la gigantesca y megalómana cruz recortada contra la montaña me provoca siempre una sensación de desasosiego que se dispara al llegar frente a la tumba del dictador.

Frente a esa losa es más fácil entender el dolor de las víctimas. Frente a esa losa se entiende mejor lo hortera, megalómano y asesino que fue aquel señor bajito que nos sumió en la oscuridad. Frente a esa losa sabes, sin lugar a dudas, que todo lo que te han contado de la guerra civil y el franquismo es cierto.

Por eso creo que Franco no debe salir de donde está. Porque ayuda a no olvidar. Porque saber que ahí reposa el responsable tanto dolor multiplica los sentimientos. Indigna, sí, pero esa indignación ayuda a entender.

A más a más, sacar a Franco de Cuelgamuros supondría, de alguna forma, cumplir su última voluntad. Hay cierto consenso entre los historiadores sobre que Franco no pidió ser enterrado ahí. Si se le traslada al panteón familiar, se le permitiría descansar junto a su familiares, algo que se ha negado durante décadas a miles y miles de víctimas inocentes. No es justo.

Enterrar a Franco en su panteón podría provocar, además, que se organizasen allí homenajes a su figura. Algo que hoy está prohibido, por ley, hacer en El Valle de los Caídos.

Por último, mantener al dictador donde está nos recuerda el papel central que la Iglesia Católica jugó para apuntalar el franquismo. El Valle de los Caídos es una basílica y la Iglesia nunca ha mostrado su rechazo a albergar allí los restos de Franco. Es algo que tampoco se debe olvidar.

Con Franco en la cripta, eso sí, habría que cambiar el significado del monumento y convertirlo en un espacio de memoria, en el que se explique el genocidio cometido durante la guerra civil y la represión del franquismo. Habría que identificar los restos de los 33.833 cadáveres que fueron trasladados al Valle sin permiso y permitir a sus familiares darles sepultura como crean conveniente.

En todo caso, todo lo que se haga debe ser siempre para dar respuesta a las demandas de las víctimas. Ellas piden que Franco salga y parece que así se hará. Bienvenida sea, por tanto, la paz que, por fin, se les va a dar.

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