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¿Y si la pandemia la hubieran gobernado las derechas? Una distopía

Pablo Casado durante la cumbre del EPP telemática, en la sede de Génova

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Hace unos meses, Pablo Casado manifestaba que lo que hiciera la presidenta Ayuso con la pandemia en Madrid sería lo que, en caso de poder gobernar, haría el PP en toda España. No sé si hoy con los datos actuales de Madrid como farolillo rojo en Europa y la crisis crónica de su gobierno de coalición sería el ejemplo a seguir para alguien.

Tan solo ver lo que está ocurriendo ahora en la segunda ola pandémica, con un gobierno con posiciones enfrentadas, entre el preacuerdo defendido por Ciudadanos y la declaración, de nuevo en rebeldía contra las medidas de aislamiento del estado de alarma declarado in extremis por el gobierno central, y una relación conflictiva con los técnicos y los sanitarios que ha provocado un rosario de discrepancias y dimisiones provoca cuanto menos la alerta, sino la alarma sobre las consecuencias de una gestión conservadora de la pandemia en España.

Alguien podría preguntarse si con los datos de incidencia acumulada y de mortalidad que hemos sufrido, a lo largo de la primera y segunda ola de la pandemia, todavía hubiera sido posible un resultado aún peor. Y aunque es cierto que los márgenes de gestión son más estrechos de lo que creemos, la alternativa de una gestión basada en la inmunidad de rebaño a la sueca o de una estrategia errática como la británica y no muy lejana al supuesto del negacionismo de Trump, podría ser sin lugar a dudas mucho peor.

Además, en la hipótesis más probable de que las derechas formasen gobierno, lo tendrían que hacer con el apoyo ineludible de nuestra extrema derecha negacionista, a la que han subordinado su estrategia de oposición. Como en otras instituciones locales y autonómicas, hubiesen pactado el programa y hoy compartirían el relato y los prejuicios negacionistas junto a la inmunidad de rebaño, como ya ocurre en particular en la Comunidad de Madrid.

La gestión de Casado sería una mezcla explosiva con las contradicciones de Boris Johnson y a medio camino del disparate de Trump, Orbán y Bolsonaro. Tanto en su negación al principio de la emergencia sanitaria, como después en relación a su rechazo a las medidas de confinamiento y más tarde con respecto a la precipitación en la desescalada y la posterior negativa al reforzamiento de los recursos de rastreo y atención primaria y ahora, en la segunda ola, primando la economía y relegando de nuevo la estrategia de contención y mitigación ante la evidencia del descontrol y la transmisión comunitaria.

Por descontado, no se parecería a la gestión de sus homólogos en la UE: a Merkel, Comte o Macron que han ido de la mano de los expertos en salud pública desde la contención a las medidas de confinamiento y control y que también han rechazado los intentos negacionistas y economicistas de sus respectivas oposiciones de extrema derecha, y asimismo la ofensiva del presidente Trump contra las alianzas promovidas por la OMS y la alianza COVID para la investigación y distribución justa de las vacunas.

Hay dudas sobre lo que hubiera dicho sobre el origen del virus cuando empezó todo. Sobre su origen en la guerra biológica, o si lo hubieran denominado también el virus chino como Trump. O quizá la prudencia europea quedase restringida al mero reproche a la tardanza en la alerta por parte de las autoridades chinas como una muestra más del carácter totalitario del comunismo chino.

Lo que seguramente mantendría es la premisa populista sobre la responsabilidad de China en la alerta inicial y el silencio cómplice de la OMS, en línea con Donald Trump, para con ello volver al prejuicio anticomunista, la teoría de la conspiración y el rechazo populista a los organismos internacionales y sus políticas tibias de concertación y consenso. El anticomunismo y el nacionalismo ante la eclosión de la pandemia.

En relación a los primeros problemas de coordinación sanitaria en Europa sobre EPIs, test y UCIs...cabe pensar si se hubiera quedado en el cada uno para sí y sálvese quien pueda de la extrema derecha o hubiera adoptado una postura más pragmática en favor de la cooperación. En todo caso, de nada serviría la proclama de mascarillas para todos y test para todos, cuando la cadena de suministro estaba interrumpida y apenas daba siquiera para el precario abastecimiento de los sanitarios.

En el marco de la UE, lo que sí es seguro es que Casado y Abascal hubieran decidido el cierre unilateral de fronteras, provocando la consiguiente crisis con los Estados miembros, en particular con Italia en el momento inicial, pero además incumpliendo el acuerdo Schengen y con las instituciones comunitarias.

De lo que no cabe duda es que la tesis central de la derecha sería la oposición radical a las medidas de contención, y en especial al confinamiento, y la prioridad del mantenimiento de la actividad económica frente a la salud pública. En definitiva, en favor de una estrategia a medio camino entre el negacionismo y la inmunidad de rebaño.

Ese ha sido el verdadero motivo de su rechazo a lo que han calificado de tardanza e incompetencia del gobierno socialcomunista. Primero al parecer por razones ideológicas vinculadas a la defensa de la movilización feminista del 8M y luego por su genética incapacidad de gestión frente a los primeros informes de la emergencia sanitaria. Primero diciendo que el confinamiento llegaba demasiado tarde y luego porque era muy duro y finalmente porque se prolongaba demasiado.

En resumen, un gobierno alineado contra el confinamiento y el estado de alarma como estado de excepción encubierto.

Como consecuencia, sus únicos instrumentos en materia de salud pública, serían el CCAES junto a la ley de medidas especiales, según el PP más que suficientes, y por contra rechazarían el estado de alarma y se olvidarían de nuevo de la ley general de salud pública de la que bloquearon su desarrollo reglamentario durante casi una década.

Sin embargo, el mando único, tiene en materia sanitaria difícil encaje al margen del estado de alarma. El resultado final sería la incapacidad del gobierno de Casado para doblegar la curva sin confinamiento a partir del 13 de mayo, fecha en que votaron contra la prórroga, y un saldo mucho mayor de incidencia acumulada ya desde el inicio del verano y el consiguiente colapso continuado de los dispositivos sanitarios.

Si hubieran tenido que decidir sobre qué hacer con los recursos sanitarios públicos y privados, el símbolo de su gestión hubiera sido la propaganda vacía de la colaboración público privada y el hospital de IFEMA.

Sobre qué hacer con las residencias de ancianos, tampoco cabe duda de su desprotección y de lo que hubiera decidido sobre a quién derivar, en contra del código ético. Sobre la transparencia en la información de la pandemia, siguiendo el contraejemplo de Madrid, mejor no dar malas noticias.

Sobre cómo enfrentarían las derechas la transición de la primera a la segunda ola quizá no haya que devanarse los sesos. Conocemos lo que han hecho para saltarse la desescalada y sus fases. También de su opción por la desbandada para favorecer la recuperación de la economía a toda costa. Nada de reforzar la primaria ni la salud pública ni los rastreadores. Mejor desmontarla para dotar hospitales como el de IFEMA. El papel de seguimiento de contactos de la primaria y de salud pública no existiría.

El aquí mando yo de Casado sí que no tiene ningún encaje en el Estado autonómico, lo que me lleva a dudar de que no recurriesen a otras medidas de excepción. Sobre todo ante las críticas que la continuidad de la primera ola hubiera provocado. Es claro que sin estado de alarma ni obligación de comparecer y votar las prórrogas, hubiéramos tenido más decretos y menos comparecencias.

Probablemente hubiera optado por limitar de nuevo las libertades, el derecho de manifestación o circulación, a tenor del precedente de la ley mordaza y la reforma del código penal para acallar las protestas frente a la crisis y sus políticas de recortes y privatizaciones. Pero sobre todo por el talante autoritario de sus apoyos parlamentarios.

Ya en la fase de control ha exigido paradójicamente más coordinación estatal y un plan B como alternativa al estado de alarma y test previos en Barajas, sin tener en cuenta el Decreto de Nueva Normalidad, el plan de Alerta Temprana y los acuerdos IATA entre los países con similar incidencia de la enfermedad.

Ahora, en el momento del descontrol en Madrid, todo se resume en eludir responsabilidades hacia el gobierno central, segregar barrios como si de bantustanes se tratara y, eso sí, maquillar las cifras. En caso de gobernar la derecha haría lo propio, pero derivando la responsabilidad hacia las CCAA. Lo que no está claro es en qué medida utilizarían la ley de cohesión que ellos promovieron, y cómo entonces garantizarían la coordinación sobre la base de la manida autoridad sanitaria que atribuyen al ministerio.

Sabemos también qué harían sobre la crisis y el parón económico que se ha producido en todos lados y el sobre sus dramáticas consecuencias de desempleo y crisis social: Quizá un primer periodo de ERTEs, suspensión de actividad en autónomos pero en ningún caso algo como el ingreso mínimo vital y por contra muy probablemente nuevas medidas del tipo de la reforma laboral. Casado y Abascal nunca desaprovecharían una buena crisis para un nuevo ajuste.

Pero, a tenor de la reciente experiencia de su obstruccionismo en Europa, siempre de la mano de los llamados países frugales, nada de endeudamiento ni de subvenciones a fondo perdido, sino de nuevo un crédito a un bajo interés, como el de Rajoy en la crisis de Bankia. Desde luego no hablarían de una España intervenida como lo han hecho ahora.

Eso sí como buenos partidarios de la inmunidad de rebaño, ambos hubieran recurrido al relato de las vacunas como panacea y al pulso nacionalista para acapararlas frente a la estrategia de la OMS de reparto solidario con los países empobrecidos.

Alguien dirá ahora que he acentuado el trazo grueso de la distopía, porque otras CCAA gobernadas por las derechas se han atenido a la evidencia en salud pública, y probablemente tengan sus razones. Sin embargo lo he hecho con Madrid porque es la cabeza de puente de la oposición y el laboratorio de la alternativa a la gestión de la pandemia de Casado y Abascal. Una razón de peso.

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