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Hackear la risa: el humor como arma feminista

Clara Serra

Responsable del Área Estatal de Igualdad, Feminismos y Sexualidades de Podemos —

¿Por qué cuando viajamos a otro país solemos no entender los chistes? No es una deficiencia lingüística, podemos hablar perfectamente el idioma. Da igual, entiendes todo, pero mientras todos se ríen tú, sencillamente, no lo pillas. Por eso se habla del humor inglés, no del humor “en inglés”. Dominar otro humor es una de las fases más avanzadas del dominio de otro idioma. Porque significa que se ha logrado asimilar su sentido común, todas esas creencias, presupuestos y cosas dadas por sentadas propias de ese lugar, de esa comunidad de hablantes. El humor es un juego con presupuestos culturales, con elementos del sentido común que comparten quienes cuentan y se cuentan las bromas o los chistes. Forman parte de esos presupuestos compartidos los clichés sobre los ingleses, los franceses y los españoles, los catalanes, los de Lepe y, por supuesto, sobre las mujeres.

El humor no es políticamente imparcial, y no lo es porque no sólo exige que existan y se conozcan esos presupuestos culturales sin los cuales las cosas no tienen gracia sino que al utilizarlos los consolida, los afianza como cimientos del sentido común. El humor necesita de un sentido común compartido y, a la vez, genera y consolida una imagen del mundo. Y ojo, un chiste es mil veces más efectivo que un buen argumento. Porque un argumento puede producir demostración, pero un buen chiste produce una de las cosas que nos resultan más agradables: la risa. Es más, la risa compartida. Un chiste es un arma de convencimiento masivo y un generador de ideología y es, además, un mecanismo de socialización, una manera de producir comunidad y tribu. Reírnos en común genera lazos y vínculos y pocas cosas son más apropiadas para definir quiénes son “los nuestros” que aquellos con los que nos reímos en común.

Muchos habremos experimentado esa sensación de encontrarnos en un ambiente en el que no podemos reírnos con quienes tenemos al lado, a mí me ha pasado cuando, por azares de la vida, he coincidido con gente de mi edad que vota al PP. En más de una ocasión he podido comprobar que su universo irónico y el mío son simplemente irreconciliables y que me resultan como extraterrestres. Y bueno, casi todos sabemos que las bromas de quienes tenemos ideológicamente lejos no son las nuestras, eso nos pasa a todos. Ahora bien, algunas y algunos experimentamos mucho más habitualmente que otros eso de sentirnos solas mientras otros se ríen. Porque algunos y algunas nos vemos mucho más a menudo que los demás ante situaciones en las que no nos sentimos en casa cuando otros afianzan su tribu. ¿A quiénes nos pasa esto? Esto nos pasa a los maricas que no pueden reírse con las bromas del vestuario del equipo de fútbol o del bar de la oficina, nos pasa a las bolleras a las que nos les hacen gracia los chistes del recreo del instituto y nos pasa a las mujeres, nos pasa a todas las que nos sentimos expulsadas, las que no nos sentimos cómodas cuando algunos compañeros de trabajo -¡y algunos compañeros de grupo de amigos, de espacios de militancia y de partido!-, hacen chistes con los que nos quedamos fuera.

No es de extrañar que quienes hemos sido excluidas del empleo, la política o los derechos civiles, estemos especialmente excluidas del humor. Porque el humor, como la historia, lo escriben los vencedores. De hecho si hay un lugar en donde rastrear quiénes han sido los amos de la historia, ese lugar son los chistes. En nuestro mundo actual la mayoría social ya no se autodefine como racista, homófoba o machista, pero la mayoría hacemos y reímos chistes con los que habilitamos para el machismo y la homofobia un espacio donde pueden seguir circulando con carta blanca. Continúa existiendo un lugar donde caricaturizar y humillar a los “maricas”, las “tortilleras” o a las “nenazas”: los chistes.

¿Cómo no iba a jugar un protagonismo central el machismo en un humor que solo reproduce el lugar común y el cliché como es el humor viejuno de José Luis Moreno o Jorge Cremades? Ahora bien, aquí la pregunta es: ¿Y nosotras qué hacemos?

Podemos enfadarnos, tenemos todo el derecho a ello, tenemos derecho a la rabia. Y no solo es una cuestión de derecho, a veces lo más efectivo es mostrar seriedad allí donde alguno espera encontrar nuestra dócil sonrisa complaciente. Es verdad que nos educaron para sonreír, pero ojo, no nos educaron para ser nunca las dueñas de la risa de los demás y por eso el humor, normalmente al servicio del poder, tiene que ser un terreno a reconquistar por nosotras.

“Quien ríe el último ríe mejor”, dice el dicho popular y es que eso de la risa siempre está ligado a eso del poder. Nosotras sabemos muy bien cómo de incómoda es esa posición en la que nos vemos las mujeres cuando somos objeto de bromas de las que no podemos reírnos, pero ante las que irse o enfadarse son salidas igualmente insatisfactorias. Quien ríe tiene el poder y a quien lo tiene le gusta recordar y evidenciar que es el dueño de la risa y que por debajo suyo están quienes no pueden reírse. Hace poco oíamos a un alcalde del PP hablar de las feministas como mujeres enfadadas, rabiosas y amargadas. En realidad esa caricatura es muy antigua, existe desde que las mujeres peleamos por nuestros derechos y es una caricatura del poder y al servicio de quien tiene el acceso privilegiado a ese instrumento del poder que es el humor. Pero no hace falta tener al lado al alcalde de Alcorcón para ser tratada como una feminista enfadada por compañeros que reafirman su identidad masculina con bromas que consisten en dejarte fuera de la posibilidad de reírte con ellos. A todos los camaradas y colegas que lo hacen, y que siempre que cuentan un chiste sexual (sea o no sexista) tienen que apuntillar que hay una feminista presente en la sala (hola, compañeros de Podemos), les diría que reflexionen seriamente sobre esto si quieren –deberían- que nada les ligue a un lamentable alcalde del PP.

Pero, volviendo a lo nuestro, quería decir que no hay mayor hackeo feminista que el de hackear el humor, porque, aunque el humor suela ser un arma de los poderosos, la risa no está perdida, la risa está en disputa y el humor puede ser un arma feminista. Esto, además, nos lo han enseñado algunas compañeras de viaje que han puesto en práctica un humor contra hegemónico como han hecho y hacen algunas feministas y como se ha hecho tantas veces contra la homofobia. Los maricas, las bolleras y el colectivo lgtbi se ha reído, y mucho, del cuñadismo heterosexual ¡y vaya si eso ha construido hegemonía alternativa!

Las feministas, en nuestra tarea contra hegemónica, tenemos que construir un sentido del humor alternativo. Por eso es políticamente fundamental el trabajo de todas esas cómicas, youtubers y tuiteras que disputan la risa día a día, con ironía e inteligencia, a quienes solo saben usar el humor para reforzar el mundo del pasado.

Para saber cómo de efectiva es una estrategia no viene mal preguntarse cuánto miedo infunde. Y los hombres machistas no tienen miedo a que nos enfademos con ellos. No temen que nos quedemos serias cuando cuentan su chiste, o que nos vayamos, no les preocupa ser machistas en el terreno de las bromas. Al contrario, eso los pone en una situación que les encanta, que es su lugar natural de exhibición y que buscan activamente. Los hombres machistas no tienen miedo a una mujer enfadada, pero tienen terror a una cosa: a que hagamos chistes más graciosos que ellos, o, lo que es más preciso, a que ellos sean el objeto de la broma. El humor es el mejor caballo de Troya, por eso hagamos mucho humor feminista. Riámonos las últimas y, sobre todo, riámonos mejor.

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