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Liderazgo de la juventud, imprescindible para transformar España

Jóvenes caminando, en una imagen de archivo.

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Agradezco a mis padres que me educaron en el esfuerzo, el trabajo y la humildad; y en el respeto a mis mayores. Hoy esos valores me inspiran en la importancia de preservar la vertebración entre generaciones como garantía de la igualdad de oportunidades. Entre otros motivos, porque el futuro de España pasa por el talento y la capacitación de las personas más jóvenes. Y uno de los principales retos que tenemos como país estriba, precisamente, en dar cobertura a una juventud plena, emancipada e independiente. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, lo ha expresado con claridad desde el principio de la legislatura: la juventud reclama oportunidades y este Gobierno va a dárselas.  

El Día Internacional de la Juventud, que se conmemora hoy, nos permite recordar que la cohesión intergeneracional, indisociable de la cohesión social y territorial, ha sido clave para materializar el éxito colectivo en la historia reciente de España. Desde la empatía de quien, por edad, se siente aún cercana a la experiencia de las mujeres y hombres jóvenes, confieso que me marcó el hecho de disfrutar de oportunidades que mis padres y abuelos nunca tuvieron en una región, Castilla-La Mancha, en la que yo misma tuve el privilegio de ser directora general de Juventud. 

Tengo muy presente lo que para mí representó, gracias al despliegue del sistema autonómico, el acceso a la universidad. No solo como un proceso de aprendizaje y de formación académica, sino como una palanca para hacer efectivo el ascensor social. Pertenezco a una generación que ha podido cursar estudios superiores en un país como España, que ahora dispone de medio centenar de universidades públicas. Esto parece una obviedad, pero no lo era hace tan solo unas décadas, en las que el acceso a estudios terciarios estaba vetado en función de la renta o de la clase social en la que tuvieras la suerte de nacer.

La equidad, por tanto, debe seguir siendo un elemento clave en las políticas transversales dirigidas a la cohesión intergeneracional. Este es un axioma que el Gobierno tiene muy claro no solo fruto de profundas convicciones soldadas a la defensa del Estado de Bienestar, sino por una elemental razón pragmática: si unimos todas las fuerzas de las distintas generaciones y el impulso de las más jóvenes lograremos los avances que deseamos. 

Justo por eso comprendo en toda su dimensión las preocupaciones de una juventud golpeada por tres crisis, desde la de hace una década a la desatada a raíz de la invasión de Ucrania por parte de Rusia pasando por la pandemia. El grueso de los problemas de la juventud entronca con el desempleo y la precariedad laboral. Y es evidente que estos factores han incrustado en la psicología colectiva una sensación de desesperanza y de carencia de expectativas hasta el punto de considerar que la juventud de ahora no dispondrá de más posibilidades que las que disfrutaron sus padres. 

Desde el reconocimiento a las dificultades del presente, combato esta idea. Sencillamente, porque no es cierta. Me niego a asumir la máxima de que esta generación no va a vivir mejor que sus progenitores. Y defiendo sin ambages la importancia de las instituciones a la hora de velar por los más jóvenes. 

Amelia Valcárcel, una de las voces más representativas de la lucha por la igualdad, suele hacer hincapié en el concepto de liderazgo para alentar a la juventud a afrontar su propio futuro en un mundo siempre complejo y en tránsito. La realidad de este colectivo será la que determinemos entre todos y todas. Pero necesitamos liderazgos para encarar los desafíos globales que hay por delante. Liderazgos para transformar, no solo para que alguien nos siga. 

Durante esta legislatura estamos haciendo una apuesta por la intervención de lo público para proteger a las clases medias y trabajadoras, y para afrontar una transformación del aparato productivo que pasa por la ciencia, el talento y la innovación. Estamos hablando de un proyecto de luces largas que va a protagonizar la juventud de hoy y también la del mañana. Por eso el Plan de Recuperación sitúa la justicia intergeneracional como un objetivo preferente para alcanzar un modelo económico y social sostenible.

Según la encuesta 'El futuro es ahora' (2021), la mitad de la juventud española está de acuerdo con la afirmación de que España es un país avanzado en la reducción de las desigualdades. Este Gobierno tiene muy presente que el futuro de nuestro país pasa por atender los problemas y las necesidades de la juventud. De ahí la adopción de medidas, dentro del plan nacional de respuesta a las consecuencias de la guerra en Ucrania, como la limitación de la subida del alquiler o la bonificación al 100% de todos los abonos en Cercanías, Rodalies y media distancia.

España está siendo capaz de liderar un cambio en la Unión Europea para afrontar la crisis de una manera distinta a la de 2008. Las recetas para el ‘crack’ de hace una década fueron paliativas, coyunturales y cortoplacistas. La tasa de desempleo juvenil llegó a ser del 55% en nuestro país en el segundo trimestre de 2013, lo que provocó un éxodo de jóvenes para encontrar trabajo en el exterior.

Ahora hemos decidido convertir las políticas para la juventud en política de Estado. No solo haciendo frente a las turbulencias del presente, sino manteniendo la senda de modernización trazada. Estamos liderando una revolución de lo público y lo privado, a través de los fondos de recuperación y de planes estratégicos como los del sector aeroespacial y el de los semiconductores, que se traducen en empleos de calidad y que generan oportunidades de vida. 

Como resultado de esta apuesta modernizadora y de la aplicación de la reforma laboral, la última EPA ha certificado una mejora sustancial en la contratación de los jóvenes. De hecho, uno de cada dos contratos que se han creado son para este segmento de la población. Esto no había pasado nunca en nuestro país. En tan solo 15 meses hemos reducido la tasa de paro juvenil más de diez puntos. Y nunca en la historia se había creado tanto empleo indefinido, lo que contribuye a que los jóvenes puedan emanciparse. 

A ello se suman dos conquistas de calado. Por un lado, la determinación con la que hacemos efectivo el derecho a la vivienda, tanto con una nueva norma en la materia como con medidas como el Bono Alquiler para jóvenes de hasta 250 euros al mes durante dos años. Por otro, la subida del salario mínimo hasta 1.000 euros, que es una cifra por la que mi generación peleó duramente. No nos conformamos. En otoño, el Consejo de Ministros abordará la subida del SMI para que alcance el 60% del salario medio. 

Las nuevas leyes de Universidades, de Educación y de Formación Profesional, además de potenciar el sistema público de enseñanza a todos los niveles, adecúan los niveles de cualificación de la población activa a las necesidades de los sectores productivos. Con una novedad sin precedentes: el alza de las becas hasta más de 2.000 millones de euros, que se añade a una beca complementaria de 400 euros hasta final de año para alrededor de un millón de estudiantes. “Todas las cosas son imposibles mientras lo parecen”, sostenía Concepción Arenal. En esta materia, ya no es imposible lo que hasta hace unos años lo parecía. A más becas, más oportunidades y más igualdad. 

Con ello no quiero obviar los retos pendientes para nuestros jóvenes. Hay que salir de la crisis mejor de lo que se entró en ella, con una economía y un Estado de Bienestar más prósperos, sostenibles y resistentes que antes. Y los pilares de esta transformación, como la educación, la transición ecológica o la industria digital, son clave para el pegamento social que supone blindar el futuro de la juventud. Pertenezco a un Gobierno inconformista que está esperanzado en una generación que va a conseguir vivir más feliz de lo que lo hayan hecho nuestros padres. Es algo que dependerá de nosotros y de nosotras. Dependerá de vosotros y vosotras, la juventud española. Sois imprescindibles y necesitamos contar con vosotros para transformar España. Nada está escrito.

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